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martes, 25 de octubre de 2016

INMORALIDAD INSOLENTE

Imagen La Minga en Movimiento - WordPress.com
Por Roberto Marra

En “Cambalache”, Discépolo nos dice que “…los inmorales nos han igualao…”. Se quedó corto. Nos han ganado la partida. Y se han apoderado de todo, incluso de las conciencias de muchos que, abandonando toda convicción, se dejan arrastrar por el oleaje nauseabundo de la oferta prodigiosa de venturosas vidas futuras, a cambio de los sacrificios del presente.
Para hacerlo, los “señores” del Poder tienen instrumentos de dominación que se han mostrado muy efectivos. Los medios de comunicación son esas armas de intrusión masiva en los sujetos subyugados por el Poder y convertidos en meros espectadores de un tiempo que no viven, solo transcurren.
Transformados en masa, siguen a ciegas a esos gurúes de la desinformación  convertidos en adalides de la moral, que desde sus púlpitos televisivos vociferan editoriales de agresividades infinitas hacia sus enemigos ideológicos. Para estos campeones de la verdad revelada, no existe la posibilidad de debatir. Solo se trata de injuriar a quienes no opinen como ellos, a quienes no acepten sumisamente los mandatos de los poderosos que los sostienen como sus voceros.
El énfasis verbal que manifiestan no es producto de convicciones, abandonadas hace mucho tiempo o que, lo más seguro, nunca tuvieron. Es simplemente el trabajo sucio por el cual pactan millonarios contratos con los oligopolios de la comunicación. Sus inmorales esfuerzos solo están destinados a frenar cualquier atisbo de resistencia popular ante la pauperización reinante, asegurando la buscada profundización de la desigualdad.
Abajo, muy abajo, lejos de ese fastuoso mundo televisado de mentiras y egos ilimitados, millones de sufrientes desplazados de la vida, buscan con desesperación algún medio de subsistencia. Han sido nuevamente alejados del centro del interés político, convertidos otra vez en “carne” descartable para una sociedad ahora mudada en reducto exclusivo para los poderosos y sus compinches.
Lejos de ser un efecto no deseado es, justamente, lo que persiguen quienes se apoderaron de las estructuras estatales. No son errores, son objetivos. No son daños colaterales. Son efectos conocidos y buscados por quienes manejan la deshumanizada economía financiera que domina al Mundo (y al País) por estos tiempos. El sabio Discepolín ya nos advertía, hace muchos años, “…que el siglo veinte, es un despliegue de maldá insolente…” Y el veintiuno, también.

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