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En esta época donde se
diferencia claramente la mística de los ganadores de la de los perdedores, me
pregunto si algunos argentinos no hemos sido criados para perder. A veces me
levanto pensando en subirme a la Ferrari y salir a pasear, tratando de no
olvidar que a mediodía tengo una reunión donde me ruegan que presida la AFA,
que los pobres me envidian porque salió a la luz que tengo un par de off shore,
todo mientras añoro mi pasado de fama, vedettes, escándalos y excesos.
Y luego me doy cuenta de que nada de eso existe porque, como otros
argentinos, he sido criado para perder. Quizá es algo gestado en la
interioridad de la pampa gringa de donde vengo. Así como algunas regiones
tienen el Pombero y El Gauchito Gil, en otras tenemos esa mitología que
comienza con que no está bien aparentar, vestirse de manera llamativa (lo dice
el primer tipo que usó zapatos con plataforma en su pueblito), y mostrar lo que
se tiene (si se tiene). Y al fin, uno termina preparándose para una vida de
lucha donde ganar es una hipótesis lejana, incluso imposible.
El ADN del perdedor está inoculado en muchos de nuestros padres. Se
contagiaron en corralitos, rodrigazos, corridas cambiarias, represiones y
dictaduras. Se mama con la leche materna. En el agua de los bebederos de la
escuela, clubes, plazas. Educar a un hijo para perder equivale a legarle la
pasión por un club que nunca va a salir campeón. "Algún día, hijo mío,
toda esta (derrota) será tuya".
Por ahí todo comienza con la vida de los abuelos usada como ejemplo,
hombres y mujeres criados en el sacrificio y la eterna sensación de
insatisfacción, de haber perdido algo (como el país de origen). La vida era un
sacrificio tras otro o no era nada. Y eso en una zona rica. No logro imaginar
cómo se educa para perder en una región pobre, donde del laberinto de la
pobreza se sale donde empieza otro laberinto de pobreza. De nada sirve el
ejemplo de los que son educados para perder y se vuelven ganadores gracias a un
golpe de suerte o a un talento fuera de la norma, como Maradona. Maradona
demuestra que si nacés en una villa, para dejar esa vida atrás tenés que ser
Maradona. Sino, serás barrendero de la empresa de un ganador. O delincuente, un
intento de evitar el mandato del perdedor. Es más, sospecho que algunos padres
educan para delinquir como una forma de evitar ser un perdedor desde la cuna. A
los sumo, pagás con la vida.
Pero no todas son pálidas. A aquellos que son educados para perder se
les permite soñar con heredar un oficio, una panadería, un almacén, un auto,
una casa, quizá ahorros. El sueño termina allí en la mayoría de los casos. Por
eso M'hijo el doctor representó el paradigma del salto del pobre a la
clase media. Pero el progreso del doctor se detendrá allí, nada indica que vaya
a ser otra cosa que un médico de barrio.
Quizá el promocionado ego de los argentinos, que ha generado chistes a
rolete, no es más que una forma de (intentar) huir de esa ancla. Y mientras el
negocio es comprar a un argentino por lo que vale y venderlo por lo que cree
que vale, los que fueron criados para ganar (y heredaron el capital, las
herramientas y una moral elástica) compran a precio de ganga las casas de los
perdedores para sus piletas de natación. Y no exagero.
Pero, Chiabrando, ¿hay que ser un ganador a toda costa? Evidentemente
no. Tipos como Van Gogh, Kafka, fueron grandes perdedores que murieron sin que
su obra se conociera, pero con el tiempo se volvieron claves para entender el
mundo. Claro que para la visión capitalista del mundo son y serán tontos que no
pudieron "vender" su obra. Ganadores son los que ahora se pueden
comprar los cuadros de Van Gogh para especular y colgarlos en sus cajas fuertes
grandes como canchas de básquet.
A los educados para perder les lleva el doble de tiempo llegar al
lugar donde se sienten completos o felices o satisfechos o realizados (si
llegan) y suele ser en la antesala de la vejez. En eso la iglesia católica y
sus cantitos juegan un rol importantísimo. No importa que uno venga de un hogar
ateo. La iglesia deja a su paso tierra arrasada cuando transmite el pecado de
no desear nada del prójimo (diría que la mujer es lo menos importante), y como
si fuera poco te refriega en la cara la pobreza noble de los Franciscos de
Asís.
La épica del perdedor y la del ganador siempre está ligada al dinero.
Claro, of course, bien sûr, certo. El dinero es la medida de casi todas las
cosas. Y si fuiste educado para perder, no te está permitido envidiar el dinero
de los ricos, ni siquiera de los que se hicieron ricos con trampas, evadiendo
impuestos, pactando con dictadores.Si sos criado para perder es pecado soñar
con poseer lo de los ricos (no desearás la mujer del prójimo, ni tampoco sus
vaquitas), es una infidelidad a la nobleza de ser pobre.
Pareciera que desertar de la clase social de la que se viene está mal,
como si la clase social no se pudiera traicionar, como el club de los amores.
Nuestra historia cotidiana está llena de justificaciones: "pobre pero
honrado", "pobre pero limpito", "no es pobre el que tiene
poco, sino el que mucho desea", o la frase de Pepe Mujica, tan olvidado en
estos días: "Pobres no son los que tienen poco, son los que quieren
mucho".
Las revoluciones políticas del siglo XX quisieron cambiar este
paradigma. Dijeron: si nosotros no podemos ser como los ricos porque en el
reparto nos quedamos sin nada, tampoco habrá ricos. Funcionó hasta que un grupo
de gente dentro de "las masas" decidió que no quería ser del bando de
los perdedores (en el sentido capitalista). Querían ser ricos, brillar, viajar
en autos nuevos y usar Rolex caros que dan la hora a la misma hora que un reloj
de plástico de dos mangos.
Queda por analizar, de ser posible, lo pernicioso que puede resultar
el mito del trabajo como consolidación del hombre. (Y pido disculpas por la
gente que hoy pierde su trabajo). Eso también ha enturbiado las aguas. Porque
el trabajo que permite llevar el pan a la casa es la mayoría de las veces la
consolidación de gente educada para perder engordando a los educados para
ganar. Es una vuelta de tuerca de la publicitada meritocracia: tu mérito se termina
adonde comienza el mío. Tus méritos te permiten pagar luz y gas (y agarrate
Catalina), y los míos viajar al Caribe cuando acá hace demasiado frío.
Tesis, antítesis y síntesis. La síntesis es que el mundo necesita de
los perdedores. Si no hay perdedores nadie barrería la casa de los ganadores,
nadie limpiaría el culo de los viejos ricos, no habría prostitutas que con una
llamada conformaran el deseo de los ganadores. Por eso propongo, desde este
humilde lugar, una huelga de los educados para perder.
No digo que hagamos una revolución. Eso es cansador y lo más probable
es que te rompan la cabeza a la primera oportunidad. Digo que les hagamos un
corte de mangas, una broma de calidad, un chiste de salón. Que les peguemos un
susto. Y de pronto, el mundo de los ganadores se quedaría por un rato sin mano
de obra barata, sus estrellas sin espectadores, sus ostentaciones sin mirones
ni envidiosos. Y ahí te quiero ver.
*Publicado en Rosario12
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