Pensar
un modelo de país también requiere reflexionar sobre las formas de
organización de los trabajadores. Y como no hay mal que por bien no
venga, el berrinche de Hugo Moyano de las últimas semana sirve, claro,
para detenerse a revisar qué tipo de sindicalismo queremos los
trabajadores argentinos y, sobre todo, qué estrategias sindicales,
políticas, nacionales, pueden darse a sí mismas, no las agrupaciones de
representación minoritarias, sino las formaciones gremiales con vocación
mayoritaria.
Ya es tiempo de dejar atrás el debate sobre la
equivocación estratégica del líder de la CGT y pensar en los futuros
reacomodamientos y, sobre todo, en el rol fundamental que deberán
cumplir en los próximos años en el sostén de un modelo económico basado
en los sectores productivos.
Antonio Cafiero sostenía que “los peronistas son como los gatos,
parece que se están peleando, pero en realidad se están reproduciendo”.
Algo similar –como no podía ser de otra manera− ocurre en el
sindicalismo ligado históricamente al peronismo. “Golpear para negociar”
era la máxima vandorista y es quizás el lema táctico que utiliza la
mayoría de los hombres del movimiento obrero organizado. Moyano, claro,
no podía estar al margen.
(Digresión: el vandorismo, como suceder histórico del movimiento
obrero, se merece un estudio pormenorizado y profundo sobre sus
orígenes, sus alcances, sus consecuencias, y no el reduccionismo
ideológico y prejuicioso de utilizarlo como chicana interna. Augusto
Timoteo Vandor es el hombre del desacato a Juan Domingo Perón, es el
encargado de la burocratización del sindicalismo de la Resistencia
Peronista, pero también es el líder sindical que diseñó el poder real de
los sindicatos a través de las Obras Sociales y convirtió a las
organizaciones en un factor de poder real. Y como se sabe: en el mundo
real las explicaciones teóricas desveladas de Razón valen mucho menos
que “los porotos”).
La cuestión actual es que en la CGT andan todos los gitanos
tirándose las cartas unos a otros. Para sumar un punto más de
“diversión”, el Ministerio de Trabajo impugnó las elecciones que el
moyanismo había planeado para el jueves próximo.
La jugada del ministro Carlos Tomada, más allá de los fundamentos
legales, se entiende por la debilidad estructural y soledad actual de
Moyano. La creación del frente de 26 gremios –muchos de ellos del MTA y
por lo tanto acompañantes de Moyano hasta la “puerta del cementerio”−,
nucleados en el Movimiento de Acción Sindical Argentino, significa un
realineamiento hacia el interior de la CGT, ya que algunos de los
dirigentes históricamente referenciados por Moyano –Horacio Ghilini
(Sadop), Omar Viviani (Taxistas), Omar Maturano (La Fraternidad) o
Roberto Fernández (UTA)− se acercaron al metalúrgico Antonio Caló. Y la
“otra foto” de la cual debe haber tomado nota Moyano es la creación de
la Confederación de Gremios Industriales liderada por el binomio Antonio
Caló-Ricardo Pignanelli. En esa imagen que nucleó a metalúrgicos,
mecánicos, neumáticos, petroleros, mineros, constructores, alimentación,
sanidad, cerveceros, cementeros, entre otros –son en total 37 gremios−,
la presencia más reveladora del nuevo mapa sindical es la del textil
Jorge Lobais. Este dirigente, que estaba aferrado al moyanismo, sostuvo
tras el lanzamiento de la central que, “a partir de 2003, todos los
sindicatos que estamos acá resucitamos con las políticas de Néstor
Kirchner y seguimos trabajando con las políticas de nuestra compañera
Cristina”. Teléfono…
Moyano parece quedarse sin aliados y sin legalidad para el Congreso
del jueves –que es posible que realice de todas maneras y se
autoproclame líder de la CGT de los disidentes− y, por otro lado, los
demás gremios normalizarán la CGT mayoritaria. La fractura hoy parece un
hecho. Y obviamente, con la división del Movimiento Obrero Organizado
no gana absolutamente nadie. La máxima peronista de “una sola CGT” no
está jaqueada ni por la CTA ni por las comisiones internas, sino que
parece astillada desde adentro, producto del mal cálculo de varios.
Lo cierto es que la danza de nombres y sobreofertas están a la
orden del día. Y las operaciones, también: que Moyano se baja si se sube
el mínimo no imponible al Impuesto a las Ganancias, que Caló se baja si
Moyano se autoexcluye del tercer mandato, que Maturano de La
Fraternidad podría ser un hombre de consenso, que Juan Carlos Schmidt
podría ser la carta de Moyano para bajarse él personalmente –como hizo
Lorenzo Miguel con Saúl Ubaldini, por ejemplo−, que la guerra de
posiciones para tratar de ocupar la mayor cantidad de puestos posibles
en un futuro congreso normalizador.
Y como telón de fondo, lo verdaderamente importante: el rol
importantísimo que deberá cumplir el movimiento obrero organizado como
sostén fundamental –porque a juzgar por los resultados mostrados por la
siempre flácida burguesía nacional− del modelo productivo nacional.
Porque de eso se trata: una vez más, los trabajadores van a ser los
únicos responsables de mantener sus propias fuentes de trabajo porque
–como algunos ejemplos así lo indican− muchos empresarios van a
defeccionar de su rol como clase dirigente en los momentos de crisis. Y
se sabe, mientras no se invente “Un mundo feliz”, el trabajo es la única
herramienta que tiene el laburante para pelearle a la pobreza a la que
lo condena el capitalismo, y más precisamente el capitalismo neoliberal.
Dicho esto, hay que entender la pelea al interior de la CGT como un
reacomodamiento del poder y la gravitación de los gremios en función
del modelo económico. Así como en los noventa tuvieron mayor peso las
ramas relacionadas con el rubro servicios, hoy se intenta ir hacia un
modelo de CGT liderado por los gremios productivos. Así se entiende el
mayor peso –en términos de afiliados y de espesor político− de
metalúrgicos y mecánicos, por ejemplo. Y la nueva Confederación de
Gremios Industriales está pensada en esa dirección.
Finalmente, el tercer factor a tener en cuenta es el de la
conflictividad social. El modelo económico –sacudido por la crisis
internacional− necesita de un estado –¿y por qué no un Estado?− de
compromiso en el cual empresarios y trabajadores moderen sus ambiciones
en la puja distributiva. ¿Serán capaces los empresarios argentinos de
calmar su voracidad? No, seguramente no. Será el Estado, entonces, el
encargado de controlar las ganancias de los capitalistas marcándoles, a
través de la presión impositiva –que incluya una reforma progresiva,
también− e incentivos particulares y sectoriales, los márgenes de
ganancia y de distribución de los excedentes. La CGT deberá ser,
entonces, un ariete contra la codicia de los empresarios –industriales y
(fundamentalmente) agroexportadores− pero nunca un factor de
desestabilización del propio modelo. Y mucho menos llevar adelante
medidas de fuerza irracionales que terminen favoreciendo a los sectores
empresariales.
Hoy, gobernar es mantener puestos de trabajo.
*Publicado en Tiempo Argentino
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