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Y un día Brad y Angelina se
besaron ante los fotógrafos por última vez. El marco fue la imagen de familia
perfecta que conocemos: moderna, hijos propios y adoptados, todito bien
multirracial y multicultural. Hacia adentro, detrás de bambalinas, la foto se
descomponía, y el beso fotogénico se volvía maltrato, malhumor, sobre todo el
de ella porque de noche él sacaba a pasear el perro para fumar marihuana a lo
pavote.
Si el mundo se organizara según nuestros caprichos, podríamos creer
que en ese mismo momento nuestro querido presidente y la primera dama se
besaban también, ahora con el marco de la ONU de fondo, con el propósito de
darle al mundo una imagen en la que se unificaban amor, gracia, espontaneidad.
Los testigos de la puesta en escena también eran fotógrafos, citados en tiempo
y forma para inmortalizar el beso.
Detrás de bambalinas, también acá había miserias, palabrerío,
improvisación, macanazos, papelones. Si fuéramos inocentes podríamos llegar a
la conclusión de que el amor ya no es lo que era. Que ya no basta con quererse.
Ahora hay que exhibirlo. De nada vale amarse si no te besás ante un fotógrafo o
lo mostrás en una red social. Y quizá haya algo de verdad en eso, pero es tema de
otra nota.
Pero acá el amor no tiene nada que ver. Lo que pasa es que para
algunos la vida es una obra de teatro que otra mucha gente está dispuesta a
ver, porque el mundo real obliga a un compromiso al que la vida fotografiada de
Brad y Angelina no nos somete nunca. Esa ilusión dura, a veces, toda la vida. O
es reemplazada perpetuamente por otras.
Pero a veces alguien patea el decorado y aparecen las bambalinas con
toda su crudeza, con sus costuras e imperfecciones. Si le gustan las analogías,
digamos que el mundo se organizó alrededor de la metáfora de la caverna de
Platón. ¿Quiere saber más? A leer libros, caramba.
No hay que ser tan severos con ellos. Hacen lo que medio mundo les
pide. Yo también cuando era pibe quería que Karadagián venciera a la Momia y
odiaba que me dijeran que era un montaje. (Claro que tenía ocho años). No
quería ver las bambalinas, quería seguir creyendo en los tortazos, como el
personaje de Cortázar que reflexionaba que era "como estar viendo una
película aburrida y pensar que sin embargo en la calle es peor; y
quedarse".
Debe ser difícil vivir como en las tablas de un teatro. Pero nadie los
mandó a vivir así. Nadie mandó a nuestro querido presidente a fingir un viaje
en colectivo llenos de tipos con ADN de negrada nacional y popular. A la
mayoría le basta con que gobierne, si es posible bien. ¿Por qué la gente
confiará más en el gesto que en el acto? ¿Será porque la mujer del César debe
serlo y a la vez parecerlo? Pero el proverbio no dice que basta con parecerlo.
También hay que serlo.
Digo yo, cual viejo Vizcacha (de Platón y Cortázar al viejo Vizcacha,
Chiabrando no le hace asco a nada), que debe ser mejor ver primero detrás de
bambalinas, abandonar la película y salir a la calle. Si nos quedamos viendo la
foto del beso de Brad y Angelina, o del otro multinacional beso, corremos el
riesgo ya no de pensar que hay una película y afuera la vida, sino que la
película es la vida.
Supongo que el mundo de la actuación perpetua es el resultado de lo
que se llamó la dictadura de la imagen, idea tomada a la ligera de aquella otra
ligera frase: una imagen vale más que mil palabras. Una imagen vale más que mil
palabras en tanto haya gente que es capaz de creer que mil palabras sobre el
amor se pueden reemplazar por la foto de un beso planificada por una agencia de
marketing.
Decía que no hay que ser tan severo. Después de todo hay demasiadas
personas dispuestas a creerlo que sería una pena desperdiciar la oportunidad.
Con tanta gente queriendo comprar, ¿cómo no venderle algo, cartón pintado,
promesas, humo? No hay que olvidar, nunca, que este es el país que madrugó para
ver el casamiento de Lady Di, la actuación de las actuaciones, donde, detrás,
en bambalinas, hubo de todo, incluso una muerte dudosa.
Nuestros ancestros también actuaban para los vecinos, pero era pura
desconfianza (y nosotros seguramente también, pero que lo analice la
posteridad). Se sentaban en la puerta de sus casas como tótems, impolutos,
asexuados (nunca se hubieran besado en público). Detrás de bambalinas también
había secretos, claro.
Ahora lo privado se ha vuelto público. Vende, emociona, conmueve.
Distrae. Para un gobernador que tiene algo que ocultar, gente que distraer, o
necesita que hablen de cosas ajenas a su gestión, nada mejor que un Plan
Quinquenal que incluya casamiento con rubia tonta con aire de princesa y buen
culo transmitido en horario central luego de firmar un detallado contrato
prenupcial, porque lo que hay detrás de bambalinas asustaría a Freddy Krueger.
Creerse la película sería preferir que Clinton sea presidente de los
EEUU porque los demócratas son menos peores. Mirar primero detrás de bambalinas
sería preferir a Trump. La película por un lado, la realidad por el otro. ¿Para
qué voy a desear que gane Clinton si me va a imponer la misma política exterior
de mierda que el otro? ¿Para que me la venda edulcorada, beso incluido?
Prefiero al que me lo dice en la cara, así puedo putearlo sin asco. Si
buscan, seguro que encuentran a los candidatos besando a sus parejas justo
cuando pasaba un fotógrafo. El mundo de la actuación perpetua no tiene
fronteras. Mire House of Cards, ahí está todo bien explicadito.
¿Sonreirían Brad y Angelina en privado? ¿O sólo sería en público? ¿Al
besarse en soledad, quedarían congelados como el actor de La Rosa Púrpura
del Cairo que cuando va a besar a la muchacha se queda esperando las luces
del set? ¿Esperarán el grito de "acción" para hacerle el amor a sus
esposas? ¿Y cuándo le gritan "corten", qué harán?
Decía que no hay que ser tan severo. Y no hay que olvidar que el mundo
de la actuación perpetua es una industria que le da trabajo a mucha gente:
regisseur, maquilladores, guionistas, duranes barbas, majules y alcahuetes ad
hoc. No es cuestión de oponerse a esa industria y crear más desocupados, como si
no bastaran con los que hay.
Eso sin olvidar a los extras que viajaron en el colectivo con nuestro
querido presidente, sonriendo con sus dentaduras a medias y abrazándolo en las
fotos, siempre en las fotos. Usted dirá que son actores. Yo digo que es probable,
pero quizá sean personas que odian mirar tras bambalinas y compran buzones
simplemente porque están a la venta.
Y qué pena que a nuestro querido presidente no se le ocurrió subirse
al colectivo en compañía de la primera dama. En lugar de colectivo podrían
haberlo llamado carroza (yo también tengo pasta para el marketing). Perder el
zapato al subir hubiera sido de antología.
Me pongo en la piel del personaje de Cortázar y digo que (creo) es
mejor salir a la calle y mirar detrás de bambalinas siempre que se pueda. Es
mejor la verdad, casi siempre. A mí me gusta cuando hay curas que avalan las
violaciones o dicen que la mujer es inferior al hombre. ¡Que lo digan, por
favor, así sé qué piensan y no me veo obligado a diferenciar montaje con
verdad! Que los fascistas declaren su fascismo a los cuatro vientos es un
triunfo de la verdad, que disfrazada es más peligrosa.
Me fui de tema. Yendo a lo importante. Ojalá que Brad y Angelina se
reconcilien. Juntos son un modelo para mucha gente. Gente que no tiene otra
cosa que eso. Gente que no quiere saber nada de la caverna de Platón a menos
que esté en Disneylandia. También estaría bueno que Brad vuelva con Jennifer y
que haya más fotos sonriendo. Sería el triunfo del amor después del amor, un
temón que nos tendría entretenidos por una década. Y lo confieso, yo siempre
preferí a Jennifer y nunca le perdoné a Angelina que le hubiera sacado el
marido.
Es verdad que a veces calma que nos mientan un poco. Todos tenemos
derecho a quedarnos un rato más en el cine, viendo la película aburrida, porque
afuera es peor, o en todo caso más difícil. Pero del cine habrá que salir tarde
o temprano, y subirse a un bondi de verdad, seguir viviendo la vida que los
fotógrafos no perpetúan de tanto trabajo que tienen con los que viven en, o
consumen el mundo de la actuación perpetua. Click.
*Publicado en Rosario12
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