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Por José Pablo Feinmann*
“No hay sino un problema
filosófico serio, el suicidio”. La frase no es de Sabato, es de Albert
Camus. Por su tono melodramático merecería ser del hombre de Santos Lugares,
pero esto se explica porque Sabato copió a Camus entusiastamente. Camus era un
escritor existencialista, con pobre formación filosófica y prosa brillante.
Murió joven, antes de girar hacia la nueva derecha, que era, arriesgo, su
coherente trayectoria. Pero vamos a la frase. Puede impresionar (más si es la
inicial de un libro que tuvo enorme éxito) a más de uno. Y así fue. ¿Cuál es,
sin embargo, su valor de verdad? Camus desarrolla su propuesta diciendo que
decidir si la vida tiene o no sentido, merece ser o no vivida, es el problema
axial de la existencia humana. No es así. El planeta se vería sacudido por una
interminable ola de suicidios si todo aquel que decidiera que la vida no tiene
sentido se pegara un tiro. El suicidio es una cuestión menos racional, no tan
filosófica. Casi siempre el suicida es alguien apresado por una depresión que
no puede superar y lo impulsa a autoeliminarse como única salida. Hoy, la
mayoría de las depresiones se curan equilibrando la química del cerebro. Las
causas del desequilibrio suelen ser existenciales, pero su restitución tiene un
camino psicofarmacológico. Como sea, vemos claramente que los seres humanos no
se suicidan al descubrir que la vida no merece ser vivida. O se dedican a los
placeres instantaneístas, las drogas, el alcohol, el sexo, o un sarcasmo feroz
los lleva a hacer el Mal.