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De un lado puñetazos y armas de
fuego entre kirchneristas en la Legislatura bonaerense, de lo que nadie puede
dar testimonio. Versiones opuestas, testigos anónimos, desmentidas públicas.
Del otro, cuatro balazos calibre 38 contra un acto político del kirchnerismo.
Hay dos mujeres heridas y están las balas disparadas. No es una versión, están
las pruebas. Nadie puede decir que no ocurrió. Pero hay versiones,
justificaciones y ninguneos.
No importa la realidad ni las pruebas. La virtualidad del escenario de
los medios no distingue entre lo real y lo virtual, se despega de la realidad.
Pero esas dos imágenes virtuales disputan frente a la sociedad por un sentido
que sí tendrá impacto en la realidad. La disputa es quién aparece como
responsable de la violencia política. Es un escenario donde la víctima
denunciará al violento, y por el otro lado, para el violento es importante que
sea el otro el que aparezca visualizado como tal, por lo que también denunciará
al otro como violento. La víctima y el violento denuncian los dos a la violencia,
por lo que el resultado es neutro. Y así, el violento puede serlo con la
impunidad de lo natural. La vuelta de las cosas. Porque de esa manera habrá
medios que se llenan de indignación por la violencia política, cuando en
realidad la estén alimentando, como ha sucedido en otros tiempos.
De un lado la crisis del 2001, el default y el infierno desatado por
una deuda descontrolada. Del otro lado este alivio, e incluso alegría, virtual
o parcialmente verdadera porque, al pagarles a los fondos buitre Argentina
podrá tomar deuda nuevamente. Un país fundido por la deuda y un país que se
alegra porque vuelve a endeudarse. Parecieran dos países diferentes, pero es el
mismo.
Es el mismo país el que sufrió y el que ahora se alegra porque va a
volver a sufrir. Es absurdo. No tiene sentido desde la experiencia real. Hay un
sentido que debería asentarse y consolidarse en esa experiencia durísima. Pero
hay otro sentido que lo contrapone y que tiene la fuerza insólita para
desdibujar de la memoria colectiva esa experiencia tan dura. A veces el
resultado de esa confrontación de sentidos es la unanimidad por uno de ellos,
como sucede en las guerras. A veces simplemente es el desbalance: uno de ellos
logra más aceptación que el otro y se convierte en dominante. El otro pasa al
territorio de lo resistencial hasta desaparecer o recuperarse.
No es trivial que una reunión política sea atacada a balazos como
sucedió la noche del sábado pasado en Villa Crespo. Durante doce años no hubo
un solo ataque contra locales de fuerzas políticas del oficialismo o de la
oposición. No formó parte de esa realidad. Cualquier atisbo de violencia
mereció el repudio inmediato de las autoridades. Era una lógica diferente y que
de alguna manera funcionó para erradicar este tipo de hechos de violencia en
los actos o en las manifestaciones oficialistas u opositoras durante doce años.
Con el nuevo gobierno, en una semana se produjeron dos de esos
ataques, uno en Mar del Plata contra un local de La Cámpora y el otro contra un
local de Nuevo Encuentro. Puede ser el anuncio de que este tipo de violencia se
incorpora nuevamente al escenario de la política. Clarín lo publicó en la
página de noticias policiales, no de la sección política. En las redes
circularon varias justificaciones: el acto era ruidoso, los manifestantes
tuvieron actitudes de provocación, un vecino violento. La forma en que este
tema es trivializado por los medios oficialistas confirma la hipótesis de algo
que puede ser permanente otra vez. Disparar al bulto contra una multitud que se
expresa en forma pacífica es terrorífico. Naturalizarlo, lo es más todavía. Hay
una intención política tanto en esa violencia como en su naturalización. Son
hechos que se entroncan con otro fenómeno que es el recrudecimiento de la
represión violenta a la protesta social.
Los medios oficialistas trivializan expresamente estos hechos y en
forma subterránea los justifican. El tiroteo contra personas que participaban
en un acto kirchnerista va a la página de noticias policiales, pero destacan en
la sección política la versión no confirmada de una pelea a trompadas con
exhibición de armas de fuego en el bloque kirchnerista de la Cámara de
Diputados bonaerense. Es claro el sentido que quieren transmitir en cada una de
esas informaciones y en su contraposición.
En otro plano, durante la semana los diputados discutieron el pago a
los fondos buitre. Argentina estaba obligada por el fallo injusto de un juez
municipal norteamericano que favoreció a los fondos buitre a contrapelo de la
tradición y la práctica internacional en situaciones similares y en contra de
las normativas sobre procesos de quiebra que rigen en todos los países,
incluyendo a los Estados Unidos. Es un fallo aberrante del juez Thomas Griesa.
El oficialismo no defiende el pago a los buitres como una obligación sino como
si estuviera de acuerdo con ese fallo. Griesa presenta el fallo como un
símbolo, un freno a los desmanes de un aparato estatal que perjudica a los
privados. La actitud del macrismo podría ser más política y rasgarse las
vestiduras, pero no lo hace porque coincide con la esencia del fallo que es la
idea de una justicia que defiende a las empresas y a los bancos frente al
Estado. La mayoría de los integrantes del gabinete son ejecutivos de grandes
empresas y bancos. No han sido formados en la gestión del Estado como expresión
de los intereses del conjunto. Entienden más los intereses de las empresas y
los bancos, que muchas veces son limitados por normativas estatales. Por eso
entienden más los argumentos de los buitres que los del Estado argentino. Para
ellos, no pagarles a los buitres era aislar a la Argentina. En cambio, al
pagarles, Argentina estaría reintegrándose al mundo aunque sea a un costo
altísimo y como si ese fuera todo el mundo. Ellos no fueron perjudicados por la
crisis del 2001, pero tienen que transmitir esa forma de ver el mundo a la
inmensa mayoría de los argentinos que sí la sufrió.
Presentar como alivio o alegría el pago, hacerlo con una urgencia
inusitada sin amagar siquiera una negociación para mejorar las condiciones,
forma parte de una concepción ideológica que los acerca más a los intereses de
los fondos de inversión más usureros que litigan contra Argentina que a los
intereses del Estado argentino. Para ellos es alivio y alegría porque implica
también reabrir el negocio de la deuda que desde 2001 estaba muy limitado y que
enriquece al mundo de los bancos con el que están relacionados. Es el mundo del
cual ellos decían que Argentina estaba aislada, como si se tratara de todo el
mundo o del único posible. Para el argentino común se trata de un recorrido que
ya hizo, se abre un horizonte difícil. Si mira hacia atrás en su propia
experiencia, tiene más motivos para alarmarse que para alegrarse. El
oficialismo parcializa la mirada hacia atrás, el único pasado al que se puede
referir es a los gobiernos kirchneristas. Y presenta el pago a los buitres como
si se tratara de liberar el lastre que nos impide avanzar hacia un futuro
luminoso. Hay una disputa política y mediática por el sentido de la deuda. Para
el oficialismo, no se necesita mirar el 2001. No hubo crisis de la deuda.
Estamos mal porque el kirchnerismo mantuvo el default con los buitres. La
memoria se recorta en ese punto. Es una disputa en el plano de lo simbólico
pero donde los ganadores y los perdedores viven en el plano de lo material, en
el más material de todos, que es el de los bolsillos. El endeudamiento como
está planteado por el gobierno macrista, que en pocos días está tomando deuda
por 20 mil millones de dólares para pagar deuda y que espera colocar otros 50
mil millones en los meses que vienen, será la ruina para el país. Implicará el
derrumbe de la pequeña y mediana industria que ya tiene problemas graves; la
pérdida de millones de puestos de trabajo, que ya en pocos días suman más de
cien mil, y la caída de los salarios, que ya sobrellevan una inflación del 40
por ciento y una devaluación del 60 por ciento.
En una semana se pudieron visualizar con mucha claridad las disputas
simbólicas y mediáticas por el sentido de la violencia política y de la deuda
externa. Y no es casual, porque las dos van unidas en la realidad. El conflicto
social que implica el sobreendeudamiento y los grandes negociados de la deuda,
siempre ha sido antagonizado con represión.
*Publicado en Página12
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