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Hugo Chávez no se lo perdonaron ni cuando era evidente que iba a morir.
Cuando le pidió a Dios un año, cuando imploró que le diera ese tiempo.
Cuando usó la metáfora de la luna llena para dar una idea de qué forma,
redonda, era su convicción de que Nicolás Maduro garantizaba la
continuidad del proyecto bolivariano. Los odiadores, dentro y fuera de
Venezuela, no se lo perdonaron ni le perdonarán nunca haber sido el
primer presidente del mundo en rasgar el velo de la gran chanchada
neoliberal y haber motorizado con ideas y petróleo a una región que
recién cuatro o cinco años después, como resultado de la gran crisis,
votó a sus compañeros de ruta, los presidentes latinoamericanos que han
hecho que la región, por primera vez en doscientos años, crezca, pero no
a cuenta de más desigualdad.
Ese es un dato duro. Aquí o allá, más o
menos, mejor o peor, primero una cosa o la otra, con uno u otro estilo,
pero lo hicieron. Sus países, los nuestros, en la “década ganada”,
crecieron económica y socialmente. Es eso lo que no le perdonaron a él
ni les perdonan a los otros. Que haya puesto la mente, el corazón y las
políticas en lo social, que es lo que hoy Occidente barre bajo la
alfombra.
Chávez hizo evidente lo que parecía imposible. Que se puede ser un
militar que defiende a su patria, pero que la patria es el pueblo, y no
los mandamases financieros. Que se puede repartir hacia abajo la renta
de aquello por lo que se invaden países, se le miente a la opinión
pública, se mata y se muere. Estados Unidos va a la guerra por petróleo y
Chávez lo regalaba o lo abarataba para los amigos. Y sus amigos no eran
CEO de holdings o bancos o corporaciones: eran los presidentes de otros
pueblos que querían sacar cabeza después de un sufrimiento popular que
perduró generaciones.
Con su frontalidad descarada, Chávez le dijo al mundo: ey, los
recortes no son inevitables; los bancos no son damas de caridad; lo
nuestro es nuestro y es de todos, también de los indocumentados y los
piojosos. Chávez dijo también: ey, no hay por qué ni está escrito que lo
que vivimos hasta hoy siga igual y en las mismas manos que rapiñan. El
mundo se le fue en contra pero él dijo: “No me importa ni siquiera
defender mi honor. Yo quiero defender a mi patria”.
Europa sigue sin darse cuenta, o quizá con darse cuenta no alcanza, y
hay que esperar que surjan líderes que sinteticen y conduzcan los
anhelos colectivos de cambio. Chávez no tuvo miedo de cosas que a
cualquier hombre sensato lo habrían erizado. Después lo siguieron otros,
y en este punto cómo no recordar a Néstor Kirchner cuando, antes de la
reestructuración de deuda más grande de la historia, zampó su
diagnóstico irrefutable, el mismo al que diez años después empiezan a
llegar los europeos: fue cuando dijo que “los muertos no pagan”.
Hoy, poco queda ya de aquellos indignados europeos que salieron a
las calles en 2011. O al menos, los grandes medios no dan cuenta de qué
pasó con esos jóvenes que cuestionaban el sistema, pero seguían
identificando sistema, con política, como si fuera inevitable que la
política fuera una sola cosa: pura mugre.
Aquí sabemos lo que es lidiar con las urgencias: durante los ’90 en
la Argentina no se habló de política sino de hambre y desempleo. En
España les cayeron las lluvias tóxicas de los recortes, y los
“desahucios”: esa guillotina que corta de cuajo las ganas de vivir de
quienes de un día para el otro pierden el techo. Esos bonzos y suicidas
con nombre y apellido, individuados todavía gracias a las capas de
Estado de Bienestar que la troika quiere desmantelar, expresan en Europa
lo que en América latina, un continente hasta hace poco tiempo
“sacrificable”, expresaron los millones de excluidos que el mismo
sistema y las mismas políticas escupieron durante años.
En un artículo reciente, el ensayista y traductor vasco Gorka
Larrabeiti da un pantallazo de la trampa cazabobos que hoy es Europa.
Tira breves noticias de último momento. Algunas son: en Portugal,
simultáneamente en 39 ciudades, una multitud canta un himno de la
Revolución de los Claveles contra la troika. En Italia, hay dificultades
para formar gobierno. Resurge Berlusconi y surge Beppe Grillo, que se
dice “ni de izquierda ni de derecha”. En Alemania ya se ha formado un
Partido Antieuro. Surgen más voces que reclaman el regreso a las monedas
nacionales, porque se percibe a la euro-Europa como una arrebatadora de
la autodeterminación de los pueblos. En Francia, la derecha de Marine
Le Pen pide “solemnemente” un referéndum para salir del euro y abomina
tanto de la Unión Europea como “de la Unión Soviética”. En Holanda,
Geert Wilders, líder del Partido de la Libertad, anuncia una mezcla de
medidas antiinmigración de extrema derecha y políticas combinables con
un Estado de Bienestar para los “puros”. En Bélgica, el popular alcalde
de Amberes, Bart De Wever, impuso un impuesto especial para los
ciudadanos no belgas. En Eslovenia cae un gobierno corrupto y se forma
un gobierno “técnico”. Estados Unidos anuncia su propio recorte de gasto
público, y millones se preparan para vivir peor.
Ninguna de ésas son, a ojos de los grandes medios, “sociedades
divididas”, como no estaba dividida la Argentina del ’99, cuando ganó la
Alianza. Hugo Chávez ya gobernaba en Venezuela, pero parecía un militar
más de ésos a los que daba el ok el Pentágono. Las sociedades no se
dividían porque no había ninguna puja de poder. Redireccionar el poder
era inimaginable: estaba clavado en un punto fijo.
Eso es lo que no le perdonan a Hugo Chávez: fue el primero en mover
la aguja que estaba fija. La inclinó hacia el pueblo y pagó todos los
costos, dio todo, hasta su vida, y su muerte es la prueba de que aquello
de “querer perpetuarse en el poder” era una estupidez más de las tantas
que se escuchan cada día. Lo que Chávez quería que se afirmara, que se
prolongara, que se desarrollara, no era su permanencia en el poder, sino
la de la aguja señalando hacia abajo. Es eso lo que no le perdonan.
*Publicado en Página12
Excelente artículo de Sandra, apuntando a donde se debe. A la verdadera razón del odio y la mentira instalada ... hasta que alguien pateó el tablero.
ResponderEliminarMe hace recordar a aquel viejo mito de la caverna, de Platón, donde un grupo de esclavos inmovilizados durante toda su vida en el interior de una cueva, veía las sombras de la realidad proyectadas por el brillo de una fogata sobre una pared en el fondo de la cueva. Hasta que alguien los condujo al exterior, a la luz y a la verdadera realidad de la cual sólo les habían permitido percibir una lejana sombra.
Es una época de cambio ó un cambio de época, como más les plazca. Pero no olvidemos que estos nuevos paradigmas que durante casi dos siglos permanecieron poco menos que ocultos para los latinoamericanos y otros pueblos del mundo, requirieron de verdaderos PATRIOTAS como el Comandante Hugo Chávez para mostrarse, para poder salir de la sombría caverna en que los intereses PRIVADOS, privados de decencia, de ética, de respeto, los sepultaron para medrar con su sufrimiento y la falta de verdadera libertad y democracia.
Saludos
Y que requerirá de cada vez más patriotas para sostener lo que con tanta pasión y sabiduría engendró nuestro Comandante Eterno y sus compañeros estadistas que le siguieron. Gracias Tilo.
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