Imagen Página12 |
Resulta curioso ver cómo conviven en la oposición mediático-política
dos posiciones visiblemente contradictorias: mientras cada iniciativa política
o legal del Gobierno es atacada con ferocidad –la gran mayoría de las veces por
estatista y populista– se sostiene que el Gobierno no tiene ningún proyecto,
que no ha habido cambios en el país y que todo se reduce a la concentración del
poder bajo un decorado retórico que invoca transformaciones inexistentes en la
realidad. Esta pirueta argumentativa ronda una cuestión fundamental para el
juicio sobre el presente y el futuro político argentino. Se trata ni más ni
menos del modo con que entendemos estos últimos once años, el lugar histórico
que tienen y, en última instancia, la naturaleza política de los gobiernos de
los Kirchner.
Apoyados en algunas encuestas,
los voceros mediáticos dibujan un futuro político de “normalización”, después
de las elecciones del año próximo. En cualquiera de las hipótesis predominantes
sobre el resultado electoral –incluido el triunfo de Scioli– se da por sentado
una especie de disolución de la fuerza hoy gobernante y de reaparición intacta
del “peronismo” tal como era antes de esta última década. El kirchnerismo tendría
como destino la de una corriente interna del Partido Justicialista o una fuerza
exterior al partido que reagruparía militantes “progresistas” en espacios
claramente minoritarios. Es decir, más o menos como funcionaba el sistema
político antes del derrumbe de diciembre de 2001. Se celebra ese nuevo orden
político futuro como una garantía de consensos, tolerancias, diálogos y todo
aquello en lo que consiste “realmente” la democracia.
El propósito de este texto no es
discutir pronósticos electorales, ni de ninguna otra índole, sino pensar la
experiencia política que estamos haciendo desde la perspectiva de las
identidades político-partidarias. ¿Qué es, finalmente, el kirchnerismo? ¿Cuál
es su relación con el peronismo? Para discernirlo hay que despejar el camino de
la contradicción lógica de la que hablábamos al principio: los gobiernos de
estos años no fueron neutrales, ni fueron pura publicidad transformadora; si
así fuera no se justificarían los enconos, sin antecedentes en estos años de
democracia, que enfrentó y enfrenta. Difícilmente sea la simple retórica la que
desata esas pasiones. Hay distintos matices en la oposición partidaria al
Gobierno, pero es muy difícil discutir la existencia de una partitura central
de la que pocos se apartan y corresponde a las líneas editoriales de las
cadenas noticiosas dominantes que, a su vez, se articula con el punto de vista
de los sectores económicos concentrados. Existe, claro está, un muy diverso
arco de críticas –muchas de ellas razonables– que se hacen desde la oposición
política. Pero las escenas políticas y parlamentarias realmente memorables de
estos años rodearon verdaderas discusiones políticas de época: las retenciones
a las exportaciones agrarias, el sistema jubilatorio, el estatus del Banco
Central, la soberanía energética, entre muchas otras. Lo que hoy mismo se está
discutiendo –la propuesta de ley de pago soberano de la deuda externa– toca la
cuestión sensible y decisiva del desendeudamiento como palanca de desarrollo
independiente. Es decir, hay una hoja de ruta que se fue construyendo no en
laboratorios teóricos, sino en medio de los conflictos políticos más intensos
de estos años de democracia.
Si la política de estos años no
se reduce a ilusionismos y pases de magia, hay que aceptar que quedó abierta
una materia muy dura de conflicto político, difícil de clausurar
administrativamente y mucho más aún de ocultar debajo de la alfombra de los
grandes consensos nacionales. Esa materia de conflicto político y no las
simples etiquetas partidarias es lo que estará en juego, por lo menos
provisoriamente, en las elecciones de 2015. Ciertamente, esta interpretación no
les conviene a muchos de los actores de la escena preelectoral, que prefieren
hablar de internas peronistas o de coaliciones interpartidarias como si se
tratara de un juego de máscaras vacío de sentido. Es la continuidad o no
continuidad de esa hoja de ruta lo que se dirime.
El kirchnerismo ha devenido el
nombre de esta experiencia política. Y la cuestión produce urticarias de las
más variadas, sobre todo entre quienes consideran (o desean) que el
kirchnerismo sea una variante más en el eterno péndulo peronista y por lo tanto
le niegan consistencia específica y descreen de su futuro. Claro que el
kirchnerismo es peronismo. No hace falta ser muy perspicaz para percibir que
sin la tradición histórica, sin la estructura partidaria y sin el peso nacional
del peronismo hubiera sido inconcebible la experiencia política de estos años.
Pero la cuestión no se reduce al código genético del movimiento que gobierna, involucra
al tipo de lucha política que se libra hoy en la Argentina. La existencia de
antagonismos en el interior del peronismo, lejos de ser nueva, recorre gran
parte de la historia del movimiento. Lo que le ha agregado la experiencia de
estos años a estas tensiones es justamente que es una experiencia de gobierno y
no de cualquier gobierno, sino uno que desarrolló una agenda de ruptura en sus
líneas principales respecto de la historia de las últimas décadas. Lo hizo
además invocando el ADN peronista, con sus tres banderas históricas repensadas
en las nuevas condiciones de la época. La centralidad del trabajo, la cuestión
de la soberanía nacional y la política de memoria, verdad y justicia sobre el
terrorismo de Estado fueron el modo de manifestación de esa herencia histórica.
Ahora bien, candidaturas
peronistas habrá varias en las primarias y es muy probable que también en las
elecciones de octubre la identidad peronista sea un activo electoral a ser
esgrimido por más de un candidato. Además, nadie puede desconocer la existencia
de un electorado tradicionalmente no peronista que apoya al gobierno actual;
sin contar con la gran amplitud de horizontes ideológicos y políticos que se
nuclean alrededor del kirchnerismo en el mundo artístico, cultural e intelectual.
Por otra parte la palabra “peronismo” como sello de identidad política en la
Argentina de hoy necesita aclaraciones adicionales. Se necesitan para saber,
por ejemplo, si la persona que la invoca quiere mantener el actual régimen
público de los aportes jubilatorios o volver al sistema privado-financiero o si
propugna la derogación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual o la
vuelta a la “autonomía” del Banco Central o el regreso al endeudamiento masivo
de las épocas anteriores.
Claro, el peronismo supo tener
siempre latente en su interior la discusión sobre lo que Carlos Altamirano
llamó “el peronismo verdadero”, como si hubiera una esencia intemporal del
movimiento. Por mucho tiempo la reivindicación del peronismo verdadero se hizo
desde sectores combativos políticos y sindicales del movimiento, como santo y
seña de la lucha contra burócratas o conservadores en su interior. Hoy
reaparece entre quienes impugnan al Gobierno bajo la forma de un peronismo
abierto al diálogo y garantía del orden, contra un Gobierno innecesariamente
conflictivo. No hay una esencialidad peronista al margen del tiempo y las
coyunturas, aunque sí puede hablarse de herencias históricas que vienen desde
el nacimiento en 1945 que, como vimos, los gobiernos kirchneristas invocaron e
invocan con mucha coherencia. Decía Antonio Gramsci que la historia de un
partido político no se reduce a la de sus congresos, sus luchas internas, sus
declaraciones y plataformas; es la historia de un país, vista desde una
perspectiva de partido. El kirchnerismo es, en última instancia, el peronismo
de una época, el de la democracia reconquistada, el de la más grave crisis de
la historia nacional contemporánea, el de un viraje muy pronunciado en la
política económica, social e internacional de nuestro país. No puede hablarse
del presente y del futuro del peronismo sin resolver su relación con este
período político.
La cuestión del futuro del
kirchnerismo no está escrita en algún lado y esperando ser develada. Es una
cuestión que se resolverá en la lucha política, en la lucha por el poder. No
son pocos los que están interesados en reducirlo a una circunstancia pasajera
de la política argentina, para volver al “país normal” y se mueven activamente
a favor de esa perspectiva. Pero no habrá triunfo de una u otra voluntad
política al margen del curso que tomen los acontecimientos, es decir al
resultado concreto de las luchas. Al margen de si se mantiene un rumbo general
después de 2015 o si se revierte drásticamente. A las actuales expectativas y
previsiones electorales le falta un condimento muy importante: no se sabe
todavía cuál será la política electoral y el candidato de quienes hoy gobiernan
y expresan la continuidad del rumbo.
“El kirchnerismo es una manera de
mirar el mundo y al país dentro de él”, dijo Cristina Kirchner en uno de los
reportajes que dio el año pasado. “Una manera que viene del peronismo y agrupa
a muchos que no son peronistas”, agregó. Los días que estamos viviendo pondrán
a prueba la consistencia de esa concepción política. La idea de una “herencia”
del peronismo preocupa a muchos porque la identifican con su desaparición. Sin
embargo, la herencia es, en política, la única manera de seguir vivos.
*Publicado en Página12
No hay comentarios:
Publicar un comentario