Imagen Página12 |
La huella que sigue la acción
de gobierno puede ser expresada con la fórmula “todo lo anormal debe ser
rápidamente extirpado”. Los medios adictos –es decir casi todos– presentan la
anormalidad bajo la forma de un supuesto crecimiento del gasto estatal a causa
de la designación de empleados públicos en la última etapa del gobierno de
Cristina, lo que se está empleando como argumento para darles tinte moralista a
las cesantías masivas en el sector. Esto no es el fondo del asunto. El fondo
es, efectivamente, en qué consiste la anormalidad. Lo normal en la historia de
este país es la represión policial de las manifestaciones populares, el
endeudamiento externo, la concentración de los medios de comunicación, los
bajos salarios, la desocupación y, sobre todo, el control de los grupos
poderosos sobre el accionar de cualquier gobierno. Sería exagerado poner un
signo de igualdad de todas las presidencias democráticas anteriores al
kirchnerismo en cada una de las materias, pero el contraste entre la
experiencia de estos doce años y las presidencias anteriores tomadas en su
conjunto es innegable en cada una de ellas. No se trata, hay que insistir, de
que no existan aspectos de la llamada “herencia” que merezcan legítimas
críticas: la diferencia kirchnerista no se explica por ese lado sino más bien
por las alteraciones de esas normalidades a las que podrían agregarse muchas
más. Esa diferencia kirchnerista, esa anormalidad es la que hoy está en el
centro de la disputa política.
La anormalidad kirchnerista atravesó la política, la reestructuró
completamente. Y la referencia no es a ese tipo de reestructuraciones que
proclaman las ideas políticamente correctas y que suelen referirse mayormente a
cuestiones morales. La reestructuración consiste en el principio de división
que instaló en el centro: a partir del kirchnerismo las variantes conservadoras
y progresistas, los neoliberales y los socialdemócratas, tendieron a converger
en el cuadrante opositor de la política. Mientras unos decían “es un atropello
del Estado que quiere matar la libertad de mercado”, los otros decían “es una
simulación política que, en realidad, deja las cosas como estuvieron siempre”.
Sin esa concurrencia no puede explicarse la política de estos años. La
reestructuración consiste en la colocación en el centro de la construcción de
posiciones e identidades políticas de la cuestión misma de la política; es
decir su estatuto rector de la convivencia ciudadana, su autonomía (siempre
relativa) respecto de poderes formados al exterior de la voluntad popular, su
capacidad de transformación soberana del mundo. Sin esa recuperación de soberanía
de la política no se habrían desarrollado los enconos que vivimos. El encono
era y es el de lo normal contra lo anormal. Lo normal se presenta como la
recuperación del diálogo y la tolerancia; lo anormal como beneficiario de lo
que ha cambiado en la realidad efectiva.
Por eso estos meses son los del lanzamiento del proceso de
normalización nacional. Se normalizan las reparticiones públicas, las
relaciones internacionales, la función del Banco Central, el sistema de medios,
la composición de la Corte Suprema, el papel de la policía en la calle. Hay una
entre todas las normalizaciones que es la principal, la de la disputa política.
Pues bien, esa normalización consiste en la expulsión de ese virus extraño que
la enfermó y le hizo perder previsibilidad, el kirchnerismo. Hay que construir
un pluralismo de partidos que comparta “valores democráticos y pluralistas” y
que compita alrededor de temas puntuales sobre las que cada uno reivindique
capacidad de acción. Que los partidos vuelvan a competir en los arrabales y no
en el centro de la política. Así es, se dice, en los países serios, como los
europeos. Justamente, los procesos políticos de la región en la última década y
las fuerzas populares surgidas en Europa desde fuera del sistema convencional
de partidos aparecen como episodios de la crisis de ese sistema. El
establishment neoliberal logró que el mundo interprete el fracaso del
socialismo soviético y las disfuncionalidades de la economía capitalista en
términos de represión de las libertades; entre las libertades una sola, la de
mercado, organiza al mundo global. Y no casualmente todo lo que se opone a la
omnipotencia del mercado es presentado como la gran amenaza contra la libertad.
Por eso, el programa de la derecha tiene en el centro la cuestión de la normalización
del sistema de fuerzas políticas. En este caso no hace falta inventar un nuevo
patrón de interacción política, sino de volver al anterior, que hoy sería una
versión renovada del viejo bipartidismo, con el macrismo reemplazando al
radicalismo y usándolo como herramienta electoral mientras no pueda construir
recursos propios suficientes. De modo que la cuestión es, como no podría ser de
otra manera, el peronismo.
La normalización peronista tiene dos segmentos inquietantes: uno es el
kirchnerismo, el otro es el que está afuera de la estructura justicialista y
compitió contra el PJ conducido por Néstor y Cristina. En el medio de esos dos
segmentos hay un sector de la actual estructura justicialista que quiere
constituirse como nuevo centro político, sobre la base de sus posiciones
dirigentes en un conjunto de provincias; es un centro heterogéneo cuya
dirección también está en disputa. El macrismo actúa fuertemente sobre estas
tensiones. Golpea lo más brutalmente posible al kirchnerismo y establece la
lista de premios correspondientes a quienes estén dispuestos a despegarse de él
bajo la fórmula de la convivencia democrática, los usos parlamentarios, el
federalismo y otras nobles causas. Todo bajo el cuidado de que el operativo no
termine confluyendo en la figura de Massa. Desde diversos sectores –incluidos
dirigentes que apoyaron fuertemente al kirchnerismo– se agita dramáticamente la
cuestión de la unidad del peronismo. Lo primero que surge es la razonabilidad
de la preocupación: toda derrota electoral de un movimiento con el peso popular
del peronismo tiende a acentuar las diferencias internas y a fragmentar su
conducción. Hasta allí una cuestión razonable. El problema radica en que la
unidad se convierta en objetivo excluyente y no esté acompañado por la pregunta
sobre el para qué de esa unidad. La unidad tiene una racionalidad política que
es la de la creación de condiciones para el triunfo de la causa común. Pero
tropieza con dificultades si no logra especificar cuál esa causa común. Y esa
precisión es crítica porque la discusión del peronismo no se produce fuera del
tiempo político ni histórico. La deliberación tiene que dar cuenta de un
balance, de un juicio sobre el proyecto político que gobernó desde 2003, está
obligado a apropiarse de una interpretación de esta experiencia en términos que
den claridad sobre cuál es la propuesta futura del movimiento. Esa propuesta no
tiene mucho para elegir en el medio entre recuperación crítica y profundización
de la experiencia kirchnerista o readaptación del peronismo a la lógica de un
bipartidismo que no vuelva a comprometer la normalidad política en el país.
Cuando se habla de la discusión del peronismo, se habla principalmente
de la que se desarrolla en los órganos del PJ. Esa discusión ya está abierta e
irá conduciendo a definiciones de aquí a pocos meses. Pero hay otra discusión o
más precisamente otro escenario de la discusión. Es la que transcurre de
múltiples maneras entre quienes construyeron su identidad política –o la reconstruyeron
críticamente– durante los años del kirchnerismo en el gobierno. No es un ente
extraño al peronismo. No es un grupo de izquierda radicalizado que se infiltró.
Se puede arriesgar que su procedencia mayoritaria es el peronismo y que su
relación con esa procedencia fue resignificada por la experiencia de la última
etapa, después del episodio menemista. Hay una parte de este conglomerado que
forma parte orgánica de las estructuras del PJ, otra que milita en los nuevos
espacios que se fueron creando en el último período y hay quienes se han sumado
desde el nuevo fenómeno de las “autoconvocatorias” que recorren el país y se
convierten en un actor político en sí mismo.
Hay quien quiere interpretar la movilización popular de estos días
como un estremecimiento de minorías intensas, poco menos que como una catarsis
colectiva. Acostumbrados a ver la novedad con los mapas analíticos del pasado,
se remiten a tiempos de agitación callejera protagonizada por grupos
minoritarios radicalizados. Los medios, por su parte, presentan la cuestión
como producto de sectores reducidos del “ultrakirchnerismo”. Es muy
problemática la definición de ultraísmo para quienes se muestran como los
sectores más activos de una coalición político-social que gobernó al país más
de una década en una orientación antagónica con buena parte del resto de la
historia más o menos reciente. Las movilizaciones en las plazas constituyen un
nuevo actor político. Y por eso está en juego cómo son comprendidas por los
sectores que en la discusión peronista participan a favor de la continuidad del
compromiso del movimiento con el proceso transformador hoy interrumpido. Si se
mira estas movilizaciones con desdén, si se desconfía de ellas o se las
desvaloriza como fenómeno político, puede favorecerse a quienes impulsan la
reconversión del movimiento hacia la normalidad neoliberal, lo que es una forma
de revivir en nuevas condiciones el imaginario menemista. El silencio y la
pasividad popular son los mejores aliados de esa reconversión regresiva del
peronismo, envuelta en el decorado del pragmatismo y la defensa de la unidad
del movimiento.
No hay por qué contraponer la iniciativa popular con las estructuras
orgánicas, a no ser que estas últimas se autoperciban como custodios de una
corporación burocrática, autocentrada y separada del cuerpo social. En estos
primeros días de gobierno neoliberal, que se ve a sí mismo como portador de un
nuevo régimen político, la movilización callejera ha sido el animador principal
y casi excluyente de la oposición al accionar ilegal y tendencialmente violento
del nuevo gobierno, sin proponerse como estructura alternativa a las que
componen el FpV, sino rodeada de las referencias políticas que mejor expresan
sus demandas.
*Publicado en Pagina12
No hay comentarios:
Publicar un comentario