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viernes, 3 de abril de 2015

¿CUÁNTO PERDIÓ EVO?

Imagen Telam
Por Federico Vázquez*

Las elecciones regionales de Bolivia del domingo pasado muestran resultados interesantes. Desde ya, algunos medios comenzaron a instalar la exótica idea de que Evo Morales, quien fue votado por el 61% de los bolivianos en octubre pasado, repentinamente fue “noqueado” por esa misma sociedad. Sin embargo, una mirada comparada de los distintos procesos políticos de la región, muestra que el comportamiento electoral de las sociedades sudamericanas es más sofisticado y, al mismo tiempo, entendible.
Hay, al menos, dos puntos interesantes en la elección boliviana. Uno de ellos es que se ratifica una dinámica de “nacionalización” del voto del MAS, superando la instancia previa, donde tenía un voto consolidado en el altiplano indígena, pero una pobre inserción en el oriente del país, de población mestiza y mayor poder adquisitivo.
Concretamente, ganó en 6 de los 9 departamentos (provincias) en que se divide el territorio, con la particularidad de que dos de ellos (Beni y Pando) eran parte constitutiva de la vieja “media luna” opositora donde había gobiernos locales tan opositores que llegaron a intentar una secesión del resto del país. Esa media luna ya no existe, el MAS la perforó, no sólo en esos dos departamentos: en Santa Cruz, donde el domingo fue reelecto el gobernador opositor Rubén Costas, en octubre pasado Evo Morales fue el candidato presidencial más votado, con el 49%.
No se trató de un resultado al azar: luego de vencer al frente destituyente de la Media Luna en el 2009, lograr ratificar la nueva Constitución, y de pactar algunas reformas con la oposición, Evo llevó adelante una agenda positiva para la región oriental, con muchas obras de infraestructura e incluso tuvo un acercamiento con el empresariado de Santa Cruz. Es decir, después de derrotarlos políticamente, los sumó de forma subordinada a su proyecto de poder.
Pero esta nacionalización electoral implica también una pérdida relativa de votos en los bastiones históricos, algo que ya se había visto en la elección de octubre, y que se ratifica esta vez, con algo más de dramatismo por la pérdida de la ciudad de El Alto, donde el MAS había sido invencible desde 2005.
Se trata de una dinámica que, por ejemplo, también vive el PT en Brasil, que a lo largo de estos años en el poder tuvo un corrimiento de sus bases de apoyo, de las tradicionales obreras de los cinturones fabriles de San Pablo, hacia el nordeste. Ese trasvasamiento también le implicó perder puntos en su cuna electoral.
En definitiva, si se ven a estos procesos como una película, las nacionalizaciones de las fuerzas políticas son siempre una ganancia para la perdurabilidad de los proyectos de cambio: logran sumar electorados que le eran adversos, ganan en la diversidad de las agendas de gobierno y consolidan a los oficialismos como el centro del tablero político, mientras las oposiciones suelen fragmentarse y deben contentarse con gobernar algunas regiones, volviéndose, al fin de cuentas, oposiciones “locales”.
El otro dato de la elección es que dos de los líderes que asestaron derrotas al MAS en el bastión de La Paz habían sido aliados de Evo Morales. Félix Patzi, quien ganó la gobernación de La Paz, fue ministro de educación del gobierno de Morales durante su primer mandato. Luego de una denuncia por manejar alcoholizado que terminó en una sanción bajo la ley indígena de construir mil ladrillos de adobe, fue expulsado del MAS.
Patzi es un sociólogo aimara que denuncia al gobierno de Morales por “usar al indígena como folclore, sin respetar sus instituciones” y privilegiar una “visión de izquierda tradicional, muy sesgada”. Por otro lado, quien ganó la alcaldía de la ciudad de La Paz, Luis Revilla, pertenecía al extinto Movimiento Sin Miedo, que conducía Juan del Granado, aliado de Morales durante los primeros años de gobierno.
La derrota más sorprendente y alejada del sistema de ideas que comenzó a ser mayoritario en Bolivia a partir de 2005 fue sin dudas la de la ciudad de El Alto, bastión no sólo del MAS, sino de las luchas contra las privatizaciones de la era neoliberal que desembocaron en la caída del gobierno de Sánchez de Losada en 2002.
La nueva alcaldesa, Soledad Chapetón, pertenece a un partido claramente conservador, Unión Nacional, del empresario Samuel Doria Medina, que en octubre pasado compitió en la elección presidencial contra Evo Morales, quedando segundo a casi 40 puntos de distancia.
Más que una disputa al liderazgo de Morales lo que parecen dejar las elecciones bolivianas es una división de roles muy clara: el oficialismo como fuerza hegemónica del tablero nacional (con el control del gobierno central y el Congreso) y una oposición que encuentra en expresiones locales, con liderazgos renovados e ideológicamente dispersos, una llave para reiniciar una lenta construcción de legitimidad política.
Al igual que el resto de los electorados sudamericanos, el boliviano deja ver un comportamiento mucho más fino y sutil que el que le endilgan algunos analistas. Vota de forma contundente y plebiscitaria en las elecciones generales donde se define el gobierno (es decir, las políticas macro que afectan a las fuentes laborales, la infraestructura, la cobertura social, etc.) y busca una mayor diversidad, contrapesos, y castigos puntuales a las gestiones locales en las elecciones que tienen ese mismo tenor.

Algo bastante sencillo y evidente, salvo para quienes quieren encontrar en cada coyuntura electoral, nacional o regional, el mil veces anunciado “fin de ciclo”.

*Publicado en Telam

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