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Por Fernando Pisani*
Las diez de la noche y el centro
de Rosario parece tierra de nadie. Ningún auto circula por él y las vidrieras
están apagadas. De vez en cuando por aquí y por allá se ven pequeños grupos de
gente cruzando alguna calle quién sabe para ir a qué lugar. Disparos aislados,
también por aquí y por allá. A veces parecen itacas, otras FAL, pero los
sonidos de disparos de gases lacrimógenos han cesado. Ya no se escuchan
consignas de los manifestantes. De su paso quedan restos de papel quemado y
fogatas apagadas. “¿Ir a casa o buscar a dónde están los otros?”, son las
preguntas que se hacen quienes aún permanecen en el centro.
Todo había empezado varias horas
antes, aquel 21 de mayo de 1969. Aunque en realidad todo había empezado
un 28 de junio de 1966, cuando las Fuerzas Armadas, encabezadas por el
General Juan Carlos Onganía, derrocaron al presidente radical Arturo Umberto
Illia. Aunque tal vez todo había empezado aún antes, en 1955.
Lo cierto es que el tibio
gobierno de Illia, nacido en 1963 de unas elecciones con proscripciones, molestaba.
Había sancionado una ley de los medicamentos que afectaba patentes de poderosas
corporaciones internacionales, se había atrevido a cuestionar los contratos
petroleros “que eran dañosos a los derechos e intereses de la Nación”
y fundamentalmente se había atrevido a prometer elecciones libres y sin
proscripciones. Demasiado para el stablishmen. Los medios hegemónicos de entonces
ya habían logrado instalar que era “un gobierno lento” y que se demostraba
impotente en impedir el resurgimiento del peronismo, perseguido y proscripto
desde 1955.
El golpe militar de la que se
autodenominó “Revolución Argentina”, disolvió el Parlamento, prohibió todas
las actividades políticas y a los partidos políticos, y para atacar la
inflación hizo lo que hoy la oposición le pide al gobierno: devaluó la moneda
un 40% y congeló los salarios, lo que por supuesto fue acompañado de medidas
represivas para eliminar la protesta obrera y puso trabas a la libertad de
hacer huelga.
Recordemos que entonces una buena
parte de la dirigencia política y sindical miró con buenos ojos el Golpe de
Estado, además de los sectores empresarios nacionales y extranjeros que se
vieron beneficiados directamente. La única oposición abierta surge en un primer
momento de la Universidad, pero la misma se reprime, especialmente en la
facultad de Ciencias Exactas y Naturales y de Filosofía y Letras de la UBA,
cuando la llamada “Noche de los bastones largos”: autoridades
universitarias, docentes y alumnos al ser desalojados se los hizo pasar de a
uno por una doble fila de policías que los golpeó ferozmente con sus bastones y
con las culatas de los fusiles (29 de julio de 1966).
En Córdoba, el 12 de septiembre,
caería asesinado el primer estudiante, Santiago Pampillón y con tales gestos,
más el apoyo de un sector importante de la población, el gobierno consideró que
se iniciaba un proceso que duraría no menos de 50 años: 10 o 20 dedicados al
“Tiempo Económico”, otros tantos dedicados al “Tiempo Social” y finalmente
luego vendría el “Tiempo Político” donde se podría empezar a hablar de
elecciones.
Muchos políticos se habían
retirado a esperar tiempos mejores y otros conseguían puestos de funcionarios,
intendencias, gobernaciones, ministros, embajadores. Por ejemplo la intendencia
de Rosario estaría en manos de un dirigente del Partido Socialista Democrático,
entre otros.
Por el lado de los sindicatos
buena parte de la dirigencia se dedicó a hacer negocios con los empresarios o
darle el apoyo a las medidas del gobierno; en cambio otros, especialmente desde
la base, intentaban resistir a las medidas antiobreras, a la caída salarial y a
la desocupación creciente provocada por la apertura de las importaciones y del
cada vez más dominante capital financiero y especulativo. Los únicos que
reclamaban en la calle directamente el derrocamiento del gobierno militar eran
minorías de estudiantes, principalmente universitarios, pero también
secundarios.
Estos estudiantes no tenían
ninguna posibilidad de expresar y dar a conocer sus opiniones en contra del gobierno
de facto: para la prensa oral, escrita y televisiva no existían. Por lo que
solían recurrir a pequeños actos llamados “actos relámpagos”, porque cortaban
una calle por un momento, cantando consignas del tipo “acción, acción, por la
liberación”, “ni golpe ni elección, revolución” y luego salían corriendo antes
de que llegara la policía a reprimirlos. En las universidades estaban prohibidas
las actividades políticas, las asambleas, pero así y todo estas minorías
estudiantiles buscaban expresarse, sea por sus reivindicaciones como
estudiantes, sea por su lucha por un mundo mejor.
Y así llegó mayo de 1969.
La mayoría de la población
apática o directamente viendo como un mal menor al gobierno militar, no tenía
simpatía por la agitación estudiantil: “la universidad está para estudiar,
no para hacer política” era el pensamiento común y mayoritario. Las
movilizaciones estudiantiles eran minoritarias incluso dentro del propio
estudiantado y se apoyaban básicamente en el activismo de los distintos
agrupamientos estudiantiles y políticos, que tampoco eran numerosos por cierto.
El 16 de mayo el
estudiantado de Rosario es sacudido por una noticia. En Corrientes habían
matado a un estudiante, mientras participaba de una protesta estudiantil contra
el aumento del ticket del comedor universitario (con una mentalidad
privatizadora y liberal, se planteaba que el ticket debía aumentarse como el 300%,
lo que obviamente implicaba una prohibición para seguir estudiando de muchos).
Los estudiantes habían marchado contra la sede del Rectorado en protesta de la
medida, y fueron violentamente reprimidos. Muchos entonces se reagruparon en la
plaza Sargento Cabral. Y allí, desde un móvil de la policía, hicieron disparos
contra los estudiantes, hiriendo a varios y asesinando a uno: Juan José
Cabral.
El movimiento estudiantil
rosarino decide organizar una protesta al día siguiente, si la memoria de quien
esto escribe no falla, era un sábado. Y se elige hacerla en la esquina del
comedor universitario, Córdoba y Corrientes (por entonces el comedor estaba en
calle Corrientes entre Córdoba y Santa Fe) al medio día, cuando hay mucha gente
en el centro con la idea de que la gente se entere y repudie el asesinato de
Cabral y a la dictadura militar.
Y como todo acto de aquel
entonces, no podía ser prolongado, era agitar y cuando aparecía la policía
salir corriendo. Y así fue. Pero no fue un acto más. Reproduzcamos un relato de
un protagonista de aquellos momentos.
“Yo había ido con mi novia. Y
cuando empezó la represión salí corriendo por Córdoba hasta Entre Ríos. Pero
cuando me di cuenta que mi novia no estaba no me fui y volví sobre mis pasos,
pues ella había corrido para el mismo lado que yo, y debería estar allí. Y unos
minutos después la veo corriendo hacia donde yo estaba, llorando, totalmente descontrolada,
desconsolada. “¡¡Vos no sabés, vos no sabés!!”, junto a otras palabras como
“horror” y otras que no recuerdo. Cuando logré que se calmara un poco, ya una cuadra
más lejos de aquel lugar, me cuenta: “yo lo ví, lo agarró del brazo, y cuando
el chico se quedó quieto, el tipo levantó la otra mano con una pistola y le
disparó en la cara. ¡lo mató!”.
El estudiante era Adolfo Ramón
Bello. En su carrera, como otros estudiantes, se había metido en una
galería, la Melipal, que por entonces no tenía salida. Y allí fue acorralado y
asesinado a mansalva, premeditadamente, alevosamente. Tenía 22 años...
La noticia sacudió a la población
de Rosario y ambas muertes a todo el país. El movimiento estudiantil decide
organizar un paro el 20. Pero ya no está solo. Un sector del gremialismo, la llamada
CGT de los Argentinos, se solidariza y repudia los hechos. Y es en el local de
la CGT de Rosario donde en una reunión de intertendencias, partidos y gremios
se decide hacer una “Marcha del Silencio” para el día 21. Buena parte de la
población ese día adhiere espontáneamente cerrando los negocios.
La idea era partir del local de
la CGT de los Argentinos (calle Córdoba cerca de Abogacía) donde se
había instalado una olla popular
pues el gobierno había cerrado el comedor universitario. El 21, horas antes de
la marcha -programada para las 16-, el centro es rodeado de vehículos
policiales de todo tipo, de policías a caballo (que era costumbre tenerlos
varias horas arriba del caballo antes de llevarlos a reprimir alguna asamblea o
acción estudiantil, cosa de incrementar el odio a los estudiantes), de infantería,
tratando de que la gente no llegara al centro o de dispersar a los que
llegaran.
Pero a pesar de todo más de 6000
manifestantes, ahora sí, ya no sólo estudiantes, también obreros, trabajadores,
logran burlar las fuerzas del orden y manifiesta por las calles donde son
atacados a gases lacrimógenos y golpes y comienza así una lucha callejera
desigual: los manifestantes tratando de hacer barricadas para dificultar la
represión o prender fuego a papeles que les tiraban desde las ventadas de
edificios altos para combatir los gases lacrimógenos, y maderas de obras de
construcción y cuando objeto pudiera alimentar una y decenas de hogueras.
La resistencia fue tal que la
policía fue desbordada y el centro ocupado por grupos de manifestantes que no
se habían retirado, tal vez 500 o 1000. A media noche el gobierno declaró a
Rosario “Zona de emergencia bajo jurisdicción militar” y
con la gendarmería lograron controlar la zona. Nunca se supo cuántos muertos y
heridos hubo ese 21 y esa madrugada del 22. Por referencias de la época hubo
al menos cinco asesinados, una treintena de heridos y unos 100 detenidos.
Pero sí sabemos el nombre de uno de ellos, un joven obrero y estudiante de
15 años, Luis Norberto Blanco, asesinado por la policía.
Dicho sea al pasar, la policía también atacó al médico que lo asistía en la
calle mientras agonizaba.
Y así termina un 21 de mayo de
1969. Un día que fue un punto de inflexión para nuestra historia y para la
propia dictadura militar. Algunos lo llaman “el rosariazo”, pero en realidad el
Rosariazo fue unos meses después, en septiembre.
El 23 de mayo 38 sindicatos
dispusieron hacer una huelga, que se sumaba a las luchas de obreros tucumanos
de diez días antes, y a otras de Córdoba. En otras provincias se desarrollarían
también actos de repudio y marchas, como en Mendoza. Y a pesar de las
prohibiciones, unas 8000 personas fueron en procesión con el féretro de Blanco
hasta el cementerio.
Pero el quiebre definitivo del
consenso y de la aceptación de la dictadura militar tendría una fecha definitiva,
un antes y un después de la política de aquellos años, a la semana siguiente de
aquel 21/22: el 29 de mayo, con el Cordobazo. Pero esa ya es otra
historia.
*www.notasyantidotos.com.ar
El ejercicio de la memoria es imprescindible. En momentos en los que deliberadamente se banaliza o se diluye lo que fue el terrorismo de Estado, es fundamental señalar hasta dónde esas aceptaciones pasivas, esa conformidad acrítica, esa inercia, permitieron el horror.
ResponderEliminarUn abrazo