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Por Arq. Roberto O. Marra*
¿Cómo se mide la coherencia?
¿Cuál es la unidad de medida de la hipocresía? ¿Qué número permite determinar
el nivel de justicia social? ¿De qué manera se puede hacer corresponder
intención con objetivos? ¿Cómo deben actuar los individuos en un colectivo que
pretenda ser la voz de los excluidos? ¿Cómo se debe ejercer la solidaridad?
En estos días de una expresión
tan alta de entrega como la manifestada por los miles de jóvenes que, sin medir
tiempos ni esfuerzos, se pusieron a disposición de los damnificados (y donde
asomaron al mismo tiempo las miserias de los inútiles y despreciables de
siempre), conviene hacer alguna observación sobre las diferencias con lo que
muchas veces se han notado en actitudes de algunos dirigentes y militantes también
kirchneristas (al menos así lo manifiestan) locales, frente a lo que sucedió en
La Plata y Buenos Aires, donde los dirigentes estuvieron a la altura de la
gravedad y necesidad, conduciendo y acompañando a sus compañeros militantes en
los lugares de los hechos, poniendo el cuerpo y el alma en cada acción. Y donde
la mayor exponente fue, sin dudas, la propia Presidenta, como no podía ser de
otra forma.
Veamos un hecho anecdótico, sucedido
en nuestra Ciudad de Rosario hace algún tiempo, que muestra con claridad esas
desiguales formas de encarar la acción política frente a la injusticia social
evidente:
Un plenario de algunas agrupaciones
del Kirchnerismo en Rosario. Para concretarlo se utilizan las instalaciones de una
entidad gremial ubicada en un suburbio de la Ciudad. Para llegar al lugar se
debe transitar por una calle bordeada por una villa miseria, donde se apiñan
ranchos destartalados de madera y chapas junto a tiendas hechas con plásticos y
ramas de árboles. Entre el estiércol un caballo hambriento está atado a un
árbol que sirve de cobijo a una mujer que intenta amamantar a su bebé, mientras
trata de alejar las moscas. Entre gallinas y barro, entre calores y dolores,
una anciana busca refugio en una de las carpas. Al lado, dos jóvenes miran sin
ver, buscando tal vez una salida a su quietud de desocupados, sentados junto al
carrito que seguro utilizarán esa noche para intentar algún peso.
Por allí pasamos, casi sin mirar,
los que vamos a reunirnos en nombre de la lucha por la justicia social. Incluso algún “compañero” manifiesta su temor
por tener que pasar delante del rancherío. Y cuando estamos deliberando, sólo
se habla de cómo mejorar la organización para intentar ganar las próximas
elecciones. Luego, los conductores máximos del sector expresan sus
agradecimientos por nuestra “militancia”, bajan alguna línea de acción para
lograr el crecimiento, y todos declaran sus adhesiones al gobierno de Cristina.
Al terminar, nos invitan a comer unos choripanes. Y hacia allí vamos todos.
Rápidamente se consumen los alimentos. Incluso con desesperación se abalanzan algunos
sobre los últimos chorizos que quedan sobre las brasas. Después, poco a poco,
nos vamos retirando. Y volvemos a pasar por la “villita”, donde nada se ha modificado,
salvo la sombra de los árboles, que ha obligado a correrse a la madre y su bebé
y a los jóvenes del carrito. Por allí pasamos los militantes en nuestros autos
con el hambre saciada y convencidos de haber contribuido a cambiar el futuro.
Pero…
…¿Dónde está la coherencia entre
nuestros postulados y lo que la sociedad ve en nosotros? ¿Por qué la hipocresía
de llenarnos la boca con la “justicia social” (y los choripanes), y no tener la
más mínima reacción frente a la indignidad de tanta miseria a nuestro lado?
¿Cómo pretenden los dirigentes ser votados si sus acciones no se corresponden
con sus dichos? ¿Cuesta tanto entender a la Presidenta cuando nos habla de la
necesidad de comprender que debemos sacrificar algunas de nuestras ventajas
para permitir la inclusión de tantos compatriotas que todavía sufren el
resultado de las décadas de abandono? ¿Puede un gremio mostrar tanta opulencia
en un camping dentro de cuyas construcciones cabrían todas las casuchas de la
villa miseria que tienen al lado y que ven todos los días? ¿Puede ese gremio
después protestar por el nivel del mínimo no imponible del impuesto a las
ganancias? ¿Puede un pretendido futuro representante del Pueblo no estar atento
a cada detalle que pueda hacerle ver a la sociedad que de verdad está dispuesto
a cambiar la vida de los postergados? ¿No sería imprescindible imitar la
actitud sabia de la Presidenta, siempre atenta y dispuesta ante cada reclamo
social, tratando de generar solidaridad de los que más tienen (conciencia y
medios) para los que no poseen nada? ¿Y qué hicimos los que nos dimos cuenta de
lo que sucedía para evitarlo?
Imaginemos entonces, al pasar de
nuevo por la misma villa miseria, otro final para ese Plenario. Pensemos que
diferente hubiera sido si advertíamos antes de comenzar lo que vimos cuando
llegamos. Y si como corolario a nuestras deliberaciones, hubiésemos tenido la
dignidad de entregar toda la comida y bebida a esos compañeros desdichados,
abandonadas a su suerte desde siempre. Esa mínima expresión solidaria nos
habría alimentado mejor que los choripanes. Nos habría puesto frente a la realidad
de otra manera. Nos habría colocado ante la sociedad como lo que pretendemos
ser: los auténticos representantes de la lucha por la igualdad y la justicia
social.
Se equivocan quienes puedan pensar que eso sería
una dádiva o un lavado de culpas. Nada de eso. Cuando alguien necesita, primero
se da y luego se establecen las políticas que hagan posible el cambio
estructural que termine con esas necesidades. No se puede esperar a hacer la
“revolución” para después permitir el acceso a tan elementales derechos a todos
nuestros compatriotas (otra enseñanza de Cristina y antes de Evita).
Convencer a la sociedad
santafesina de ser quienes mejor pueden llevar adelante las políticas públicas
que hagan posible los verdaderos cambios, los profundos, los que no se
correspondan a un simple maquillaje escenográfico con vistas a mostrar lo que
no se es y lo que no se hará, sólo será posible con el propio cambio de nuestra
dirigencia y de todos los militantes con conciencia de la responsabilidad que
se debe asumir ante el futuro. Escaso favor le hacemos a la juventud que se
suma a la política, si las prácticas organizativas y las acciones
correspondientes no están consustanciadas con las palabras, los objetivos y las
actitudes de nuestra Presidenta, a la que decimos acompañar. No aprovechar el
ejemplo inconmensurable de semejante Estadista, indicaría la imposibilidad de
lograr en nuestra Ciudad y nuestra Provincia lo que en la Nación se ha ido
generando en los últimos años.
No alcanzan las buenas
intenciones, es imprescindible mostrarlas. Se necesitan las mejores actitudes y
aptitudes. Se precisan los mejores hombres y mujeres al frente de los más
claros objetivos. Se deben manifestar con transparencia y claridad los caminos
que se pretendan transitar, y tener una comunicación clara y precisa de todo
ello ante la sociedad.
Ahora, con lo visto y oído en los
lugares donde se produjeron las inundaciones, con las increíbles muestras de
sensibilidad ante el dolor de los otros, con la puesta en práctica de tanto
esfuerzo militante real, sin falsas escenificaciones ni elocuencias
discursivas, vemos que las preguntas del inicio pueden tener respuestas claras
y contundentes.
Tal vez la coherencia se mida por
la cantidad de tiempo destinado por cada uno de los militantes a la ayuda
desinteresada. Tal vez la hipocresía se mida con la cantidad de palabras
inútiles tratando de encontrar segundas intenciones en la solidaridad real y
directa de los jóvenes. Tal vez la justicia social sea justamente esto, darnos
entre todos la oportunidad de sentirnos iguales aún con las diferencias,
disminuyendo en la práctica real y diaria la distancia con los otros. Y seguro
que no hay mejor forma de hacer corresponder las intenciones con los objetivos
que lo hecho por estos chicos increíbles que se desplegaron con pasión en los lugares
donde se necesitaba.
Allí, en La Plata y en Buenos
Aires inundadas, lo esencial se hizo visible a los ojos.
*Secretario de la Asociación Desarrollo &
Equidad
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