Imagen de filosofia2010.wordpress.com |
El
tema de la verdad es uno de los más complejos de la filosofía y a ella
le pertenece, le corresponde. Dejemos de lado a los griegos porque, de
lo contrario, no terminaremos más. Pero acompaño a Protágoras y a su
formidable frase “El hombre es la medida de todas las cosas”.
Durante la Edad Media el problema no fue difícil. Dios poseía la
verdad y se la revelaba a los hombres. O mejor dicho a los pastores. A
la institución eclesiástica. Surge eso que Foucault (al que recurriremos
muchas veces) llama “poder pastoral”. Los buenos siervos de Dios
siempre se sienten en pecado, acuden al buen sacerdote y, en el
confesionario, le dicen las opacidades de su alma. El pastor conoce todo
del siervo y el buen hombre no sabe nada del pastor. Así, el
confesionario es como la CIA de la Iglesia. Tiene un fichaje de todos
los siervos de todos lados. La “verdad” que Dios revela la recibe la
Iglesia y el que no la cumpla será castigado por la Inquisición.
Descartes viene a establecer una nueva verdad. Al dudar de todo duda
también de Dios. ¿Qué es lo que le permite dudar de todo? Su
pensamiento. ¿Qué es aquello de lo que no puede dudar? Claro está: de su
pensamiento. La verdad que viene a instaurar Descartes es la de la
razón: ego cogito, ergo sum. Pero hay otra verdad que Descartes debiera
probar. La externa. ¿Cómo salir del cogito? A través de Dios. La
revolución no ha sido total. Si veo todo eso ahí afuera es porque debe
existir; si no, Dios no me lo haría ver. O sea, la única verdad que
viene a establecer Descartes es la del pensamiento, la de la
subjetividad. La del hombre. Pero ese hombre es incapaz de probar la
existencia del mundo exterior. Todo cambia con Kant. Kant es un filósofo
fundamental. Lo que hizo todavía sirve. Dice: todo conocimiento empieza
por la experiencia pero no se reduce a la experiencia. La primera parte
de la frase es una concesión al pensamiento de Hume, al empirismo
inglés, al que Kant respetaba mucho. O sea, todo conocimiento empieza
por la experiencia, por lo fáctico, por lo empírico. Por los hechos.
Hegel dirá: Lo verdadero es el todo. Tomemos cualquier instancia de la
dialéctica histórica. Tiene tres momentos: afirmación, negación de la
afirmación y negación de la negación. El tercer momento es la síntesis
de los otros dos y los contiene en una totalidad que los contiene en
tanto superación. Este tercer momento es la totalidad. Y la totalidad
–en Hegel– es lo verdadero. Sobre todo al constituirse en tanto sistema.
Adorno (en el siglo XX), oponiéndose a la dialéctica hegeliana, lanzará
un famoso dictum: La totalidad es lo falso. Sartre, en la Crítica de la
razón dialéctica, dirá que la totalidad nunca cierra: apenas totaliza
ya se destotaliza. Pero siempre hay algo que nunca falta: la empiria, la
materialidad. Nietzsche dice: “No hay hechos, hay interpretaciones”.
Pero sí: hay hechos. Sólo que la verdad se establece por medio de la
interpretación de los hechos. Sólo que, sin hechos, no hay
interpretaciones. Seamos redundantes porque aquí está el centro de la
cuestión: aun cuando la primacía de la interpretación de los hechos
pareciera llevar a un relativismo, esa interpretación parte también de
lo fáctico. De los hechos. Sin hechos, no hay interpretaciones. Foucault
partiendo de Nietzsche y Heidegger establece la verdad como lucha de
interpretaciones. La verdad es de este mundo, dice en Microfísica del
poder. En La verdad y las formas jurídicas establece que hay una lucha
por la verdad. Algo que también hace en Poder y verdad. Se lucha por la
verdad porque la verdad es la que establece el poder. En suma, de todas
las interpretaciones de los hechos van a triunfar aquellas que puedan
acumular más poder. De aquí el interés de los monopolios en conservar lo
que han logrado. Es fácil: si yo tengo doscientas o trescientas bocas
comunicacionales a través de las que enuncio mi interpretación de la
realidad, ésta se transforma en la verdad porque logro convencer a la
mayoría. La verdad es hija del poder. Hoy más que nunca por el
despliegue agobiante de los medios de comunicación. Esto no significa
que no existan verdades alternativas a la del poder mediático. Pero
serán muy débiles. Ya que el monopolio mediático (y, no lo olvidemos,
los medios de comunicación son el partido político de la derecha) se ha
ido devorando a todas las fuerzas competitivas del mercado. El mercado
no es libre y es antidemocrático: se lo devoran los monopolios y los
oligopolios, que concentran el poder adosando a los competidores o
llevándolos a la ruina. Lo cual es fácil: cualquier monopolio puede
vender un año a pérdida y fundir a las pequeñas empresas del mercado.
Ahí es donde las compra o deja que entren en convocatoria de acreedores,
donde acaso las compre o se fundan.
Pero todo ha cambiado. Un cambio en la ética periodística. Vimos que
todas las filosofías partían de los hechos. Kant requería de la
experiencia. De aquí que sea nuestro ejemplo predilecto. Todo
conocimiento empieza por la experiencia. El periodismo nació para decir
la verdad. Se diferencia en esto de la literatura. El buen periodismo
dice la verdad, la buena literatura miente. Esta es una frase
indiscutible y llena de orgullo a los escritores. El escritor escribe
ficciones. (No voy a entrar aquí en las interpretaciones que afirman que
interpretar la realidad es una ficción porque sería largo. El que ha
llevado esta interpretación al extremo es Hayden White en La ficción de
la narrativa. Pero es una posición muy discutible.) Digamos que Kant
jamás diría que no parte de la experiencia. Que Nietzsche no negaría que
parte de los hechos para interpretarlos. Y que esa guerra por la verdad
que postula Foucault también se basa en la facticidad. En el periodismo
esto es lo que ha muerto. El periodismo ya no parte de los hechos. Esta
fue su tarea primordial desde su nacimiento. El periodismo informaba.
Pretendía informar imparcialmente. Aquí radicaba su seriedad. Pretendía
ser un tábano para mantener alertas a los hombres y advertirles que no
adhirieran a la falsedad. O pretendía ser un clarín sobre los grandes
problemas argentinos, para no eludirlos, para enfrentarlos, para decir,
sobre ellos, la verdad. La contratapa que publicamos ayer fue
provocativa. Pero, creemos, contundente. Ahora el periodismo ya no
trabaja sobre materialidad alguna. Al estar en constante estado de
beligerancia deja de lado lo fáctico. Ya no parte de los hechos, los
inventa. Esa foto del presunto Chávez en la tapa de El País es la
prueba. El País fue un diario respetable y querible, progresista. Hoy es
parte del complot mediático contra los gobiernos populares de América
latina que nosotros –lo sentimos mucho pero son nuestras creencias, les
pedimos que las respeten y no se rebajen insultándonos– defendemos. Ese
“Chávez” no se basa en ninguna “materialidad”, en ningún “hecho”. Todos
los filósofos que he citado dirían que así no se consigue la verdad. Que
no es el camino para llegar a ella. Porque sin base material no es
posible la interpretación. Y si no hay interpretación, lo que hay es la
más recalcitrante y vergonzosa mentira. Señores, ustedes están hundiendo
al periodismo. Costará mucho que recuperen la fe de los lectores, o de
muchos de ellos que no se dejan engañar fácilmente. Ustedes, señores, al
apelar a la mentira como arma de antagonismo, están matando a la
verdad. Y eso no tiene retorno. Y es, además, imperdonable.
Brevemente: vayamos a la Argentina donde todo esto malamente abunda.
En la Feria del Libro, hace un par de años, el médico psiquiatra Marcos
Aguinis, junto con Jorge Fontevechia, le diagnosticó, sin conocerla,
sin haberla visto nunca, sin haberla tenido de paciente, “depresión
bipolar” a Cristina Fernández. Además, ¡un diagnóstico no se da en
público, en la Feria del Libro! Un médico, si es honesto, se guarda el
diagnóstico como todo paciente lo merece. Una indecencia. Hablé esto con
varios psiquiatras y psicólogos amigos. Sobre todo, con uno que había
sido maestro de Aguinis y le había derivado pacientes. “¿Marquitos hizo
eso? Qué raro. Era una buena persona.” Aún no hay causa penal sobre eso,
pero no importa. Lo que importa, lo que alarma, es la impunidad para
mentir. Porque la mentira es la muerte de la verdad. Y la verdad ha
muerto. Al menos en la tapa de El País el día que publicaron esa foto
obscena del falso Chávez. Y, cotidianamente, en muchos otros medios de
la presuntuosamente llamada “prensa independiente”.
*Publicado en Página12
No hay comentarios:
Publicar un comentario