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Alguna vez, hace ya mucho tiempo pero ante otra situación bélica,
escribí que más allá de los argumentos, válidos o no, de las explicaciones, que
en la mayoría de los casos se parecen más a excusas o pretextos que a razones
surgidas de la inteligencia humana, la única verdad es la muerte. Esto es lo
que ocurre en estos días en la Franja de Gaza. Y a ello podría agregarse, con
la misma fuerza y las mismas evidencias, el episodio reciente que terminó con
el derribo de un avión comercial en Ucrania. Al margen de las palabras, la
muerte de seres humanos inocentes es la verdad terrible y acusadora que nos
pega en la cara como sociedad, como comunidad humana, como civilización.
Podríamos (podría) ingresar en el
campo del análisis y las consideraciones políticas. Existen y no son menos
importantes. Pero ni siquiera vale la pena entrar en ese terreno cuando los
campos y las calles se cubren de cuerpos inertes, sin que nadie pueda explicar
mínimamente la razonabilidad de la absurda y demencial siembra de muerte. Se
puede hablar de la intransigencia de unos, del fundamentalismo de otros, de la
justicia negada y de los derechos no reconocidos y, sobre todo, del uso irracional,
exagerado, no justificado, desmedido, inexplicable de la fuerza. Tanto para
quienes utilizan un enorme poderío militar contra población civil como para
quienes disparan misiles contra blancos desconocidos o dirigidos a un avión
comercial. Nada, absolutamente nada se justifica.
La única verdad es la muerte. Y
los cómplices de la muerte son las grandes potencias que siguen dominando el
mundo, que juegan sus propios intereses, que usan la diplomacia para trabar o
burlar la Justicia internacional y que de manera cobarde, artera y falaz se
rasgan las vestiduras y hacen declaraciones supuestamente dolidas frente a los
familiares de las víctimas.
Los muertos que estamos sembrando
como comunidad internacional son el resultado de un sistema económico político
esencialmente injusto, que no repara en daños ni en víctimas. En algunos casos,
ni siquiera en los sacrificados del propio bando que, en todo caso, serán
jóvenes, migrantes, miembros de minorías étnicas en gran medida.
No se trata, entonces, de casos aislados.
En Gaza, en Ucrania, en Irak o Afganistán, o en el lugar que mañana elijan los
detentores del poder (que puede ser el patio de nuestra propia casa), operan
siempre los mismos intereses y los mismos actores. Dirigentes que hablan de paz
en los organismos internacionales y luego traban resoluciones o acciones
decididas por mayorías apabullantes. Supuestos líderes internacionales que se
llenan la boca en público con discursos pacifistas y en privado aprueban
operaciones de guerra y exterminio. Todo lo cual convierte los discursos de paz
de esas personas en una gran mentira. Porque la única verdad es la muerte.
Lamentablemente. Y quienes reclamen justicia y exijan que sus derechos sean
reconocidos, serán siempre, en cualquier lugar, “terroristas”... porque
subvierten el poder dominante que no admite otro orden, razones e intereses
distintos a los propios. ¿Qué podemos y debemos hacer como ciudadanos/as que
defendemos la vida y la justicia frente a tanta insensatez, locura e
irracionalidad exterminadora? Ayúdenme a pensar. Por favor.
*Publicado en Página12
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