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Es muy común
encontrar, entre quienes se dicen militantes de partidos políticos de profunda raigambre popular y líderes
emblemáticos, a personas que se asumen como los “verdaderos representantes” de
las ideas primigenias del líder histórico que pretenden defender. A partir de
esa autoproclamación, y desde su
posición supuestamente privilegiada en la comprensión del mensaje del líder en
cuestión, comienzan sus ataques furibundos hacia quienes, siendo parte del
mismo espacio político, son considerados renegados ideológicos.
De las
palabras genuinas del líder histórico, extraen una serie de conceptos que
rigidizan hasta convertirlos en dogma, momento en el cual lo político deja de
serlo para transformarse en una especie de “religión laica”, con tan estrictos
y estrechos márgenes, que cualquier versión, mínimamente diferente, es
considerada una blasfemia hacia los postulados del líder histórico, según la
paralizada versión del dogmático en cuestión.
Claro que no
se queda solo en opiniones este personaje. Sus ataques son duros y hasta
violentos hacia los militantes de su mismo partido que intentan ser
consecuentes con los postulados de su líder, pero con la amplitud de criterios
que permita las adaptaciones temporales lógicas. La represión verbal intentará
poner a los supuestos blasfemos ante el escarnio público, acción que tendrá
adeptos de la misma calaña infradotada del gurú que las estimula, y gozarán en
las redes sociales de un reducto ideal para desarrollar sus ataques injuriosos.
Lejos de
representar cabalmente al líder que ha dogmatizado, sus grotescas expresiones
solo terminan por demostrar la ignorancia absoluta de los mensajes profundos
que tal líder dejó en su paso por la vida política. La incomprensión de los
contextos históricos y sociales en los que se produjeron los hechos que el gurú
ha dogmatizado, la incapacidad de leer la realidad actual y mucho menos la
prospectiva histórica, son suficientes para trabarlo en un lugar de profundo
odio a quienes no sostienen exactamente sus credos.
Apabullados
por nuevos e inteligentes dirigentes que sí representan, y lo demuestran con
hechos, las primigenias ideas de las que
estos gurúes ortodoxos se asumen como dueños, terminarán, por imperio de sus
necedades, en enemigos de aquello que tanto dicen defender. Intentarán
terminar, a cualquier costo, con la influencia y la obra de esos nuevos líderes,
para poder continuar con la defensa de sus estatuas de bronce, tan lejos de los
hombres o las mujeres que dejaron sus vidas para cambiar la sociedad, en un
tiempo que ellos solo quieren congelar.
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