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El voto no tiene un solo dios,
una sola explicación. Hay varias y, según el candidato, algunas de ellas
gravitan más que las otras. Se puede decir que en el voto porteño confluyen
tres universos argumentales: el de los contenidos culturales y simbólicos, el
de la gestión y la problemática local y los temas de proyección nacional. Pero
además hay tres tipos de elección: las PASO, las distritales o provinciales y
las nacionales. Y cada una de ellas combina esos argumentos de modo diferente.
Se dice que el voto porteño es ideológico en referencia a que se define
fundamentalmente por ese debate nacional. Sería un voto K o anti K. Es real en
parte y es real también que amplios sectores de las clases medias porteñas han
optado en otras oportunidades por un voto conservador que las terminó
perjudicando, pero también es cierto que esa descripción es demasiado
absolutista si no tiene en cuenta que en elecciones anteriores hubo mucho voto
cruzado del tipo Macri-Cristina, una opción local y otra antagónica en el plano
del país.
En las primarias, el programa de gobierno no es el eje de las campañas
porque la competencia central es con un aliado que debería llevar adelante un
programa parecido. Cada quien busca instalar un perfil. Mauricio Macri priorizó
desde el comienzo de su carrera esa línea de acción. Muy guionado y muy
asesorado, antes que mostrar gestión en el discurso o meterse en el debate
nacional, prefirió construir un sujeto emisor con un perfil que lleva implícito
el mensaje. Tiene una gran ventaja porque fue presidente de Boca y porque
cuenta a su favor con los poderosos multimedia que son las grandes usinas de
contenidos simbólicos.
En estas PASO, los candidatos del PRO no hicieron eje en lo que se
podría mostrar como aspectos exitosos de la gestión. No mostraron el metrobus o
las bicisendas ni el nuevo edificio del gobierno de la ciudad. Y el mismo Macri
que ya está en campaña presidencial no habla de economía más que para moverse
en sendas más trilladas por la demagogia como promesas de levantar el cepo al
dólar o sacar las retenciones, al mismo tiempo que mantiene paritarias y la
Asignación Universal por Hijo.
El gobierno de la ciudad de Buenos Aires ha triplicado su gasto en
publicidad y es el que proporcionalmente le asigna más presupuesto comparado
con otros, incluyendo al gobierno nacional. Macri tiene espacio preferencial en
la televisión y puede dosificar los momentos en que aparece. Cuando va, no
profundiza cuestiones sobre economía o sobre problemáticas sociales, prefiere
las generalidades, sus entrevistadores siempre son excesivamente concesivos con
él y le aceptan un trato lleno de guiños y complicidades que también está
exigido por los asesores: Mauricio es un buen amigo sabio al que hay que
prestarle atención y cuando lo critican tienen que victimizarlo. Lleva a su esposa
y habla de su hija, juega, intercambia miradas, busca identificación, como una
escena teatral donde hay actores frente a un público. Aunque resulta obvia la
complicidad genuflexa de los entrevistadores, aunque sea mal actor, aunque sea
transparente que es artificial, es el mismo mecanismo de los festejos. Está
implícito en la escena planteada por el PRO que un ser humano es lo opuesto a
un ser político. Ellos remarcan que no son políticos, que son seres humanos y
en público no se tratan entre ellos como personas que integran el mismo partido
político, sino como socios domingueros del mismo club de tenis. Sin embargo el
hecho más deshonesto de la política en la ciudad lo cometió el PRO cuando le
puso el color distintivo partidario al gobierno de la CABA. De la noche a la
mañana toda la ciudad estaba pintada de amarillo, que era el color con el que
habían hecho campaña electoral. Si lo hubiera hecho otra fuerza habría sido
fulminada al día siguiente. Pero el PRO consiguió construir un actor político
que resulta creíble para amplios sectores de la sociedad porteña y desde esa
credibilidad tiene impunidad para hacer trampa.
La experiencia de las PASO indica que en esta elección tiene peso la
línea argumental en el plano simbólico cultural, de instalación de candidatos a
partir de sus perfiles, identificaciones, afinidades, personalidad, familia,
antecedentes, experiencia, vida cotidiana, gustos. Esa zona siempre es la
preferida para el PRO y coincide en que las PASO también le asignan un
protagonismo importante. Para el PRO es así en todas las elecciones y casi como
argumento excluyente. En contrapartida, los candidatos del Frente para la
Victoria asumieron estas PASO como si fuera solamente una competencia con el
PRO y que de esa competencia surgiría naturalmente la instalación de los
candidatos, pero subestimaron el otro plano del mensaje. Los funcionarios y
dirigentes del PRO provienen de una élite de gerentes empresarios, miembros del
Opus o señores tecnócratas y aunque sea evidente que no lo hacen en sus vidas
privadas, el asesor de campaña los obliga a dar saltitos en el escenario para
festejar y proyectar una imagen opuesta a lo que son, pero que electoralmente
es más taquillera.
A los candidatos del Frente para la Victoria les faltó más de ese
aspecto. Chacho Alvarez era imbatible en la CABA. No sobreactuaba, pero todo el
mundo sabía que vivía en un departamento ascético de Palermo y que su
restaurante preferido era una parrilla del barrio. Martín Lousteau no fue
elegido candidato por haber sido el autor de la Resolución 125 como ministro
kirchnerista, sino porque su figura estaba instalada públicamente a través de
la red mediática del chimento y el espectáculo –la más popular después de la
deportiva– por sus noviazgos con bellas actrices y jóvenes estrellitas. Es
mucho más conocido como joven galán inteligente, que Mariano Recalde como
militante y presidente de Aerolíneas.
Proyectar más o menos empatía no gana las elecciones, pero seguramente
suma algunos puntos que pueden hacer diferencia. Cuando se instala un medio de
comunicación, el esfuerzo principal inicial es hacerlo creíble. En muchos
casos, se trata nada más que de técnicas de construcción de la información o la
construcción de determinados prestigios y empatías publicitarias como sucede
con las construcciones artificiales que hace el PRO. En otros casos, es un
esfuerzo sobre bases reales. Pero siempre hay una estrategia para construir
credibilidad. Cuando se trata de candidatos, que son una especie de medio para
comunicar un proyecto político, también hay que hacerlo creíble, tiene que
generar identificación y empatía y el ciudadano tiene derecho a conocer a quién
va a votar, no solamente a qué. En ese aspecto, la campaña de los candidatos
del FpV se quedó corta en subjetividad, cocina, calle, fútbol, tablas,
intimidad.
Son enfoques complementarios. No se pueden poner en el centro de la
escena, aunque de por sí la ocupen a veces en el imaginario de la sociedad.
Todo se convierte en una gran mentira cuando ese constructo tiene el suficiente
poder como para promover que un grupo social actúe en contra de sus propios
intereses. Pero resaltar los aspectos personales más simpáticos o destacables
de la vida cotidiana de los candidatos es una forma de mensaje políticamente
legítima.
Por el contrario, la idea de los publicitarios es construir al
candidato como un sujeto que no formula sino que insinúa el mensaje a partir de
sus perfiles, de sus actitudes, sus guiños y complicidades con la platea. Y es
el público –que en esa técnica dejó de ser ciudadano—, el que va llenando esos
vacíos con sus propias expectativas. La figurita que se arma es una ilusión del
público, un producto publicitario con una mínima base de realidad.
La idea de un activador político, en cambio, tendría que ser la de promover
al candidato más coherente con el mensaje que se quiere proponer. Pero no para
después ocultarlo detrás del mensaje, sino también para mostrarlo y destacar
esa coherencia. Y como fuerza política sucede lo mismo. En el viejo peronismo,
los candidatos iban en camisa arremangada y había más camperas que trajes y
corbatas porque la idea que se proponía a la sociedad era la del hombre de
trabajo. Los tiempos y los paradigmas han cambiado pero lo que sigue igual es
que la política no es solamente el programa y las propuestas.
*Publicado en Página12
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