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El más terrible de
todos los sentimientos es el sentimiento de tener la esperanza muerta.
Federico García Lorca
Federico García Lorca
Cuenta la mitología griega que Sísifo, el más sabio y astuto de los mortales,
se atrevió a desafiar a los dioses y a la muerte siendo castigado con la
ceguera y condenado por toda la eternidad a empujar una enorme roca hasta la
cima de una montaña. Al llegar a este punto, la roca rodaba cuesta abajo
debiendo entonces Sísifo recomenzar la tarea. Este enorme esfuerzo sin
propósito razonable, repetido una y otra vez a sabiendas de que todo deberá
empezar de nuevo, ha sido desde los griegos metáfora del esfuerzo inútil de una
existencia humana sin esperanza. La tragedia de este personaje del amanecer de
los tiempos condensa el drama que viven hoy día los países en desarrollo
condenados al pago de una deuda externa que crece exponencialmente y los arroja
a un futuro de miseria. Las causas de esta deuda y las razones de su crecimiento
se ocultan tras una espesa telaraña de desinformación e ignorancia. Esto no es
casual. En el mundo actual las estructuras de poder se reproducen anulando toda
esperanza de cambio al ocultar las relaciones de fuerza y los procesos que les
dan origen. De ahí la relevancia histórica del momento actual: el vuelo rasante
de los buitres –tanto externos como locales– ilumina la dinámica de nuestra
deuda externa y su relación con la estructura de poder local y mundial. Esta
dinámica es común a los países en desarrollo, por eso el significado de los
acontecimientos que vivimos trasciende nuestras fronteras y la esperanza de un
mañana distinto se vuelve posible.
En general, se cree que la deuda
pública externa, o deuda soberana, es un medio necesario para obtener los
recursos –bienes de capital, infraestructura, alimentos etc.– indispensables
para el crecimiento económico. Sin embargo, la realidad es otra. La
globalización financiera y las políticas neoliberales aplicadas mundialmente
desde mediados y fines de los ’70 dieron lugar a la apertura de las economías,
a la especulación financiera y al endeudamiento externo. Estos fenómenos no
derivaron en un crecimiento sostenible de las economías en desarrollo. Por otra
parte, las deudas soberanas han precedido a la globalización financiera y se
han asociado a la lógica mundial de la acumulación del capital. Interesa
entonces destacar brevemente los procesos estructurales que han constituido la
“música de fondo” de la globalización financiera. Una música que emana de las estructuras
productivas, las marca a fuego y constituye hoy día el principal obstáculo al
crecimiento en el mundo en desarrollo.
La expansión global de la
acumulación del capital ha dado lugar a la integración compleja de las grandes
corporaciones multinacionales y a una nueva división internacional del trabajo
basada en la desintegración del proceso productivo a nivel local y en su
integración a nivel global en cadenas de valor, cuyos segmentos estratégicos
son controlados por el capital trasnacional. Un conjunto de empresas
multinacionales concentra hoy las decisiones y el poder tecnológico y controla
los sectores más dinámicos de la industria. Al mismo tiempo, existe una enorme
fragmentación y dispersión del proceso productivo a nivel local y los Estados nacionales
pierden progresivamente su capacidad de planificar políticas en su territorio.
Los países en desarrollo se encuentran hoy integrados en cadenas de valor
global y son totalmente vulnerables a decisiones que surgen de la lógica de la
acumulación global del capital trasnacional. Dentro de esta lógica, la
exportación de tecnología juega un rol crucial. La industrialización liderada
por empresas multinacionales genera en los países en desarrollo una demanda
creciente de importación de tecnología incorporada en bienes intermedios y de
capital. Esta necesidad de importaciones no puede ser satisfecha de un modo
sostenible con las divisas obtenidas por las exportaciones de estos países,
basadas en su mayor parte en productos primarios y/o en bienes que, en términos
relativos, tienen escaso valor agregado. Esta “restricción externa” ha dado
lugar a un crecimiento de la deuda soberana contribuyendo su servicio a
potenciar la demanda de divisas y el propio endeudamiento externo. En estas
condiciones, la función exponencial del interés compuesto de los préstamos
explica que la deuda crezca mucho mas rápido de lo que la economía puede
producir. El interés compuesto no pertenece al mundo de lo “real” (producción
de bienes y servicios). Es un fenómeno matemático y su crecimiento exponencial
se rige por las leyes de las matemáticas. La economía de un país está sujeta a
restricciones físicas y cambiantes de diversa índole: desde la tecnología, los
recursos naturales y la energía, hasta el clima, las catástrofes naturales,
etcétera. Las tasas de crecimiento del Producto Bruto son lineales y no pueden
convertirse en un crecimiento exponencial sostenido similar al crecimiento de
la deuda. Este crecimiento dispar de las deudas y las economías lleva
inevitablemente a la refinanciación de las deudas. Estas deudas se transforman
en una bola de nieve imparable y al poco tiempo la suma de intereses
capitalizados supera el monto adeudado inicialmente.
La Argentina muestra vívidamente
el impacto político y económico de estos procesos. El gobierno de Perón puso
fin en 1952 a un ciclo de endeudamiento externo que se inició en los orígenes
de la República. Su derrocamiento militar en 1955 abrió un nuevo ciclo asociado
a las condiciones impuestas por una nueva etapa de acumulación del capital.
Esta acumulación tuvo como eje central el reemplazo de mano de obra por bienes
de capital en la industria y dio lugar al aumento de la concentración del
capital y el creciente control de los sectores más dinámicos de la industria
por parte del capital extranjero. En estas circunstancias, los ciclos de
crecimiento industrial desembocaron en la restricción externa, las crisis
económicas y el endeudamiento externo. Al producirse el golpe militar de 1976
la deuda externa ascendía a 8000 millones de dólares. Las políticas económicas
de la dictadura impulsaron la apertura de la economía, la especulación
financiera y el endeudamiento externo, y profundizaron el control monopólico de
sectores estratégicos de la industria. Hacia 1983 el país debía 45 mil millones
de dólares y el nudo gordiano del desarrollo argentino (ver notas en Página/12:
13/11/2011, 20/1/2014 y 14/3/2014) se había consolidado. Una estructura de
poder basada en el control monopólico de sectores claves de la industria habría
de jaquear a los gobiernos democráticos que se sucedieron tras la dictadura
iniciada en 1976. Mientras los lazos del nudo gordiano: la inflación, la
corrida cambiaria y la restricción externa, reemplazaban a los golpes militares
como mecanismo de desestabilización política, la deuda soberana seguía el
camino de las moratorias y de los refinanciamientos. Desde principios de los
’90, la globalización financiera, las privatizaciones y las políticas
monetarias y financieras de la convertibilidad derivaron en un enorme crecimiento
de la deuda externa. Detrás de la lógica financiera y monetaria de este
endeudamiento, el nudo gordiano continuaba estrechándose. En efecto, lejos de
acabar con la industrialización argentina –como se ha dicho reiteradamente–
estas políticas dieron nuevo impulso al control monopólico sobre sectores clave
de la industria y de la economía aumentando el poder político de las
corporaciones. Dos nuevas reestructuraciones: el “blindaje” y el “megacanje”
derivaron en el default de la deuda externa en el 2001. Por ese entonces, ésta
ascendía a 160.000 millones de dólares.
Finalmente, en 2005 y 2010 la
deuda fue reestructurada con una quita cercana al 70 por ciento de su valor y
una aceptación del 92,4 por ciento. Esta reestructuración ha sido recientemente
jaqueada por la sentencia del juez Griesa, avalada por la Corte Suprema de
Justicia norteamericana. En un fallo sin precedentes en la jurisprudencia
internacional, este juez obligó al país a suspender el pago al 92,4 por ciento
de los acreedores de la deuda reestructurada hasta tanto no se pague lo que
supuestamente se debe al uno por ciento de los acreedores –los llamados fondos
buitre– que habiendo comprado en el 2008 bonos de la deuda defolteada por valor
de 45 millones de dólares no aceptaron la reestructuración y litigaron. En la
práctica, esta sentencia pone a la Argentina al borde del abismo. Si la acepta,
viola las cláusulas de los contratos de la deuda reestructurada en 2005/2010.
En consecuencia, la deuda soberana se multiplicará a niveles inverosímiles y el
país se expondrá a la apertura inmediata de nuevos juicios al estilo Griesa.
La demanda de los fondos buitre
ha colocado en el centro de la coyuntura política las turbulencias que agitan
el mercado financiero internacional sacudido por una lucha sin cuartel entre
distintas fracciones del capital financiero por la apropiación de ingresos, de
activos y de recursos naturales. En el contexto de una crisis del capitalismo
mundial sin precedentes, esta descarnada guerra financiera impulsa la
concentración del capital y nuevas formas de acumulación mundial por
desposesión (en Página/12, 15/7/2014). El objetivo de los fondos buitre
trasciende la realización de las ganancias extraordinarias que les reconoce
Griesa y busca destrozar la reestructuración de la deuda del 2005/2010. A fin
de aumentar su poder de fuego en la guerra financiera internacional buscan
permanentemente nuevas y mejores oportunidades de lucro. En este contexto, la
falta de legislación internacional financiera pertinente facilita el ataque a las
deudas soberanas. Como conocen muy bien los lazos del nudo gordiano que nos
oprime, los fondos buitre amenazan ahora con atacar nuestra moneda. Esta
amenaza no cae en el vacío. Desde diciembre pasado el país está jaqueado por la
restricción externa, la corrida cambiaria y la dolarización. La sentencia de
Griesa y las medidas adoptadas por el Gobierno –Ley del Pago Soberano y reforma
a la Ley de Abastecimiento– han dinamizado a los actores que encarnan los lazos
del nudo gordiano. Así, el baile desenfrenado del dólar blue, del dólar Bolsa y
del “contado con liqui” sigue hoy el ritmo que imponen los grandes productores
agropecuarios y los acopiadores al retener los cereales; los exportadores al no
liquidar las divisas de las exportaciones y los importadores al sobrefacturar
las importaciones. Entretanto, los grandes bancos dirigen la orquesta y usan
sus tenencias en dólares para imponer un ritmo más alocado a la partitura. Por
si esto fuera poco, las empresas multinacionales automotrices crean desempleo y
sabotean el plan oficial de subsidios para la compra de automóviles
desabasteciendo el mercado interno a fin de dolarizar precios.
Estos fenómenos iluminan la
alianza entre los buitres internos y externos, una alianza posible gracias a la
lógica perversa del nudo gordiano. Muestran, además, la capacidad de
desestabilización política de los monopolios y los mecanismos que usan para
ello. De ahí la necesidad imperiosa de debatir y explicar lo que está
ocurriendo y de impulsar la participación activa de toda la población para
impedir la dolarización de los precios y el consiguiente canibalismo social.
Esto significa defender el crecimiento con inclusión social y mantener viva la
esperanza de un mundo mejor.
*
Socióloga.
Publicado
en Página12
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