Por Claudio Scaletta*
El tipo de cambio competitivo, o dólar caro para el mercado interno, fue uno de los pilares de la recuperación de la actividad económica en la post-convertibilidad. La afirmación es a esta altura retórica, pero es necesario reconsiderarla en el presente, cuando el abundante ingreso de dólares proveniente de las exportaciones de la nueva supercosecha constituye uno de los fundamentos que permite continuar apreciando el peso, abaratar el dólar, como cuasi única estrategia de control de precios internos. Este abaratamiento y los dólares del agro son los que, en última instancia, financian el crecimiento de las importaciones y el consumo.
Aunque las exportaciones locales crecieron en diversificación, con un leve aumento en la participación de las MOI (Manufacturas de Origen Industrial), dos tercios de las ventas externas son todavía Combustibles y Energía, Productos Primarios y MOA (Manufacturas de Origen Agropecuario). Esta composición del comercio exterior es tan conocida como la citada recuperación basada en el dólar caro, pero también es útil recordarla en el presente, pues resulta clave por sus efectos multiplicadores y redistributivos en el mercado interno. Sucede que el grueso de estas exportaciones tienen, en el momento de la producción, muy bajos requerimientos de mano de obra directa, mal que le pese al ejército de legitimadores duchos en describir las demandas de empleo de los servicios conexos.
Por lo tanto, cuando se habla de la recuperación de la post–convertibilidad basada en el dólar caro se realiza una generalización que hace perder de vista los matices. Matices vinculados, precisamente, con los complejos regionales de base agraria que, a diferencia de la zona núcleo, sí son mano de obra intensivos.
Si bien todos los exportadores recibieron un importante beneficio cambiario a partir de 2002, es altamente probable que las actividades de la zona núcleo, los cultivos tradicionales de cereales y oleaginosas, se hubiesen expandido de todas maneras en la primera década del siglo XXI. Ello es así porque la clave del crecimiento fueron los altos precios internacionales, y la devaluación de fines de 2001 fue sólo un trampolín. De hecho, el dólar barato de los ‘90 no impidió el desarrollo del sector, como bien lo muestra la historia del complejo sojero.
No obstante, la salida de la convertibilidad dio lugar a un crecimiento económico más equilibrado para el conjunto de las regiones. No sólo floreció la zona núcleo sino el conjunto de las economías regionales extrapampeanas que, a diferencia de la primera, sí registran un componente importante de mano de obra por cada dólar exportado. A posteriori es posible decir que este crecimiento tuvo limitaciones en materia de desarrollo local, lo que no es un dato menor, pero lo que no puede negarse es el crecimiento efectivo.
Por cuestiones de identidad de clase, simple gorilismo o falta de visión estratégica, muchas de las pequeñas oligarquías del interior se sintieron identificadas con los reclamos impositivos que a partir de 2008 impulsaron, con el cuchillo en los dientes, sus pares de la zona núcleo.
Hoy, el agro pampeano, aunque no baja banderas anti-retenciones ni sus lamentos, está tranquilo, menos crispado que en 2008-2009. Las pequeñas oligarquías extrapampeanas, en cambio, están muy preocupadas. Lo que quedaba de colchón cambiario es erosionado por los costos de la mano de obra, ese dato marginal en la zona núcleo, y los mercados de destino están golpeados por sus propias crisis, lo que al lejano Sur del planeta llega de la mano de la caída del euro frente al dólar. No son pocos quienes hoy comienzan a pensar en la necesidad de “planes de competitividad” sectoriales.
Puede que, como sostienen desde el Ministerio de Economía, no haya riesgos sistémicos en mantener las tendencias del actual esquema cambiario, pero como enseñó la década del ‘90, el del tipo de cambio es un espacio en el que convendría no acumular tensiones. El riesgo en juego es, en el corto plazo, el freno de las economías regionales extrapampeanas y en el mediano, adentrarse en la posibilidad futura de ajustes traumáticos. Claro que una cosa es decirlo y otra, muy distinta, ver cuál es el menú de opciones que hoy ofrece la macroeconomía, y elegir
*Publicado en Página12 - 15/07/2010
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