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I
Si uno quisiera saber dónde está la diferencia entre Cristina
Fernández de Kirchner y otros dirigentes políticos no tiene que fijarse
sólo en los anuncios que la presidenta hizo el viernes a la noche por
cadena nacional. Importantes, imprescindibles para esta hora, toda ayuda
social y anuncios de infraestructura son bienvenidos en cualquier
puntos del país y, sobre todo, en las zonas afectadas por las
inundaciones que devastaron a la ciudad de La Plata y a varios barrios
de la Capital Federal. Pero no radica allí la verdadera diferencia de
cualidad política entre una y otros, ya que el Estado nacional tiene
mayor presupuesto y recursos que las provincias, es lógico que su
batería de medidas sea más sustancial y generosa. Es por eso que no hay
que ir allí para encontrar las distinciones.
Como se sabe, la presidenta anunció por cadena nacional, sin
excesos de dramatismo ni exageraciones gestuales, una batería de medidas
de reparación social y económica para los damnificados que alcanzará a
una población de más de 150 mil personas. Se duplicará por dos meses el
monto de las asignaciones familiares, y las jubilaciones y pensiones
mínimas. Las familias recibirán 680 pesos por cada hijo; se estima que
la medida beneficiará a 34.050 niños y niñas que residen en La Plata y
la Ciudad de Buenos Aires. Un beneficio similar –la multiplicación del
importe a cobrar por un plazo de 90 días– se aplicará sobre el salario
familiar que cobran los trabajadores registrados según cada categoría.
Además, se pagará una "prestación adicional" de 1065 pesos para los
desocupados que sufrieron la inundación y que estén cobrando el seguro
de desempleo. También anunció créditos para la refacción de hogares y
para el consumo y, obviamente, un profundo estudio de las causas de las
inundaciones y obras para impedir que desastres evitables como estos
vuelvan a suceder.
Pero tampoco está allí la diferencia sustancial de la presidenta.
Está en su estilo. Y se sabe, el estilo es la consolidación de las
formas con que uno hace las cosas. Estas inundaciones fueron un medidor
de reacciones políticas más que interesantes. El gobernador Daniel
Scioli comprendía el dramatismo de la situación y lo transmitía
constantemente. El intendente de La Plata, Pablo Bruera realizaba todo
tipo de triquiñuelas para tratar de tapar su ausencia. Y lo "malo" –no
en términos morales sino políticos– no consistía en su ausencia –los
funcionarios pueden tomarse descanso siempre y cuando no vivan de
vacaciones como el jefe porteño– sino en el intento de engaño hacia su
propio electorado, a través del affaire "Twitter" por el que por lo
menos pidió perdón públicamente en reiteradas oportunidades.
Mauricio Macri, por su parte, cometió todos los errores posibles,
esto no dicho en términos morales, sino estrictamente políticos, en el
sentido de búsqueda de consenso o acumulación de poder. Repitió viejos
esquemas comunicacionales –frases hechas, eslóganes, ideas repetidas–
que le habían servido para momentos normales pero no para episodios de
crisis y que demostraron estar agotados. Por eso, el relato macrista
hizo agua por distintos motivos: 1) prometía equipos técnicos preparados
para gobernar la ciudad y no pudo paliar siquiera las inundaciones; 2)
acusaba al gobierno nacional por falta de colaboración, pero dejó al
desnudo que el propio Macri decidió gastar su presupuesto en Metrobus y
en carreras de autos antes que en la obras del Arroyo Vega, por ejemplo;
3) mostró poca o nula sensibilidad como para recorrer los barrios que
habían sufrido la inundación; 4) en un cuanto a la discriminación a
favor de los sectores enriquecidos, prometió subsidios sólo para
aquellos que tuvieran los impuestos pagos, es decir, no para los
sectores más pobres con dificultades económicas para pagar los siderales
aumentos de ABL, por ejemplo. Inexplicable: Macri quiso subsidiar a los
sectores más favorecidos económicamente y dejar sin subsidios a los más
pobres. Sólo en el planeta Macri algo así puede ser pensado, y 5) no se
hizo responsable de nada, no hizo autocríticas y tiró la pelota afuera
constantemente acusando una vez más –con su muletilla muerta– al
gobierno nacional por todos los problemas.
Además, Macri cayó, finalmente, en su propia trampa. Gastó de tanto
utilizar el discurso de la antipolítica. Sus argumentos eran que él no
pertenecía a esa clase, que era empresario, que era nuevo, estaba del
lado de los vecinos y del hombre común, y le sirvieron para generar una
empatía con un electorado que descree de la política y se refugia en una
antipolítica de corte liberal libertario rayano a la falta de
escrúpulos del outsider. Pero hoy su relato se quebró: para los
"vecinos" de Buenos Aires, Macri pasó a formar parte de la clase
política y cayó bajo el latiguillo de "son todos iguales de corruptos",
frasecilla histérica que sólo favorece a los intereses de los grupos
económicos que devastan al Estado en contra, obviamente, de los
ciudadanos. Y algo más: el electorado porteño empieza a sospechar que no
tiene mucho sentido votar a un jefe que es un impotente político, es
decir, ya no le es ni funcional ni útil. Obviamente, esto no significa
que esa clientela se haga kirchnerista, pero significa que está
abandonando a su vieja preferencia.
No pasó lo mismo respecto de la presidenta y su propio electorado,
en cambio, y lo que está por verse es si logró contener a sectores no
antagónicos de la sociedad con las medidas anunciadas el viernes. Pero
Cristina tuvo un acierto fundamental: fue "Ella". El kirchnerismo supo
contener a distintos sectores de la sociedad cuando dio la cara. Le fue
muy bien en Tartagal, por ejemplo, y no ocurrió lo mismo con el caso
Cromañón y la Tragedia de Once. La presencia institucional que tuvo el
jueves en La Plata y luego en los barrios inundados de Capital Federal
marcó la diferencia respecto de los demás líderes políticos. Pero,
además, sumó por una última cuestión: fue auténtica.
¿Por qué fue auténtica la presidenta? Sencillo. No fue a poner cara
de compungida y a ofrecer promesas y soluciones. Hizo algo más: fue en
su mejor versión. Espontánea, canyengue, y profundamente igualitaria. No
hubo gestos paternalistas ni demagogos. Fue y "peleó" a los vecinos,
fue a discutir y a debatir de igual a igual. "No, mamita, eso no es
así", le dijo a una vecina que le reclamaba y le empezó a explicar por
qué se inundaba en el barrio donde ella había nacido, demostrando que
además de presidenta tenía alguito de calle. Una morocha arrabalera que
hizo frente a la crisis que había generado la catástrofe.
II
Ya hablé varias veces de "crisis". Y describí en términos
"plebeyos" lo que ocurrió política y comunicacionalmente esta semana.
Ahora quiero analizarlo en términos técnicos, comprendiendo que la
acción política siempre es acción comunicativa y viceversa. Para ello
voy a utilizar las herramientas teóricas ofrecidas por el politólogo
cordobés Mario Riorda, en su prólogo al libro La gestión del disenso. La
comunicación gubernamental en problemas.
En ese trabajo, Riorda explica que "crisis significa alta dosis de
incertidumbre frente a amenazas de pérdida de poder. Pero la
incertidumbre no es una cuestión de todo o nada. El concepto de crisis
(…) lleva en sí perturbaciones, desórdenes, desviaciones, antagonismos,
pero no solamente esto; estimula en sí las fuerzas de muerte que se
convierten, en ella todavía más que en otro lado, en las dos caras del
mismo fenómeno. En las crisis son simultáneamente estimulados los
procesos casi neuróticos y los procesos inentivos y creadores. Todo eso
se confunde, se entrecruza, se entre-combate, se entre-combina. Y el
desarrollo y el resultado de la crisis son aleatorios no solamente
porque hay una progresión del desorden, sino porque todas estas fuerzas,
estos procesos, estos fenómenos extremadamente ricos se influyen y
destruyen entre sí en el desorden (…) Hablamos de crisis cuando los
responsables políticos experimentan una amenaza seria para las
estructuras básicas o los valos y las normas fundamentales de un
sistema, que bajo presión del tiempo y en circunstancias muy inciertas,
hace necesario que se adopten decisiones vitales. Las crisis producen
típicamente y de modo comprensible un sentido de urgencia. En una
crisis, la percepción de amenaza se acompaña por un alto grado de
incertidumbre. Esta incertidumbre está relacionada con la naturaleza y
con las consecuencias potenciales de la amenaza."
Delimitado el concepto de crisis, Riorda ofrece un plan
comunicacional correcto para resolver esa situación que enfrenta a un
líder o una fuerza política. Lo denomina "comunicación de crisis" y
tiene las siguientes características: a) debe dotar de certidumbre y
producir la clausura de la crisis. Tratar de eliminar la conflictividad;
b) debe estar destinada a todos, pero se deben priorizar mensajes con
segmentación diferenciada (los principales damnificados, por ejemplo);
c) debe ser de corto plazo; d) debe explicitar el término de la crisis;
e) no tiene que ser necesariamente costosa; f) debe tener ausencia de
eslóganes; y g) la prensa debe ser híperpersonalista y muy eventualmente
puede utilizarse publicidad institucional.
Lo interesante del trabajo de Riorda es que plantea un esquema o un
protocolo de acción para resolver comunicacionalmente las crisis.
Ahora, se puede adaptar este modelo a las diferentes estrategias
políticas de los líderes involucrados en la tragedia de esta semana:
Cristina, Scioli, Bruera y Macri. Con la aplicación del juego a la
realidad, cualquiera podrá llegar a la conclusión de que la única
estrategia virtuosa fue la que adoptó la presidenta de la Nación, sobre
todo, cuando rompió cualquier molde especulativo y le dijo a la vecina
inquisidora "No, mamita, eso no es así."
*Publicado en Tiempo Argentino
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