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La militancia de dirigentes de
la DAIA o la AMIA en la Propuesta Republicana de Maurizio Macrì irrita a los
argentinos judíos que no se sienten representados por esas instituciones ni ese
partido político. Pero vista en perspectiva histórica debería celebrarse esta
salida del closet como un avance hacia formas democráticas de representación de
las posiciones de derecha, superador de la abierta complicidad con la dictadura
militar y la represión clandestina en que incurrió la generación anterior de
líderes de la DAIA. Lo que no es admisible es que descalifiquen a sus críticos
como antisemitas o, si son judíos, los desestimen con rudimentario
psicologismo: se odian a sí mismos (sic).
En junio de 1976, cuando un hijo del Comandante del Cuerpo III de
Ejército de Córdoba murió en un accidente, la DAIA le envió un telegrama de
pésame firmado por su presidente y su secretario de entonces Nehemias Resnizky
y Ricardo Gordon. Le comunicaron a Luciano Benjamín Menéndez “sus más sentidas
condolencias en tan dolorosas circunstancias”. En junio de 1979, Resnizky y el
secretario de la DAIA, Daniel Levy, se reunieron con el ex ministro
estadounidense de relaciones exteriores Henry Kissinger. La información de la
DAIA publicada por Clarín sostiene que le informaron que la colectividad judía
“desarrolla con entera libertad sus actividades” y que en el país sólo existen
“minúsculos grupos antisemitas”. También se manifestaron preocupados “ante
versiones distorsionadas o falsas que sobre la real situación de la comunidad
judía vierten grupos ajenos a ella o que responden a intereses ajenos a la
judeidad”. Es decir, quienes denunciaban la escalada antisemita que condujo al
secuestro por el Ejército de Jacobo Timerman y la familia Graiver y al especial
ensañamiento con los judíos en los campos clandestinos de concentración. En un
documento interno de la DAIA se desarrolla con mayor precisión este
razonamiento: hubo grupos antisemitas que intentaron aprovechar el Caso
Graiver, del que no responsabiliza al gobierno militar, y “derivar hacia los
judíos la responsabilidad por los problemas del país”. Pero la DAIA los
denunció y “los órganos periodísticos tradicionales tomaron conciencia” y
publicaron “edificantes comentarios editoriales contra quienes estaban
cabalgando para enturbiar el proceso, socavar los cimientos de la unidad
nacional”. Sobre todo, destaca que “el presidente de la República manifestó
claramente que no se puede imputar a una clase, raza o religión la responsabilidad
de los procesos que vivía el país”. También encomió al dictador Jorge Videla
por haber dicho en Estados Unidos que “el pueblo argentino no tiene vocación
por el nazismo. Nacimos libres y luchamos por la libertad”. Para la DAIA no
había que sobredimensionaar o distorsionar ese antisemitismo de pequeños grupos
para que no “nos confunda en la evaluación y nos haga errar en la búsqueda de
una terapia adecuada”. Esa terapia es “prudencia, equilibrio y sentido crítico,
cautela y meditación”, dado lo complejo de la situación argentina “que fue
azotada no hace mucho por el caos, la subversión y la hiperinflación”. En 1977,
la DAIA entregó a la Armada cinco mil ejemplares de una biografía elemental del
almirante Guillermo Brown, redactada por Marcos Aguinis, quien participó en la
ceremonia junto al almirante Armando Lambruschini. Cuando esto se hizo público,
en 2009, Aguinis dijo que lo hizo para “gestionar el paradero y la libertad de
gente desaparecida”. Su propósito era que la obra llegase “a todos los mandos
y, fundamentalmente, a los sitios de detención”. La idea implícita es que si
los jefes de la ESMA recibían su hagiografía escolar de Brown se apiadarían de
sus prisioneros judíos. Aguinis toma su fantasía por realidad y se alegra de
haber contribuido desde su supuesta “trinchera de escritor a salvar varias
vidas”, afirmación de la que no brinda detalles que permitan verificarlo. Todo
esto explica muchas posiciones recientes. Aguinis, que creía posible la lectura
de su libro en la ESMA, comparó al actual gobierno con el nazismo. El
secretario general de la DAIA durante la presidencia de Aldo Donzis, Fabián
Galante, propuso una declaración de repudio como son habituales en este tipo de
casos, pero la Comisión Directiva lo desautorizó. Su situación se tornó
insostenible cuando preguntó por qué la DAIA debería seguir siempre la línea
política del gobierno de Israel. Galante dejó de asistir a sus reuniones.
Durante la gestión de Elbaum como director ejecutivo, la DAIA le encomendó que
se reuniera con los familiares de detenidos-desaparecidos judíos y elaborara
con ellos un documento en el que se les pidiera perdón. Un primer borrador se
redactó con participación de Vera Jarach, Marcos Weinstein y Daniel
Tarnopolsky. Una vez concluido, Donzis desistió de firmarlo. Su mandato terminó
mal, cuando una sobrina lo denunció por abuso sexual a sus 18 años. Durante la
campaña electoral de 2013, el actual presidente Julio Schlosser y sus laderos
Wolff y Knoblovits se comprometieron a pedir perdón a los familiares de las
víctimas. El documento decía que así como lo había hecho el Estado argentino,
también la DAIA pediría perdón a las víctimas de la represión “por lo que no
supo, no quiso o no pudo hacer. Nunca es tarde para que una institución pueda
revisar su pasado y para asumir errores. La dignidad humana merece la valentía
de reconocer la verdad”. Schlosser dijo que no lo firmaría para no ofender a
los dirigentes de entonces; Wolff y Knoblovits que no pedirían perdón por algo
que ellos no habían hecho.
*Publicado en Página12
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