PALOS, BALAS Y DECEPCIONES

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Por Roberto Marra

“Estamos prisioneros, carcelero. Yo de estos torpes barrotes. Tú, del miedo”. Así dice una vieja canción de Horacio Guaraní, hecha en épocas de duras luchas contra dictaduras. Y así sigue siendo hoy, décadas después, con la ignominia del encierro de Milagro Sala que, a pesar de todo, resiste con dignidad el resultado del odio racial y social del guapo de ferretería Morales y sus socios nacionales. Odio que contiene ese miedo que menciona la canción, proveniente de saberse culpable de los desmanes por los cuales, tarde o temprano, serán juzgados por un Pueblo que, la historia lo demuestra, siempre termina por recuperar sus derechos.

Pero no solo a ella y sus allegados directos se persigue, ni tampoco sólo por Morales. La bestialidad desatada contra los mapuches en el sur patagónico por los “valientes” guerreros de la supremacía blanca, que parece que no ha registrado el paso del tiempo de Roca y sus huestes asesinas de indios, demuestra que el gobierno actual está decidido a dejar de lado cualquier elemental derecho, para satisfacer los deseos de sus socios y amigos poderosos, envalentonados por el respaldo de un poder judicial cuyos integrantes no dudan jamás en castigar al más débil para otorgar razón a sus mandantes oligárquicos.

Escondidos tras el telón de las hipocresías mediáticas, que ni siquiera mencionan las brutalidades policíacas desatadas por órdenes de un gobierno incapaz de apagar un fuego de pastizales, pero muy atento y rápido para abrir fuego contra los inermes demandantes de sus herencias ancestrales, desarrollan sus políticas destructivas al tiempo que realizan discursos donde aseguran futuros de amor y paz. E inversiones, claro. Las que, según sus ridículas afirmaciones, llegarán de la mano de la pérdida de otros derechos, los laborales.

También en la ciudad de Buenos Aires se suceden los hechos de violencia institucional. Otros pobres que, en busca del sustento diario, intentan vender algunas baratijas en las veredas de zonas comerciales, son desalojados con la misma violencia por malas imitaciones de “robocops” del subdesarrollo, siempre atentos a servir con sus “palos de abollar las ideas” (al decir de la inefable Mafalda).

Allí también campea el odio de clase, esta vez de un “medio pelo” enojado con los más pobres de la escala social, que avanzan sobre sus depreciados ingresos, producto, no de sus odiados manteros, sino de un gobierno que produjo la pavorosa caída del consumo que los afecta. Claro que siempre resulta mucho más fácil encontrar un enemigo débil contra el cual desatar los rencores, antes que entender la realidad económica que les provoca tanta incertidumbre.

En este mar de desatinos económicos y sociales, alimentado diariamente por las torpezas gubernamentales y las ambiciones desmedidas de los dueños del Poder, transcurre un tiempo donde solo se avizora más pobreza y miseria, más abandono y exclusión, más sometimiento y pérdida de soberanía. Lejos de arrepentirse, el procesado que ejerce el gobierno nacional profundiza sus políticas destinadas a satisfacer a sus mandantes y socios, acompañado por una sarta de politiqueros que ofician de “oposición”, solo creíble por ellos y los viles cómplices de los medios de comunicación.

No faltan, en este barullo de procacidades, quienes, pretendiendo pertenecer a los espacios  progresistas, también opinan con liviandad sobre estos hechos nefastos. Seducidos por sus egos de sabiondos historicistas y analistas políticos de media tinta, desarrollan teorías ridículas sobre mapuches anti-argentinos, dudan sobre la verdad expresada por Milagro Sala y hablan sobre el tremendo daño de la economía informal, a la que le adjudican características mafiosas, justificando las represiones que dicen aborrecer.

Solo un año de gobierno, sumado a los doce de guerra mediática y económica, han servido para destrozar una economía que, con sus más y sus menos, permitió un desarrollo soberano y un crecimiento progresivo del acceso a los derechos vulnerados durante décadas. Los millones de embobados por las ficciones zocaleras y los relatos fantasiosos de fortunas inexistentes y corrupciones falsas, descubren, tarde, que sus amados relatores les mintieron. Y que su fantasía de felicidad sin “grietas”, chocó contra el iceberg de la impudicia de los ladrones de sus esperanzas.