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La noción de “cisne negro”
recuperada de la tradición filosófica clásica por Nassim Taleb, un ensayista
libanés radicado en Estados Unidos, tiene su principal interés práctico en la
rigurosa refutación de la posibilidad de las ciencias sociales –especialmente
de una que no se reconoce como tal, la ciencia económica– de predecir rigurosamente
los acontecimientos futuros. El cisne negro es un acontecimiento inesperado que
produce un alto impacto social y que modifica el punto de vista predominante
sobre la situación antes de su aparición e incluso transforma
retrospectivamente la interpretación de esa situación; el lugar del ave
imaginaria es el de poner en crisis los pronósticos de los técnicos y
científicos dedicados a estudiar las leyes del comportamiento humano en un
lugar y en una fecha determinada. Un cisne negro fue, por ejemplo, el atentado
de Atocha en Madrid del 11 de marzo de 2004; según una hipótesis bastante
generalizada y nunca comprobada el hecho y sus derivaciones políticas
inmediatas modificaron el panorama de las inmediatas elecciones en ese país en
contra del PP y a favor del PSOE.
La referencia libresca viene a cuento para hablar de la desopilante
utilización de la idea de Taleb que hace el editorialista de La Nación el
último 9 de julio para ejercer un don que hasta ahora no tiene antecedentes: la
previsión de un hecho imprevisible. El redactor corporativo hace una pirueta
verbal de antología; dice que “el ave que sobrevuela podría no posarse nunca”
(sic). Lo cierto es que si se lo puede ver y no se posa nunca no es un cisne
negro, es otra cosa. La Nación no discute teoría política. Lo que hace es
construir un cuadro de la actual situación política, registrar la existencia de
un clima predominante muy favorable a la continuidad del proyecto político hoy
gobernante y detectar los posibles puntos de conflicto que podrían conducir a
una crisis, jerarquizarlos internamente y proponer un curso de acción
haciéndolo pasar como una tendencia inevitable de la economía. Con Taleb no
tiene nada que ver. ¿Por qué entonces el uso de la metáfora zoológica? Claro
está, para señalar de modo que no quepa duda que solamente un suceso de gran
potencial desorganizador y destructivo puede modificar el rumbo de los
acontecimientos. Y que ese acontecimiento solamente puede suceder en un área,
la cuestión económica y particularmente en la moneda. “El cisne negro del que
nos ocupamos aquí es una situación de pérdida de control de la conducción
económica que produzca una reacción social caótica. Es, por ejemplo, el caso de
una corrida cambiaria que lleve a imponer un corralito de depósitos y a acentuar
el cepo cambiario”, dice, sin pudor alguno, el editorialista.
Durante la última semana pareció que en la Argentina la mayoría de los
cisnes son negros. Una delegación de la policía de la ciudad de Buenos Aires
ejecutó una orden de un juez federal, Bonadio, para allanar la inmobiliaria de
Máximo Kirchner en Santa Cruz. El domicilio de Víctor Hugo Morales fue
sorpresivamente ocupado con el justificativo de un embargo dictado en la causa
que lo enfrenta con Cablevisión; un episodio en el que se empleó la violencia
simbólica y el mal trato personal y en el que participó el abogado del grupo
Clarín. Apartado de la causa de Hotesur, Bonadio disparó una serie de nuevos
allanamientos dirigidos en este caso contra el ministro Julio De Vido. Como al
pasar digamos que a este juez solamente lo mantiene en su cargo el tácito
respaldo de los miembros de la oposición en el Consejo de la Magistratura; todo
un antecedente de la relación de un sector de la clase política con lo más
desprestigiado de la corporación judicial. El hecho que se quiere remarcar aquí
es que el bloque político enfrentado al curso del gobierno de estos años está
impulsando una nueva ofensiva para revisar en la práctica lo que es una
conquista histórica de la democracia argentina: la de impedir, como se logró en
estos años, que la capacidad de fuego de los sectores concentrados de la
economía produzca una crisis política y la alteración de los tiempos
institucionales como camino a una plena imposición de sus planes. Este parece
ser el bien principal a defender en los meses que viene, el derecho del pueblo
argentino a decidir su futuro por medio del voto en condiciones de orden y
tranquilidad pública.
Es casi totalmente evidente que la línea de ataque principal será la
económico-financiera, tal como la expresa el mencionado editorial de La Nación.
En primer lugar porque es el área en el que se concentra el poder de decisión
de los promotores del caos. Tienen ahí su poder de fuego que es el de capacidad
para provocar situaciones conflictivas a partir de la especulación monetaria.
En segundo lugar porque una corrida cambiaria tiene el impacto negativo
inmediato en la vida cotidiana de las personas y repercute directamente en la
relación entre las personas y la política. Y lo principal es que hechos de esa naturaleza
repercuten en la calle, afectan el orden público, según nos lo enseña una
experiencia desgraciadamente abundante en las últimas décadas y sería la mejor
ocasión para poner en escena otra de las premisas de la derecha para generar
una crisis. ¿Dónde está la clave del éxito o del fracaso del plan? Por cierto
hay un aspecto, digamos así “objetivo” de la cuestión que es el control de las
variables que pueden concurrir o no en la creación del desorden. Pero muy
entrecruzada con la cuestión político-operativa está lo que es siempre la clave
de los acontecimientos políticos: el clima social, las llamadas “expectativas”
económicas o de otro orden que no son otra cosa que un objeto de disputa de
poder. Quien imponga políticamente las expectativas predominantes será el dueño
de la escena. La presión mediática va a crecer exponencialmente en la etapa que
viene. Y no solamente de aquí a octubre, también en el caso de la asunción de
un nuevo gobierno que necesite ser “ayudado” y “bien aconsejado” sobre sus decisiones
inmediatas. Hasta podría decirse que, en una medida, la presión aumentará
cualquiera sea el resultado de la elección. Porque sería muy difícil para
cualquier gobierno invertir el curso de las políticas públicas en el sentido
exigido por el establishment –devaluación, ajuste salvaje, nuevo endeudamiento,
reducción de costos para el gran capital– sin el prólogo del desorden económico
y político que lo mostrara como inevitable.
La existencia entre los poderosos del mundo de un clima absolutamente
intolerante con cualquier forma de resistencia a la línea de acumulación
ilimitada de sus ganancias queda evidenciada por una mirada rápida por los
recientes acontecimientos. El eje de los conflictos se ha extendido; no es
solamente contra el gobierno de Venezuela, y Ecuador –dos países que viven
etapas particularmente tensas del conflicto– ni es en la presión contra el
gobierno de Evo Morales y la ya estabilizada línea de desestabilización en
nuestro país: la fiereza conservadora del neoliberalismo se ha mostrado de modo
descarnado en la manera en que Alemania torció el brazo del gobierno popular de
Grecia y lo obligó a aceptar bajo la forma de un “acuerdo” la sumisión
neocolonial de ese país y la destrucción de su tejido social. El establishment
político-financiero-mediático global no es, como suele representárselo, un
“círculo” de caballeros educados y adinerados que buscan influir en la política
a favor de sus intereses: es un complejo de fuerzas, estructuras de poder y
orientaciones estratégicas dispuesto a emplear cualquier medio en defensa de su
dominación. Si hay algo importante en esta última década larga en el país y en
el mundo es la ilustración cabal de cuál es la línea divisoria central en la
lucha por el futuro. Queda cada vez más claro que la divisoria
democracia-autoritarismo solamente funciona si se discuten adecuadamente los
significados de esos términos. ¿Qué otra cosa que no sea autoritarismo es lo
que acaba de revelar el conflicto entre Grecia y la troika hegemonizada por
Alemania? ¿A qué se le puede llamar democracia en Europa, después de la brutal
represalia de la Unión contra un país que acababa de expresar su voluntad de
rechazo al ajuste y a la austeridad? En la prensa hegemónica mundial los
términos de la discusión están sistemáticamente acomodados a la estrategia
política en cuyo nombre hablan. Terroristas son solamente los fanáticos
musulmanes, no las potencias que ocupan países, destruyen ciudades históricas y
matan cientos de miles de civiles. Democráticos son los países que respetan la
seguridad jurídica (la tasa de ganancia) del capital aunque para eso tengan que
condenar a la miseria a gran parte de sus habitantes. Autoritarios son los que
consideran que la democracia es el derecho de autogobernarse haciendo pesar el
número por encima del dinero. En la discusión de ese diccionario, en la visión
del mundo que de esa discusión derive está la posibilidad de un futuro.
En los días que siguen esa tensión se intensificará entre nosotros. Se
pretenderá instalar entre nosotros que es inevitable la crisis y el ajuste. Que
así lo dicen las leyes económicas y que nadie puede hacer nada contra ellas.
Nosotros, en última instancia, seremos quienes decidiremos.
*Publicado en Página12
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