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domingo, 5 de febrero de 2012

GRAN DESAFÍO PARA LOS ARGENTINOS


 
El discurso del 1 de febrero por cadena nacional de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner fue el inicio de la temporada política 2012. Informó sobre la situación de la Argentina, sobre la recaudación del Estado y sus recursos, sobre la condición de los números macroeconómicos en forma clara, precisa y contundente. Fue, quizás, el prólogo a la apertura del año legislativo que se realizará en marzo. Y la línea principal, en términos estratégicos, fue la delimitación del modelo económico: la “sintonía fina” remplazó a la consabida “profundización” que tantos ríos de tinta vertió para su interpretaciónEntiendo la sintonía fina como la adecuación del modelo a la realidad económica y a la inversa. Es decir que las reglas del juego en esta nueva etapa del país son las que hasta aquí hemos conocido: responsabilidad fiscal, macroeconomía ordenada, acento en el desarrollismo industrial generador de trabajo con tracción hacia la diversificación productiva –la concepción kirchnerista de la política es que “gobernar es dar trabajo”, aun cuando esto genere algunos daños colaterales en el medio ambiente, ya que se trata de una concepción humanista de la historia–, marco equilibrado para las negociaciones trabajo-capital, redistribución a través del Estado para los sectores menos favorecidos por la economía real, soberanía política de la legitimidad popular, democratización y laicización de la sociedad. Sintonía fina, entonces, es buscar aquellos bolsones en los que “el modelo” no se hace presente y, como contracara, realizar un exhaustivo seguimiento de aquellos sectores renuentes a cumplir con las reglas establecidas. Discriminar los lugares donde sí se necesitan subsidios, los rubros productivos que sí requieren incentivos y los que sí o sí dependen de la importación de insumos de aquellos que pueden adecuar sus matrices a productos de industria nacional. Sintonía fina significa también que el Estado tenga la posibilidad –algo difícil e intrincado por la cultura antifiscal de los argentinos– de supervisar márgenes de ganancia, acoplarlos a los estándares internacionales y recaudar impuestos que sean más justos que el IVA, aun atendiendo a que este recurso es la principal fuente de recaudación del Estado. Y también desmonopolizar ciertos rubros de producción económica que están en manos de grandes empresas.
Auto de fe: quizás por causa de un entusiasmo desmedido, creo que la Argentina está en condiciones por primera vez en muchas décadas de encontrar un sendero de desarrollo económico que la coloque en un lugar de verdadera expectación entre las distintas naciones del planeta. Con diez años más de crecimiento sostenido como el que tiene desde 2003 es posible que en 2020 nuestro país pueda integrar un posible BRICA –junto a Brasil, Rusia, India y China, aun cuando tenga un volumen económico menor–; es por esa razón que considero que la nueva etapa que se abre en 2012 tiene que estar signada más por la imaginación y creatividad para el crecimiento económico, el desarrollo manufacturero, la imbricación de nuestro país en la producción agro industrial internacional que en los intereses sectoriales y corporativos. Con la reducción al 20% de la población por debajo de los niveles de pobreza y con un 6,7% de desocupación –a menos de dos puntos de lo que se considera técnicamente pleno empleo– generar una redistribución de la riqueza directa también requiere de una “sintonía fina” más que de atenciones universales y, también, del incentivo hacia la inversión privada para generar más riquezas. Porque el mayor desafío de la década que empieza no es otro que la creación y generación de riqueza para todos los argentinos con la mayor posibilidad de democratización y desmonopolización posible.
Sin embargo, nuestro país todavía tiene algunos desafíos que resolver para tratar de saldar la deuda interna. Todavía hay muchos espacios en los que las transformaciones no han llegado como debería haberlo hecho. Por esa razón, los argentinos que apoyan el modelo –clase política, dirigencial, intelectuales, trabajadores, militantes– tienen que agudizar el ingenio para resolver problemas estructurales e incluso culturales en los próximos años.
1) Nuestro país necesita construir una verdadera red de obras de infraestructura indispensables para el desarrollo de economías regionales, lo que incluye, a mi entender, mayor construcción de autopistas –mejorar las que están saturadas hoy–, una red ferroviaria nueva no tiene por qué responder al canon creado por los británicos en el siglo XIX pero sí atender a las necesidades de carga y también de pasajeros de la actualidad. En ese marco, YPF debería volver a ser del Estado. Para que los argentinos seamos dueños de los recursos energéticos y podamos decidir cuándo y dónde explorar y extraerlos.
2) Descentralizar geográficamente el país. No sólo federalizarlo sino también lograr que varias ciudades de provincias se conviertan en receptoras de mano de obra calificada mediante promociones industriales serias. Acrecentar la política de desarrollo de polos tecnológicos e industriales en ciudades medianas de entre 50 mil y 100 mil habitantes.
3) Democratizar los entramados de poder de las provincias. No me refiero sólo al poder político sino, fundamentalmente, a las estructuras tradicionales de poder que funcionan en muchos rincones geográficos de nuestro país. Estructuras construidas sobre el poder de unas cuantas familias que ocupan todos los espacios económicos, judiciales, políticos y, convertidas en verdaderas oligarquías encorsetan, inclusive, a aquellos que detentan el poder legitimado por los votos del pueblo.
4) Resolver los problemas de infraestrutura de la pobreza, especialmente en los suburbios de las grandes ciudades, pero también en los puntos geográficos más alejados sin destruir el ambiente cultural de cada región.
5) Elaborar una estrategia que, basada sobre el desarrollo económico, atienda progresivamente, también, a la cuestión ambiental, ya que, si bien es un problema inmediato de las potencias centrales, la Argentina debería ir previendo la posibilidad de construir una economía ecológicamente sustentable a mediano y largo plazo. No se trata de una enunciación de principios imperturbables, inmovilistas y antidesarrollistas –para los países no industriales, claro– sino de tomar conciencia de que el crecimiento económico deberá estar realizado bajo la fórmula del “menor daño posible hacia la naturaleza”. Y esto incluye a la tan cuestionada explotación minera. Lo demás es principismo verde pequeño-burgués o tácticas de grupos políticos y económicos que responden a dudosos intereses.
6) La Argentina se merece un nuevo diseño institucional, que atienda a las necesidades de la actualidad pero que no renuncie a las tradiciones políticas históricas. No es implantando formas de gobierno que responden a otras tradiciones que se democratiza un sistema político sino dotando de sentido a estructuras –que incluso pueden ser reformadas– como se adecua un Estado a la modernidad. Y, sobre todo, los argentinos nos merecemos un fuerte debate sobre qué hacer con el Poder Judicial y la implementación de justicia en nuestro país, ya que se trata del único poder del Estado no refrendado democráticamente y que muchas veces es coto de caza de grupos de presión y de familias tradicionales que mantienen desde hace siglos los resortes de las magistraturas, juzgados, cámaras. Porque lo que debería ser una aristocracia del saber se ha convertido, finalmente, en una oligarquía corporativa donde meten la cuchara, políticos, grupos empresariales y el poder de las grandes familias en cada una de las jurisdicciones.    
Durante el modelo neoliberal de 1976-2001, el valor cultural que movió a la sociedad fue la obscenidad económica: veraneos lujosos, el “deme dos”, el show de Punta del Este, el consumo de artículos importados. Ganaron muy pocos y se empobrecieron muchos. Durante los años 2003-2011, el actual modelo económico demostró que el crecimiento económico sólo puede realizarse con una equilibrada redistribución de la riqueza y un excesivo cuidado por el mercado interno. La próxima etapa –si se mantiene el actual modelo y la clase dirigente y ciertos sectores medios no se dejan embalurdar por los pececitos de colores que ofrece la derecha concentratoria representada por el macrismo– debe estar signada por la producción, por la generación de riquezas, por la posibilidad de que todos los argentinos podamos, al menos, tener posibilidades semejantes ante un sistema económico injusto de por sí como es el capitalismo. Juan Domingo Perón hizo suya la máxima: “Gobernar es dar trabajo.” Medio siglo de políticas pseudoliberales obligaron al kirchnerismo a tener que volver a gobernar a la defensiva. Si los argentinos hacemos las cosas bien –ese es el gran desafío– en los próximos años vamos a poder decir que “gobernar es generar riqueza para todos”.


   Publicado en Tiempo Argentino

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