El
cuento es muy sencillo. Usted va al kiosco, al supermercado, al almacén
y compra siempre el mismo producto. Un día el producto aumenta. Pero
usted no se preocupa porque en los últimos años le ha ido mucho mejor
que cuando no tenía trabajo. O tenía que mendigarle a su jefe que no lo
echara. O porque ha recibido un aumento de sueldo o porque su mujer
también consiguió trabajo y la cosa va mejorando para todos. Usted cree
que eso es por generación espontánea o por virtud propia. Pero como está
bien, o más o menos bien, o mejor, al menos, en términos económicos no
se preocupa demasiado. Pero un día el mismo producto aumenta un poco más
de la cuenta.
Pero usted ya naturalizó lo que es tener trabajo, que le aumenten el sueldo un 25 por ciento todos los años o que su mujer tenga trabajo y que su hijo mayor también pueda tenerlo. Al mismo tiempo ve que la economía no crece como cuando la capacidad instalada de la industria todavía podía recuperarse de la debacle neoliberal del período 1989-2002 –es decir, que una gran mayoría ya tiene su trabajo y no hay tanta movilidad laboral como hace unos años– y lo asusta la crisis económica internacional.
Pero usted ya naturalizó lo que es tener trabajo, que le aumenten el sueldo un 25 por ciento todos los años o que su mujer tenga trabajo y que su hijo mayor también pueda tenerlo. Al mismo tiempo ve que la economía no crece como cuando la capacidad instalada de la industria todavía podía recuperarse de la debacle neoliberal del período 1989-2002 –es decir, que una gran mayoría ya tiene su trabajo y no hay tanta movilidad laboral como hace unos años– y lo asusta la crisis económica internacional.
Usted pasa por el bar de la esquina de su barrio. Se pide un café. Y
mira la pantalla de TN en silencio pero lee los zócalos con alguna
barbaridad que lo pone de mal humor. Y estira la mano hasta la mesa de
al lado para alcanzar algún diario ultraopositor y macrista como Clarín o
La Nación, en el que remarcan constantemente el aumento del dólar o de
los precios de los artículos diciendo que el gobierno miente con que no
hay inflación o directamente con que es la política del gobierno la que
genera la supuesta inflación. Y al costado lee una nota en la que el
vicepresidente Amado Boudou una vez se sentó en el mismo banco de plaza
que uno de los directores de la empresa Ciccone y eso parece prueba
suficiente para armar una tapa "Escándalo de corrupción" o lee
acusaciones sobre tal o cual funcionario que se afanó un jarrón que no
le correspondía. Entonces, como usted es un tipo inteligente y
deductivo, estalla: "La culpa es del gobierno", piensa, ata cabos.
Pero la cosa no es tan sencilla como parece. Usted es un tipo
inteligente y enseguida relaciona: "Cuando no hubo inflación, yo no
tenía trabajo." Entonces, esos cantos de sirena de los economistas
neoliberales que salen por la tele dando recetas económicas que a usted
lo dejaron en la lona ya no le empiezan a gustar tanto. Puede llamarlo
Melconian, si quiere, o Bonelli, el que aparece ahora por TN, el mismo
que apoyaba el corralito de Fernando de la Rúa, recuerda ahora. Y
entonces aparece Domingo Cavallo. Sí, sí, Domingo Cavallo hablando de la
crisis y de las posibles soluciones para el 2015. Y usted hace un gesto
negativo con la cabeza y recuerda: "Pero si vos atorrante sos el mismo
que vendiste todas las empresas del Estado, el que llevó la desocupación
al 25 por ciento en 1995, el padre del corralito, el que aumentó la
deuda externa en un 300 por ciento, ¿qué podés hablar vos ahora?" Y
Cavallo apoya a Mauricio Macri. Y Mauricio Macri ataca al gobierno por
la inflación. Entonces, no es difícil darse cuenta, Macri y Cavallo son
lo mismo. Lógica pura, ¿o no? Y usted recuerda lo que alguna vez oyó del
final del gobierno de Raúl Alfonsín: que fue Cavallo a los centros
financieros a aconsejarles que no le presten ayuda económica a la
Argentina, porque el próximo gobierno, el de Carlos Menem, iba a
responder con un modelo económico más acorde a las exigencias de esos
mismos círculos de poder, llámese Fondo Monetario Internacional,
gobierno de los Estados Unidos, o Consenso de Washington.
Es entonces cuando la cosa se pone peliaguda y usted comienza a
sospechar ¿Puede ser que los principales medios opositores como Clarín y
La Nación fogoneen el tema inflacionario para generar más inflación?
¿Es posible que Cavallo esté montado en ese esquema que intenta
debilitar en el plano internacional al gobierno nacional?
Usted es un argentino medio, de buena leche, digamos. Un laburante,
que a veces se manda alguna pillería tributaria nada más. Pero no es un
hombre de derecha ni mucho menos. Prefiere que las cosas anden bien y
todos seamos felices. Por eso le gusta leer todas las campanas. Llega a
su casa y prende la computadora un rato y entra a Tiempo Argentino o a
Página/12, ¿por qué no? Y lee a Mariano Beristain o a Néstor Restivo,
por ejemplo. Y le dicen que, en realidad, el gobierno está preocupado
por el tema, pero que no está dispuesto a frenar la economía, porque
hacerlo sería perjudicar a los sectores asalariados. Porque frenar la
economía y el consumo significa quitarle dinero del bolsillo a los
trabajadores o dejar sin trabajo a miles y miles de personas. "Ah, como
en los noventa", piensa usted. Y sí, como en los noventa, le digo yo.
Entonces, empieza a sospechar que el gobierno nacional no es el creador
del alza de precios sino su víctima, como usted, claro.
Pero usted empezó esta nota insultando al gobierno y está
preocupado porque el control de precios funcione. Pero Clarín y La
Nación, haciéndole creer que están de su lado, le informan que el
acuerdo de precios ya es un fracaso antes de salir a la calle y ya hay
desabastecimiento, aunque no te dicen ni dónde ni por qué. Claro,
tampoco le dicen que los acuerdos de precios funcionaron bastante bien
en la Argentina productiva de los años '40 al '70 ni tampoco le dicen
que en Francia, por ejemplo, siempre hay acuerdos de precios exitosos
con intervención del Estado. Entonces, usted ve por TN, suponga, que
alguno de la familia Moyano, justo justo se le ocurre hacer un paro con
bloqueo sobre supermercados mayoristas cuando empieza el acuerdo de
precios. Y minutos después lo escucha decir a Hugo Moyano que se va a
levantar el paro, porque Macri le da soluciones a los trabajadores. Y
empieza a atar cabos. Macri, Cavallo, Clarín, La Nación y Moyano están
entongados en algo. Pero no sabe todavía bien en qué.
Sin embargo hay un dato que leyó en una de las notas, no se acuerda
cual, que le llamó la atención: el 80 por ciento de los precios que
aumentan en el supermercado lo manejan 28 empresarios. ¿Cómo?
¿Veintiocho tipos son capaces de decir cuánto vale la manteca, las papas
fritas y la leche? Así parece. Y pero entonces, ¿por qué el gobierno no
los agarra de los pelos y los obliga a mantener los precios en línea?
Sencillo: porque son muy poderosos. Y porque las herramientas que tiene
el gobierno están demonizadas por los principales medios opositores. Sin
ir más lejos, usted odia a Guillermo Moreno y no tiene la más remota
idea de por qué. Porque es patotero el tipo, se responde rápido. Pero,
¿a quién patotea Moreno? ¿A usted o a la pandilla de los formadores de
precios? Le hago una pregunta, estimado lector: si el Estado tuviera
cientos de Morenos dispuestos a controlar la cadena de costos en cada
uno de los rubros de la economía, ¿no cree que usted estaría más
protegido contra la especulación de los empresarios y comerciantes?
Moreno está de su lado, aunque no pueda creerlo.
Usted hace un alto. ¿En qué especulan los empresarios y
comerciantes?, se pregunta. Sencillo: ellos quieren seguir ganando lo
mismo que el año pasado o más. Entonces, pueden hacer dos cosas: o
producir más y vender más, lo que implica un mínimo de inversión o
remarcar los precios directamente sin hacer ningún esfuerzo. "Y si el de
al lado aumenta por qué no voy a aumentar yo", dice el almacenero de su
barrio. Lo justifican diciendo que los “aumentos de salarios que pin
que pan". Pero si las paritarias aumentan un 25 por ciento y el salario
es una parte menor en la cadena de costos –representan entre el 5 y 50
por ciento de los costos, ya sea una gran empresa o una pequeña–, ¿por
qué los tipos aumentan un 25 o 30 por ciento los productos? ¿Quién se
queda con el porcentaje de ganancia restante? ¿el gobierno o los
empresarios? Sin embargo, usted empezó esta nota protestando contra el
gobierno ¿no? Pero el que se queda con su guita no es el gobierno
nacional ni el funcionario que se afana un jarrón, sino los empresarios y
los comerciantes. Pero ellos están invisibilizados. Sí, adivinó. Con
complicidad de los medios opositores macristas como Clarín y La Nación.
Usted niega con la cabeza, no puede ser todo tan conspirativo. No
es posible ¿Con qué objetivo e intención? Sencillo, hombre, sencillo:
quieren debilitar a un gobierno que les marca el paso a los empresarios,
que quiere controlar sus ganancias, que quiere disciplinarlos para
poder distribuir y redistribuir mejor la riqueza, las ganancias de una
sociedad. Sencillo: porque quieren poder meterle la mano a usted en los
bolsillos como lo hicieron durante los 25 años que fueron desde el 1976 a
2002. Porque quieren un gobierno débil como el de Raúl Alfonsín para
poder voltearlo cuando quieran. Y para eso necesitan que usted este año
se la pase insultando al gobierno y no lo vote. Porque un gobierno
fuerte, un Estado fuerte, no les conviene a los verdaderos dueños del
poder en la Argentina: los 28 formadores de precios, los diarios
opositores, los sojeros ni a sus empleados como José Manuel De la Sota,
Macri y sus viejos y nuevos aliados. Usted ya lo sabe, hombre, no
necesita que yo se lo explique.
*Publicado en Tiempo Argentino
Brillante.
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