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sábado, 15 de septiembre de 2012

COMPETITIVIDAD

Por Alfredo Zaiat*

La posesión de dólares billetes es una obsesión de un sector de la población, más aún a partir de normas de control y administración de monedas extranjeras no muy diferentes a las existentes en otros países capitalistas y democráticos. Un efecto derrame de ese deseo irreprimible es la también obsesión de economistas sobre el nivel del tipo de cambio.
Existen experiencias de atraso cambiario, como la tablita de Martínez de Hoz y la convertibilidad de Cavallo, que sirven de alerta. Hoy no hay ningún estudio riguroso que muestre una situación cercana a esos casos traumáticos, ni por el sistema de ajuste de la paridad nominal, ni por el modo de administración de la cuenta capital de la Balanza de Pagos, ni por las características del régimen de acumulación de capital vigente. De todos modos el grado de competitividad del tipo de cambio es un tema debatible precisando el marco analítico de funcionamiento de la economía. Reiterar observaciones como si se tratara de un régimen de valorización financiera sólo colabora a la confusión. Es sencillo afirmar taxativamente que el tipo de cambio está atrasado, además porque asegura la aprobación de los dolarmaníacos. En cambio, requiere un poco más de esfuerzo evaluar cómo está impactando esa variable en cada sector productivo y, por lo tanto, si es conveniente una medida general de aceleración del ritmo de devaluaciones o si es más prudente en términos de distribución de ingresos una política focalizada en actividades exportadoras mano de obra intensiva o en rubros que enfrentan una competencia externa de precios predatorios por la crisis internacional.
Esta misma columna, del 2 de junio pasado (pagina12.com.ar/diario/economia/2-195493-2012-06-02.html), precisó que el tipo de cambio real está vinculado a otras variables, además de la simple relación con la variación de precios domésticos. Detalló que la competitividad del tipo de cambio se mide también según
- el desempeño del saldo de la balanza comercial;
- los salarios en dólares en relación con otros países;
- el recorrido de las monedas de los países con los que se mantienen importantes flujos comerciales;
- la productividad laboral;
- el precio de los commodities de exportación y los términos de intercambio;
- el impacto de la crisis internacional en el movimiento comercial y de divisas; y
- el stock de deuda y exigencias de divisas para su pago.
Si esas variables no se incorporan en la discusión sobre la paridad cambiaria, el tema queda atrapado de la lógica conservadora que ha tenido a la devaluación como uno de las principales herramientas de disciplinamiento político y social.
Incorporar cada una de esas variables en el análisis del tipo de cambio hace más difícil sentenciar con consistencia técnica la existencia de atraso cambiario. Esto no significa que en estos años no haya disminuido el colchón cambiario de la megadevaluación de 2002, o que algunas actividades estén más estrechas en términos de competitividad. El desafío de la gestión económica del Gobierno no es sólo eludir las presiones por una fuerte devaluación de grupos económicos y el sector financiero, sino también intervenir en forma activa en áreas sensibles para mejorar la ecuación competitiva de algunas actividades. Esas áreas son el transporte, la estructura tributaria, la logística, la comercial y el financiamiento. Es lo que hacen otros países cuando buscan aumentar la competitividad de la economía no sólo modificando el tipo de cambio.
Distinguir la situación de las actividades por el nivel de productividad y la intensidad de su mano de obra permite un análisis más estilizado del nivel del tipo de cambio. En la publicación trimestral Argentina Heterodoxa, del Centro de Investigación para la Gestión Estatal del Desarrollo de la Universidad Nacional de San Martín, Emiliano Libman afirma que una política de tipo de cambio real “alto” estimula “a todos por igual, otorgando rentas a quienes no las precisa”. Sería el caso del Grupo Techint, como de otras empresas de capital intensivo productoras de insumos difundidos y de algunos cultivos agrarios, como la soja. En cambio, otras producciones intensivas en mano de obra que hoy no contabilizan elevados grados de productividad, pero tienen las condiciones para incrementarla, necesitan políticas sectoriales específicas. Libman explica en el artículo “tipo de cambio competitivo y crecimiento” que para esas actividades “se hace indispensable considerar un set más amplio de políticas que apunten a contar con tipos de cambio sectoriales, ajustados según la productividad en relación con el mercado mundial”. Para ello se requiere sintonía fina, lo opuesto a una fuerte devaluación lisa y llana como recomiendan la ortodoxia y parte de la heterodoxia.
Un ajuste de esas características, además de tener impacto negativo en la distribución del ingreso, significaría la transferencia de una renta adicional hacia grupos económicos que operan en el renglón de mayor productividad de la economía. También recibiría una ganancia extra un sector social rentista acostumbrado a la acumulación de dólares. Esto último es otro factor relevante de presiones devaluacionistas. Los dólares circulando por el mercado doméstico o depositados en el exterior registrarían un inmediato incremento patrimonial medido en poder adquisitivo doméstico con una fuerte devaluación.
La dolarización de excedentes es un rasgo destacado de la economía argentina, convirtiéndose en una condición estructural que no puede ser ignorada al momento de debatir sobre el nivel del tipo de cambio. La extraordinaria acumulación de dólares en poder de grupos sociales influyentes es una cuestión que los economistas deberían incorporar en sus análisis, para no ser simple técnicos sin un ancla en la realidad y poder abordar la cuestión con criterio de economía política. Por ejemplo, la restricción externa, o sea la escasez de divisas, tiene su raíz en la estructura desequilibrada de la economía argentina por la diferencia de productividad entre el campo y la industria. Pero la restricción externa aquí es más aguda que en otro países periféricos por la persistente fuga de capitales que pone bajo presión extra la cuenta corriente de la Balanza de Pagos.
La compra de dólares y el giro al exterior es una conducta autónoma del régimen político y de la política económica implementada a lo largo de los últimos cuarenta años. Es un elemento adicional y sustancial de la dinámica de la economía argentina, al acercarla al umbral de la restricción externa independientemente de la evolución de los términos del intercambio, del stock de deuda externa y de otras variables vinculadas a evaluar el nivel de competitividad del tipo de cambio real.
Una fuerte devaluación aleja en forma transitoria el peligro de la restricción externa, sin resolver el problema. El ajuste cambiario sólo serviría para convalidar la historia de cíclicas crisis económicas. Brindaría un alivio temporal en el frente externo a un costo sociolaboral elevado por caída del salario real, además de convocar a una crisis política. La restricción externa, alejada momentáneamente, igual seguiría presente.
En ese contexto, con presiones de grupos económicos y financieros, además con resistencias sectoriales acostumbrados a la importación y al ahorro en dólares, el desafío se encuentra en cambiar esa historia con final conocido. Esta es la compleja tarea de la política económica con un tipo de cambio administrado y un plan de sustitución de importaciones, preservando la competitividad externa de actividades vulnerables, para lograr ya no sólo distanciar la restricción externa, sino neutralizarla en forma definitiva.

*Publicado en Página12

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