Por Demetrio Iramain*
Las armas pesan pero no piensan”, dijo el lingüista Carlos Olmedo hace más de 40 años. La cita viene al caso a pesar de la notable distancia entre aquel concepto del revolucionario argentino, militante de las FAR y muerto antes de su fusión con Montoneros, y el presente actual, signado por la escalada de provocaciones que el gobierno británico envía hacia nuestro país.
Olmedo se refería a la desviación militarista que tan tempranamente observaba en las organizaciones armadas de aquellos años, error que terminó siendo determinante en sus resultados. Aunque bien distinto, también hoy existe cierta propensión a no pensar lo suficiente. En Gran Bretaña, y también aquí.Las armas pesan pero no piensan”, dijo el lingüista Carlos Olmedo hace más de 40 años. La cita viene al caso a pesar de la notable distancia entre aquel concepto del revolucionario argentino, militante de las FAR y muerto antes de su fusión con Montoneros, y el presente actual, signado por la escalada de provocaciones que el gobierno británico envía hacia nuestro país.
Por cierto, la trayectoria de las Madres de Plaza de Mayo atraviesa los últimos 35 años de vida política nacional con un rigor poco frecuente. Estudiarlas con detenimiento es observarnos a nosotros mismos como sociedad de nuestro tiempo. Todo lo que ocurrió en el país en estas tres décadas y media previas a hoy, puede ser leído perfectamente a través del prisma de sus pañuelos blancos. Como los contornos de un extenso territorio fotografiados por un satélite, lo que pasaba en la Argentina de 1982, tan difícil de advertir con nitidez para algunos, ellas lo señalaban con claridad y en simultáneo a los acontecimientos. Aun en pleno fragor de la locura dictatorial en las Malvinas, las Madres sabían que las armas pesan pero no piensan. Y lo comunicaron al mundo, con una lucidez y un valor no desconocidos en ellas, pero sí inhabituales en aquellos días de locura patriotera.
Como ellas mismas recordaron estos días en un parte de prensa, durante la guerra las Madres acuñaron una consigna esclarecedora, que las guiaba y al mismo tiempo servía de faro para muchos: “Las Malvinas son argentinas, los desaparecidos también.” Era la manera que hallaron para sumarse a la justa demanda histórica de nuestro país, sin acallar ni ante la circunstancia excepcional de un conflicto armado con una potencia imperial, el drama particular de esas mujeres, a su vez la gran tragedia nacional. Sí a la causa de soberanía, no a sus ejecutores.
El lema surgió en la misma Plaza, durante sus marchas semanales de los días jueves, que las Madres no abandonaron a pesar del clima especialmente hostil que debieron soportar durante la aventura bélica del etílico general Galtieri. Filosofía de la praxis, que se dice.
El arrojo y la agudeza de las Madres las llevó a publicar en los medios gráficos una solicitada, con el siguiente texto: “Las Madres de Plaza de Mayo, que conocemos el dolor en profundidad por la ausencia de nuestros hijos ‘detenidos-desaparecidos’, manifestamos nuestra congoja por la pérdida de jóvenes vidas a raíz del conflicto armado actual. Exhortamos a los gobiernos responsables para que busquen de inmediato una solución pacífica que evite nuevos derramamientos de sangre.”
No parecía el momento indicado para reclamar “responsabilidad” y sentir “congoja” viendo lo que sucedía alrededor. El tiempo era muy otro, más proclive al fanatismo que a la reflexión. Nada de angustia; todo lo contrario: horas de patrioterismo superficial, instintivo, de los “valientes” que vivaban una guerra que libraban otros, desprovistos de armas y alimentos, maltrechos, infinitamente menos preparados que los altos mandos militares que seguían el conflicto por teléfono, desde el continente, y que llegado el caso se rendían sin disparar un solo tiro.
Hasta los dirigentes sindicales más importantes del momento acompañaban a la dictadura en su delirio de “soberanía”. Quienes tres días antes de aquel 2 de abril de 1982 habían realizado un paro general y convocado al pueblo a la Plaza de Mayo, a una protesta multitudinaria que desató una violenta represión por parte del régimen, guardaban los reclamos de Pan y Trabajo para mejor ocasión y se sumaban a la cohorte de personalidades políticas, científicas y culturales que volaban especialmente a las islas para asistir a la asunción del gobernador Menéndez.
Sería bueno que los dirigentes sindicales de hoy, algunos de los cuales estaban entonces en las mismas estructuras gremiales, dieran el primer paso en el camino de la necesaria autoexplicación que la sociedad se debe a sí misma por esos comportamientos. Un análisis crítico, pero objetivo. Hallando los responsables con claridad, sin ánimo de revancha, pero sí con intención de encontrar y circunscribir lo más posible los errores colectivos, para no repetirlos. Eso: un informe Rattenbach sobre las conductas de la sociedad civil.
De lo contrario seguirá sucediendo lo que vemos hoy: al Grupo Clarín autoproclamándose el abanderado en la defensa del medio ambiente y los recursos naturales. Justo el consorcio multimediático cuyo vicepresidente quiere inundar los Esteros del Iberá para desarrollar allí un emprendimiento arrocero. O que los críticos de la minería a cielo abierto sean los mismos que alzan la voz por los patrones rurales que emplean mano de obra esclava, y eso incluye el crimen de emplear a niños que deben crecer entre el glifosato. O que nos resulte natural que se le reclame al Estado cuando hay sequía, pero se corte la ruta para no pagar retenciones toda vez que la lluvia cae en cantidad suficiente y el rinde de la tierra se vuelve extraordinario. O que algunos defiendan asombrosamente al pueblo de Famatina pero se pongan del lado de las petroleras cuando el gobierno las sanciona por el aumento injustificado en los precios del gasoil. Insólito. Peor: perverso.
Por lo demás, surge claro: no hay dominación territorial efectiva ni verdadera sin defensa de los recursos propios. Una y otra se contienen como el río en la correntada. Ni la bandera es un trapo, ni la soberanía es un pedazo de suelo. Pero esa búsqueda debe ir necesariamente de la mano de un proyecto emancipador para el país, que implique el desarrollo armónico para toda la sociedad que lo integra y dinamiza, lo cual no puede prescindir de creciente industrialización, generación de empleo y suma de valor agregado a las producciones primarias. Plan estratégico, que se llama, o modelo nacional, popular y democrático, como lo define nuestra presidenta, aun bajo las espesas condiciones que impone el capitalismo.
En otras palabras: la felicidad relativa a la que pueden aspirar los sectores menos favorecidos en las sociedades donde rige la férrea ley del valor. Parece módico, pero no si se advierten las contingencias de la etapa del capitalismo global a la que asistimos: concentración anarco-financiera, crisis en las economías centrales y auge en las periféricas, pero bajo el soporte de las viejas estructuras de dominación, que suelen operar como corset, déficit que marca los próximos desafíos para estas inéditas experiencias de desarrollo nacional y regional: la necesidad de grandísimas transformaciones, entre ellas –por qué no–, la de los propios andamiajes jurídico-constitucionales, como ya ocurrió en Bolivia, Venezuela y Ecuador. Pero eso es otro tema.
*Poeta y periodista
Publicado en Tiempo Argentino
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