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Todo es coreográfico. Un ballet
del despojo. También de despojo del lenguaje. Cada día se hace más verosímil en
el mundo la visión de George Orwell cuando imaginó 1984. En su momento, se pretendió
que la profecía de Orwell se agotaba en un reality show. Un Gran Hermano que
mirara, que vigilara constantemente de día y de noche. Pero Orwell pensaba más
allá. El Gran Hermano tenía más que ver con lo que revelaron mucho después
Julian Assange, John Snowden, Hervé Falciani. Es decir: la existencia de un
poder extendido más allá de lo visible y confesado, más allá de lo publicado en
los diarios, más allá de lo legal, que desplegara herramientas para mantener a
la población bajo control. Un control a su vez extendido mucho más allá de las
acciones: un control que se infiltrara en los deseos, las ilusiones, los miedos
personales. Capaz de perdurar a pesar de la filtración de sus propios delitos
–como el espionaje a diferentes autoridades de otros partidos u otros países–,
gracias a esas herramientas. La más obvia es la comunicación. Pero
paralelamente a esas visiones, Orwell observó que la primera condición
favorable a ese poder autoritario y degradante era la decadencia del lenguaje.
Hace un par de años se le quiso connotar pluralismo a un programa de
televisión en el que nadie podía terminar una frase sin ser interrumpido por
los gritos de otro. Hoy no hay programa político posible sin un nervio tan
enervado que falta poco para llegar a las piñas que ya transitaron por la
televisión como farsa. En ese sentido, el fenómeno comenzó a la inversa de la
frase de Marx: primero la comedia y después la tragedia. Puede ser todavía
mucho peor, cómo no lo vamos a saber los argentinos. Que no haya estallado
hasta ahora la violencia represiva se debe exclusivamente a la conciencia y a
la revalorización de la vida que en nuestro pueblo se instaló en los últimos
años. Eso sí lo heredó Macri.
De las piñas ficcionales de los reality shows de los noventa, pasamos
hoy a la tensión ahogada de realismo, de un realismo crudo, sombrío y sin
embargo alterado por lo que muestran los grandes medios, que ocultan tanto aquí
como en Brasil movilizaciones multitudinarias. Ocultan al Presidente de la
información que se conoce local y mundialmente. ¿Y eso cómo se llama?
¿Periodismo? Magnetto recibe en Estados Unidos un premio a la libertad de
expresión. Hay que empezar de cero con el lenguaje, porque lo que premian
premiándolo a Magnetto no tiene nada que ver con la libertad de expresión, sino
con su ficción, con su máscara, que es lo que mejor le sale a la derecha
corporativa, esto es, enmascararse con jingles y slogans que no significan
nada. No dan la cara nunca porque no tienen cara. Literalmente. Son imágenes de
personas, son máscaras (lo último que han enmascarado es nuestra escarapela;
pretenden que festejemos en bicentenario de la independencia sin sol).
El objetivo de los sin sentidos del macrismo –productos del
negacionismo sistemático de la crisis desatada por medidas macroeconómicas que
tomaron ellos: niegan crisis ocupacional, niegan aumento de la pobreza, niegan
censura, niegan hospitales sin insumos, etc.– es no tanto ya la construcción de
un relato que hace agua por los cuatro costados, sino constituirse en un
aparato de lenguaje que ocupe el lugar de los cuerpos, y del relato que surge
de ellos, el que construyen los más débiles con sus lágrimas, su transpiración,
sus flujos y su sangre.
En todo régimen autoritario el lenguaje ocupa el lugar de los cuerpos.
La intención es que el lenguaje del poder lo cubra todo, no importa la forma
que adopte, si más tonta o menos tonta. El Pro no parece preocupado por parecer
inteligente. Su lenguaje negacionista está destinado a acallar las voces reales
que salen de los cuerpos reales tanto de ciudadanos como de dirigentes que
puedan antagonizar con él.
La Plaza de Mayo de este 25 fue una foto perfecta de ese mecanismo. El
espacio público por excelencia de este país fue cercado, colocado en el lugar
de lo inaccesible para los ciudadanos. Los cuerpos que otros años la llenaron
fueron reemplazados por un comunicado de la ministra de Seguridad pretextando
un estado de alerta a raíz de la detención, la noche anterior, de un grupo de
quemacoches en Nuñez. Todo lo que dedujo y dijo sobre esa detención pertenece a
la capacidad imaginativa de Bullrich, y a su manera de entender la política
como manipulación. No les sale siempre bien, pero lo hacen sin parar, con la
colaboración inestimable de la cadena de medios adictos, que distribuyen sus
imágenes cada vez en menos pizzerías y bares, porque los bares y las pizzerías
también empezaron a cerrar.
Desde que llegó al poder diciendo que la política era solucionar
problemas, Macri no ha hecho más que crearlos y acumularlos como hijos
ilegítimos destinados a vivir lejos de la casa principal. Alineados con él, los
grandes medios no han podido cerrar completamente el grifo de visibilidad para
los sectores de población directamente atacados por las políticas macristas.
Son tantos esos sectores, y son tan populosos, que se cuelan por las rendijas
de la comunicación y aparecen, en algunos espacios televisivos rescatados, en
las redes y en las calles. Ahí están esas caras demacradas, surcadas por la
angustia que sobrevino de pronto.
La negación mecánica del resultado inmediato de sus propias políticas
permite que el macrismo oscile entre echarle la culpa de todo al gobierno
anterior, y negar que la crisis sin precedentes que se avecina exista. Es
absurdo, pero es lo que ha hecho siempre y se diría que es parte de su encanto
siniestro: el habla macrista no se forja para describir ni argumentar sobre la
realidad, sino para el espadacheo mediático que sirve para salvar lo único que
tiene, que es su imagen. Macri no quiere que lo quieran: quiere que odien a
Cristina y lo que ella representa.
Mientras tanto, millones de personas reales, con nombre, con apellido,
con biografía, con proyectos tumbados, intentan ser convencidas por ese aparato
de lenguaje que es esto lo que son “de verdad”, que es éste el “sinceramiento”
de sus propias vidas. Reírse con todos los dientes, conocer el mar, irse de
vacaciones, planificar un cumpleaños de quince o un casamiento, esperar
tranquilos la jubilación, tener el primer universitario en la familia, vivir y
crecer en un país que por primera vez tenía satélites y que iba hacia su propio
autoabastecimiento energético, todo lo que enalteció las vidas de millones,
según ese aparato de lenguaje, era mentira. Ellos, los que usan máscara, le
dicen a esos millones de argentinos que han confundido una ilusión con la
verdad. El Pro no quiere convencer. Quiere confundir.
El aparato de lenguaje corporativo sólo puede germinar aplastando
otros brotes. Necesitan que no exista la política, y que se deshagan las
organizaciones. Cuando escribí el libro sobre Milagro Sala, Jallalla, observé y
consta en él que en Jujuy suelen desarrollarse algunos hechos unos años antes
que en el resto del país. De hecho, la Tupac Amaru, una de las organizaciones
más grandes de la región, no nació con el kirchnerismo sino una década antes, a
principios de los 90, mientras el resto del país se acomodaba a Menem. Ahí en
el norte las enormes mayorías no viajaban a Miami a pedir dos. Estaban las
elites gobernantes y los pueblos declarados inviables. Diez años antes del
estallido de 2001, en Jujuy el neoliberalismo había llegado a un clímax. Hay
que mirar hacia Jujuy, con sus desvíos institucionales, con sus persecuciones
políticas, con el regreso del miedo, con Milagro Sala presa y su organización
avasallada y usurpada, para ver en qué dirección mira el macrismo.
*Publicado en Página12
Excelente mirada. Sala es la antesala. Del porvenir. Pero el proyecto macrista no es antipolítico, es político, cien por cien. Pena que los meandros de un lenguaje tan vejado sigan siendo tan eficientes convenciendo a vastos sectores de que "lo que fue, en realidad, nunca aconteció". Los medios de comunicación al servicio de dominadores seriales no pueden cimentar lo que no tiene de antemano entidad interior: ésa, es otra realidad inocultable. Una proporción de ese pueblo no fue engañado: decidió, voluntariamente, invisibilizar sus derechos porque éstos entrañan, también, obligaciones. Para con el País y los Otros. Y la pereza y lo antisolidario cundían ya en esas mentalidades ofrecidas voluntariamente por alguna clase de fascinación interna que solo la antropología urbana, o tal vez, la psicología de masas, podrán explicar a futuro. Siempre digo que la idea-fuerza "estamos crispados", fue uno de los hallazgos publicitarios más eficientes. Porque quienes tenían borrosos recuerdos de otros períodos en donde sus derechos habían sido cercenados y nunca contaron con subjetividad fuerte para sobrevivir tales desguaces (menos aún, para descubrir los mecanismos de la vejación social y a sus verdaderos responsables), encontraron para su orfandad de sentidos una pertenencia colérica - la única que les fue servida con presteza -. Y ya insertos en ella, no pudieron salirse de ese colectivo porque es una trampa sin salida. La maniobra sobre el lenguaje y finalmente sobre los imaginarios ha consolidado, transitoriamente. Será bastante trabajoso desactivarla y más allá de los esfuerzos de ese otro colectivo empeñado en rescatar Verdad, solo el tiempo, ese curioso administrador de la vida y la muerte de los símbolos, podrá revertir un efecto tan ignominioso. Gran articulo. Saludos.
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