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lunes, 25 de marzo de 2013

CÓMO SUPERAR LA RESTRICCIÓN EXTERNA

Imagen de www.region.com.ar
La reducida integración productiva lleva a que, al expandirse la economía argentina, se requiera de crecientes importaciones, que no logran ser compensadas por las exportaciones, por lo que se cae en un déficit comercial que conduce al agotamiento de las divisas.
A continuación, dos análisis sobre el tema para esclarecer los posibles caminos a recorrer de aquí en adelante.

1. Largo camino por recorrer

Por Daniel Schteingart * y Gustavo Ludmer **

Las dos experiencias neoliberales que vivió nuestro país (última dictadura y Convertibilidad) afectaron profundamente a la industria nacional, al favorecer la abrupta e indiscriminada entrada de manufacturas del resto del mundo. La producción nacional fue reemplazada por la extranjera, sobreviviendo sólo algunos sectores. En contraste, el intenso crecimiento industrial que tuvo lugar durante la última década fue posible gracias al espacio vacío que dejó la devaluación del peso y a la sólida recuperación de la demanda doméstica. Durante estos años, se avanzó en la sustitución de importaciones, en particular de bienes finales (por ejemplo, indumentaria, muebles y alimentos procesados). Sin embargo, la estructura productiva no logró ser modificada en sus cimientos y continúa caracterizándose por su reducida integración nacional. Esto significa que la producción industrial sigue dependiendo de la importación de una vasta cantidad de insumos y de bienes de capital que o no son producidos en Argentina o no lo suficientemente.
El problema crucial de la desintegración productiva heredada es que, tarde o temprano, deriva en un problema que nuestro país ya ha sufrido repetidas veces: la restricción externa. Este fenómeno consiste en que al expandirse la economía argentina, se requiere de crecientes importaciones, que no logran ser compensadas por las exportaciones, por lo que se cae en un déficit comercial que conduce al agotamiento de las divisas.
Existen varias propuestas para atenuar la restricción externa, entre las que se encuentran la devaluación, el retorno al endeudamiento o incluso la inversión extranjera. Sin embargo, si la estructura productiva permanece inalterada, el problema reaparece. De este modo, la solución de raíz consiste en ahondar la integración productiva, lo cual significa una mayor sustitución de importaciones. Así, se generan las condiciones para el crecimiento sostenido.
En este contexto, vale mencionar algunas ramas en las cuales Argentina podría avanzar sustituyendo importaciones. El sector energético es una de ellas. Desde el piso alcanzado en 2002, la actividad económica se duplicó, lo que se tradujo en un fenomenal incremento de la demanda energética. En este campo, la política energética de los últimos años tuvo un balance ambiguo: si bien por un lado se han realizado importantes inversiones (entre ellas, la construcción de Atucha II), en materia de hidrocarburos la producción decayó significativamente, lo cual derivó en que Argentina pasara a requerir de crecientes importaciones en este rubro. La estatización de la mitad del paquete accionario de YPF cambió la orientación de la empresa, incrementando la exploración y la producción. Sin embargo, los frutos seguramente serán recogidos dentro de unos años.
Otro de los sectores en donde resulta crucial una mayor integración nacional es el automotor. Mientras que en los ’70 los vehículos producidos en Argentina estaban compuestos mayormente por autopartes nacionales, en la actualidad la mayoría de las piezas son importadas. Así, cada vez que se incrementa la producción automotriz, aumenta la importación de piezas. Esta situación es la que puede dar lugar a importantes avances en materia de sustitución de importaciones, si se logra desarrollar y articular a las automotrices con proveedores locales de autopartes.
Un tercer sector clave es el de la producción de maquinaria, que hoy explica una parte sustancial de las importaciones argentinas. Además de ayudar a reducir el drenaje de divisas, esta rama puede ser generadora de tecnología local, así como demandante de mano de obra altamente calificada. Por ejemplo, la provisión de maquinaria para las actividades primarias puede ser un buen nicho de sustitución. Se han realizado en los últimos años importantes avances en materia de maquinaria agrícola, pero aún falta. Asimismo, una política industrial que favorezca la producción local de maquinaria para el sector minero puede ser una opción interesante. Los países escandinavos, junto a Australia y Canadá, han realizado una interacción virtuosa entre las actividades extractivas y la producción local de sectores tecnológicamente complejos.
Sin embargo, nada de todo esto sería posible sin un fuerte consenso social que reconozca la necesidad de profundizar la industrialización en Argentina. Primero, por la ya mencionada restricción externa. Segundo, porque en un país de 40 millones de habitantes, el sector primario y la agroindustria no alcanzan a generar los puestos de trabajo necesarios para una sociedad con pleno empleo, condición clave del desarrollo. Tercero, para dejar de depender de factores incontrolables como los precios internacionales de las materias primas o el clima. Finalmente, porque no hay país desarrollado que no tenga generación local de tecnología, siendo la industria la base de ese proceso. Es un largo camino por recorrer, pero la meta es una: el desarrollo económico y social.

* Sociólogo (UBA), doctorando en Sociología (Idaes-Unsam).
** Economista (UBA).

2. Profundizar las políticas

Martín Barletta* y Federico Lombardo **

A principios de la década del ’80, la literatura económica que circulaba por la región empezó a sostener, en línea con las directrices a nivel internacional, que el proceso de industrialización por sustitución de importaciones (ISI) había caducado. Se argumentaba que no había cumplido la promesa de generar una trama industrial diversificada. En cambio, la “ineficiencia” que evidenciaba el modelo de la ISI había dado impulso a un sector manufacturero que producía con muy altos costos y consumía muchas más divisas de las que generaba. De modo que en vez de ser un freno a los problemas de la balanza de pagos gracias a la sustitución de importaciones, la industria se había convertido en un factor desencadenante de las crisis cambiarias. Por el otro canal, además, continuaban haciendo falta los dólares para pagar la deuda externa.
En ese momento, en lugar proseguir con la estrategia industrial, se proponía alentar el comercio, lo que en realidad significaba “abrir” la economía para reducir sus costos globales, que estaban artificialmente altos a raíz de un sector industrial súper protegido, según sus críticos. El mercado haría que el desempleo que se generara por cierre de fábricas “ineficientes” fuera reabsorbido por el sector exportador, al que se lo preveía como pujante luego de deshacerse del peso muerto que la industria nacional suponía sobre el tipo de cambio, que era impulsado por ésta hacia la apreciación.
Nada de lo previsto sucedió. La realidad de los términos del intercambio, cuya variación depende de los salarios que se pagan en cada país, junto a un mundo proteccionista, arruinó la ilusión de la apertura comercial. Entonces, al “capitalismo infantil”, para usar una olvidada expresión de Frank Graham, lo cercenaron antes de que llegara a la adolescencia. De no haber sido así, los artículos industriales hubieran sido caros y de calidad dudosa, por supuesto, pero cuando se trata de fabricar hojalata de mala calidad o no fabricar nada, postular la opción del libre cambio es postular no fabricar nada. Si viviéramos en un mundo de librecambio perfecto y todos los salarios fueran iguales, no habría razones para preferir máquinas a caramelos. Pero eso no tiene nada que ver con la realidad.
En la actualidad, la discusión alrededor de la ISI ha resurgido. Sus críticos postulan, para frenar ese proceso, que es preferible mantener constante el coeficiente de importaciones, el cual mide el peso de las importaciones sobre el PBI. Es decir, moderar este tipo de industrialización. Vuelven a argumentar que tener un sector industrial caro impulsa a la baja el tipo de cambio, con lo que se exporta menos y por lo tanto el saldo manufacturero es cada vez más negativo. De esa manera, la ilusión sustituidora nos llevaría a una crisis de balanza de pagos.
Sin embargo, no es obvio que la crisis externa llegará antes de que la sustitución de importaciones permita aliviar el cuello de botella externo. Esto es así porque la elasticidad-precio de la demanda extranjera está más cerca de cero que de uno, de modo que los buenos términos de intercambio (que elevan el precio de nuestros productos) pueden ser perfectamente compatibles con las buenas balanzas comerciales, porque no impactan a la baja sobre las compras de nuestros socios comerciales. De esta manera, el precio aumenta más de lo que cae la cantidad, permitiéndonos ganar sobre el resultado comercial. Al país como un todo la cuenta le sale redonda. A las empresas no, porque esa menor cantidad algunas empresas la dejan de vender.
¿Y el nivel de empleo entonces? ¿Quién comprará el excedente de producción provocado por la disminución, por más pequeña que sea, del volumen de las exportaciones? La respuesta es que los argentinos comprarán esa diferencia que queda en casa. Para ello cuentan con una política que le da impulso al consumo. Este efecto compensador por parte del consumo interno a la elasticidad ingreso de la demanda está ausente en el análisis de los que propugnan que el país permanezca andando con un “coeficiente de importaciones constante” y en lo inmediato devalúe.
Lograr la tan ansiada industrialización sustitutiva es un problema complejo y su resolución requiere un conjunto de medidas de corto y mediano plazo. Para que la ISI continúe su marcha, hay que ir profundizando las políticas industriales selectivas, otorgar créditos subsidiados, instrumentar licencias no automáticas o colocar retenciones diferenciales, todas acciones necesarias para corregir ciertos desbalances comerciales que drenan divisas al exterior, por ejemplo en los casos de energía, químicos, agroquímicos, autopartes y productos farmacéuticos. En esta dinámica, la estatización de YPF y la diversificación de la matriz energética van en la dirección correcta.

* Economista de la UNLP.
** Economista de la Ucalp.
Publicado en Página12

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