El camino para los que todavía no están despiertos
Un acto político como el del domingo (9 de diciembre) envía signos en diversas direcciones. El más obvio se refiere a la cantidad de gente, que efectivamente era mucha. La cualidad de esa concurrencia merece consideraciones más atentas. Creo que vale la pena hablar del encuentro físico de multitudes populares. Hay ahí una dimensión de la experiencia corporal de la política que nunca puede desestimarse. Los cientos de miles que asisten a una fiesta popular como la del domingo se llevan marcados sus cuerpos por una experiencia: el viaje hacia el punto de encuentro, el descubrimiento de que muchos otros van para el mismo lado, el reconocerse con esos otros, el mirarse, el canto colectivo de consignas, los bailes, el roce de los cuerpos, el deseo, las conversaciones breves con gente a la que uno no conoce pero con la que sabe compartir un proyecto en común, los abrazos, el encontrar a los amigos entre la multitud o el perderlos, el bullicio de los bombos, el silencio atento y concentrado ante la palabra de la presidenta, la aparición de los artistas queridos y admirados: son componentes de la política en un sentido que no se deja reducir a las palabras.
Y claro
que las palabras son imprescindibles en la política, pero en actos como
el del domingo uno descubre que las palabras no son toda la
política. Nico Villaobos, amigo y fotógrafo de La otra me decía en la
madrugada del lunes, cuando la cosa apenas había terminado: "qué fiesta,
uuuf, tremenda, no me quería ir, zarpada!!! dan ganas de tener una cada
domingo". Y mi amiga Ana Fioravanti me escribía en el muro de facebook:
"Es tanta la alegría que no me puedo ir a dormir. Personas a las que
nunca vi me apretaban la mano al pasar, me ofrecían agua, se desvivían
por ayudar, nos mirábamos y sonreíamos por nada o por todo. La primera
plaza donde no tuve que temer ni llorar,¡la plaza del amor!".
Este año el partido cualunquista hizo su experiencia movilizadora, el 13
de septiembre y sobre todo el 11 de noviembre. Y habrá descubierto el
encanto de ganar la calle y ver que se forma parte de una colectividad:
su problema político actual es encontrar la forma de hacer subsistir esa
colectividad. Al partido cualunquista le faltan varias cosas: líderes
visibles, palabras articuladoras, un proyecto común. Algo para esta a
favor, alegría, un poco de amor a alguien.
El kirchnerismo el domingo mostró que mantiene y aún perfecciona estos
dones. Las columnas periodísticas dominicales de la reacción vienen
diciendo desde hace tiempo que el kirchnerismo es una impostura, que
solo tiene un relato, relato que sostiene mediante la corrupción
generalizada y que, aún con eso, su fuerza se esfumó y ha perdido la
calle. Uno de tanto leer esa letanía monocorde -que atraviesa un arco
muy amplio, que va desde Asís hasta Caparrós, pasando por Majul, Levinas
y Biondini-, termina por dejarse sugestionar por el tan gastado
diagnóstico del fin de ciclo kirchnerista. Los cientos de miles que
fuimos este domingo a la fiesta pudimos percibir otra cosa.
Quiero resaltar que se trató de un acto político clásico, con una
oradora central que a través de su discurso trazó un eje que abre el
proyecto hacia un futuro inmediato y persiste en el rumbo histórico que
lo identifica. La escucha atenta de la palabra de Cristina, el silencio
expectante que concitó, las explosiones de aplausos ante algunos pasajes
decisivos, la emoción que acompañaba a cada una de las definiciones
políticas son elementos que caracterizan a la forma más clásica de hacer
política. El peronismo tiene mucha memoria emotiva e histórica de esta
forma de comunicación. Y el ser peronista no necesariamente tiene que
ver con comulgar con una cierta liturgia: Cristina ayer nombró al
"presidente" Perón (no al "General") y lo puso a la par del presidente
Irigoyen, como dos grandes líderes populares de nuestra historia que
fueron derrocados por golpes cívicos militares. Y en el acto flotó una
presencia constante, que el kirchnerismo, como versión superadora del
peronismo, se ha decidido a adoptar como propia: la de Raúl Alfonsín. Su
aparición en el video conmemorativo fue tan aplaudida como la de Evita y
las Madres y Abuelas. He aquí la constitución de los precursores que
Cristina asume como propios.
Es notorio que en una celebración por los 29 años de nuestra democracia su discurso no haya cargado las tintas sobre las cúpulas militares exclusivamente y que Cristina haya remarcado la necesaria raíz civil de esos golpes y, especialmente, la complicidad que en cada uno de ellos tuvo el Poder Judicial. No recuerdo otros mensajes conmemorativos de los golpes dictatoriales que hayan destacado tan expresamente como este que el Poder Judicial de las distintas épocas convalidó los derrocamientos de los gobiernos legítimos. Este señalamiento añade una pincelada de un color hasta ahora omitido en el cuadro con que se pinta nuestra historia. Y por supuesto tiene implicaciones presentes y futuras. Que no necesariamente se deben traducir mediante la simpleza de que toda Corte Suprema sea golpista. Es un poco más complejo: ¿por qué el Poder Judicial ha cumplido y sigue cumpliendo un rol conservador y reaccionario en nuestra sociedad? ¿por qué siendo tan poco transparente pretende hacerse pasar por una instancia de legitimidad inobjetable? ¿por qué no se politiza el análisis del desempeño de los jueces? Estas preguntas son las que instaló el discurso de Cristina.
Es típico del kirchnerismo su capacidad para renacer ante los intentos de matarlo ("como la cigarra de María Elena Walsh, dice Cristina) y en las circunstancias adversas. La militancia kirchnerista no se hizo masiva hasta el difícil y finalmente fracasado conflicto con las patronales agrarias; por eso no es raro que se tonifique cuando se le propone enfrentarse a enemigos poderosos, y hasta ahora invictos. "Se decía que ningún gobierno resiste cuatro tapas en contra de cierto diario. Ahora también se nos quiere hacer creer que ningún gobierno aguanta cuatro fallos de la Corte en contra". ¿Es prudente librar esta batalla por el desencubrimiento de la política judicial? ¿hay un cálculo errado en Cristina al convocarnos a eso? No me parece. Lo que enamora a miles de jóvenes y no tanto a comprometerse con la política es ese vértigo que el kirchnerismo busca, esa vocación por meterse en asuntos espinosos y de resolución incierta. Si no hay algo por lo que pelear, uno no se siente convocado. El 54% del año pasado fue una caricia primero y después fue aburrido. No se trata solo de ganar elecciones. Hay que ganarlas cuando hace falta, pero también se las puede perder y aprender de eso, como pasó en 2009.
Quizá la derecha se haya equivocado al tratar de desbaratar el sentido del 7D mediante una serie de fallos tramposos y amañados de los impresentables jueces turistas de Miami (fallos que habrían sido ideados por el mismo Lorenzetti). Quizá la derecha se equivocó porque a los kirchneristas nos convoca más pelear por una conquista en peligro que celebrar una conquista segura. La desmonopolización de los medios es bastante más que una pelea de Cristina con Clarín: es la resistencia que se opone y nos permite sentir la inercia de la Argentina retrógrada, hostil a la justicia social, racista, sometida a la dependencia de los poderes trasnacionales. Lorenzetti es el hombre de gris, una x incógnita "con aspiraciones políticas", pero además sobre sus hombros descansa hoy el mandato de frenar el proyecto de reforma social que lleva a cabo el kirchnerismo. Cristina, al recoger ese guante y trasladárnoslo no hace más que caminar para seguir de pie. "Si ustedes no aflojan, yo no aflojo". Esas palabras tienen una tremenda función vocativa. Esto los antikirchneristas no lo pueden entender, no hay simplemente un "Relato": las palabras efectúan una circulación del poder para que la historia siga haciéndose, no "contándose". El acto del domingo fue clásico en el sentido en que posibilita esta transferencia, este tomar y dar entre líder y pueblo. Por eso la atención con que se escuchó a Cristina es altamente significativa: no eran 200.000 o 300.000 concurrentes ocasionales los que ayer estaban ahí: eran cientos de miles de militantes que reconfiguraron un pacto con su lider. Eso que le falta al partido cacerolo, que cada vez que se junta se desconcentra masticando hiel.
Esta relación entre un pueblo y su líder, por obra de las palabras que
abren un proyecto, es decir, un curso de acción, y por ende organizan un
futuro inminente, es la gran diferencia del kirchnerismo con cualquier
otra fuerza que aspire a tallar en la política argentina actual. No
sucede algo igual en ningún otro espacio hoy. Esto no existe en esas
entidades fantasmales llamadas FAP, UCR, PRO, Peronismo Disidente. No
hay allí liderazgos ni convocatoria ni tarea a compartir como no sea
oponerse a la fuerza arrolladora del kirchnerismo.
Tampoco sucede algo parecido en el anquilosado sindicalismo ortodoxo: ni
en el que ahora se opone al gobierno, ese bizarro combo de moyanismo,
barrionuevismo, trosquismo de choque, eslcavismo rural y
lumpensocialdemocratismo michelista, que no tiene destino, porque solo
está unido por el miedo de las estructuras obsoletas que temen ser
sacudidas por una brisa fresca; ni tampoco en el sector de la burocracia
que hoy aparece alineado al gobierno. Por esa razón el aparato sindical
que siempre fue un elemento clave de la movilizaciones peronistas el
domingo no estaba. Es una paradoja que un sector que se vio favorecido
por las políticas de la década kirchnerista, el de los trabajadores
sindicalizados, un sector que además se vería rápidamente perjudicado
ante la vuelta de la reacción conservadora, no termine de articularse
con el proyecto kirchnerista. Puede que haya ahí fallas en la conducción
política del gobierno por no poder conquistar a algunos de los que más
se benefician con este modelo, pero también es cierto que estas
conducciones, los Moyano, Venegas, Micheli, Barrionuevo, Lezcano,
Cavalieri, Martínez, Lozano, etc., son residuos de una burocracia que
explota a sus representados mucho más que lo que los defiende. Una
paradoja similar se produce en el desencuentro de los sectores medios
con el kirchnerismo, sectores a veces identificados con una tradición
antiperonista que contradice sus propios intereses objetivos. Aquí se
mezcla la política con la cultura y ciertos gestos de Cristina parecen
evidenciar que ella lo intuye.
Junto a estas observaciones políticas es interesante notar otro aspecto de la fiesta popular del domingo: precisamente su caracter festivo. Hay una evidente ingeniería visual en la organización del acto y un cruce con la tradición movilizadora del peronismo, que se hace ver en las miles de imágenes que los diarios y canales de la derecha escamotean. Algunas fotografías, los clips de youtube con las actuaciones de los músicos, las imágenes de Cristina bailando al terminar su discurso, la diversidad social que el kirchnerismo concita, trasmiten una sensación de alegría, de fraternidad, incluso de erotismo, que contrasta notablemente con las agrias manifestaciones caceroleras, que, tampoco es casual, la derecha tuvo que ocultar de manera vergonzante. Esa dimensión festiva que reúne a algunos grandes artistas (Charly, Fito, Teresa Parodi, el Choque Urbano, Illya Kuryaki & The Valderramas, Griselda Gambaro, Juan Gelman, Daniel Baremboim) con el más clásico clima de fiesta plebeya expresa artísticamente esa extraña síntesis social que el kirchnerismo supo configurar en estos años. Los pibes bañándose en la fuente otra vez, la belleza arcaica de ese gesto -que remite no solo al 17 de octubre del 45 y al odio fundacional de los gorilas, sino a un pasado mucho más remoto, a las antiguas celebraciones dionisíacas- puede ser captado por la mirada enamorada de los fotógrafos de M.A.F.I.A. para convertirla en una pieza de arte exquisito, o puede ser tomada por un grupo fascista para dar rienda suelta a su más bajo resentimiento criminal.
"Revolución y arte", dijo Charly. García tuvo la sapiencia de transformar un acto político clásico en un recital de Say No More, con The Twilight Zone y Marilyn Manson incluidos, y la fachada de la Casa Rosada se convirtió en el escenario natural de su performance. Charly es el más grande artista argentino vivo (este año perdimos a los irremplazables Luis Alberto Spinetta y Leonardo Favio) y su presencia muestra -en el mismo escenario que había estado Cristina, y un rato después- otra faceta de la autoridad que la Argentina es capaz de asumir: la del autor cuya obra interpela a varias generaciones. Entre el público extasiado que asistía a una de las mejores actuaciones de Charly en los últimos años flameaban banderas con las caras de Evita, de Néstor y del Che. Difícil lograr una síntesis más densa del ser nacional. Cuando cantó "Los dinosaurios", Charly dijo: "esta metáfora quiero dedicarselá a Hebe, a todas las Madres, porque hicieron revolución y arte al mismo tiempo, y mostraron el camino para los que todavía no estaban despiertos". Se celebraban 29 años de democracia y no se podría haber dicho nada mejor.
*Revista "La Otra"
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