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miércoles, 27 de noviembre de 2024

CONSTRUIR LAS CONSECUENCIAS

Por Roberto Marra

Toda consecuencia, tiene una causa. Todo padecimiento actual, tiene origen en la siembra de brutalidades previas en una población mal educada, desprovista de conocimientos reales de la historia que engendró la actualidad que soportan. Toda manifestación de odios y rencores sin sustentos en la realidad, son el resultado de un largo proceso de devastación mental ejercido primordialmente por un aparato mediático hegemonizado por inescrupulosos socios del Poder Real y sus corporaciones. Pero para que semejante enajenación popular se produzca, es necesario contar también con actores políticos alejados de la realidad, sumidos en causas superfluas que sólo les alejan cada vez más de “la gente”, esa entelequia verbal con la que se ha pretendido aplastar la idea de “pueblo”.

Y está el lenguaje. Está la forma de expresarse, las palabras utilizadas para explicar los hechos o las propuestas. Están los criterios semánticos con que se abordan a una población cada vez más sumida en el individualismo acérrimo, promovido por otra pata del consumismo degradante de la condición humana: las redes “sociales”. Que para socializar no sirven, sino para atomizar a una sociedad desprovista de anticuerpos para combatir semejante poderío comunicacional del enemigo de la humanidad a cargo del contenido de esas expresiones berretas.

Se suelen decir que hay que adaptarse a esas redes para captar la atención de sus consumidores. Y seguro que puede ser así. Pero la cuestión es con cuales modos, con qué palabras, mediante cuales sistematizaciones, desde qué conocimientos reales de lo que sucede en las mentes arrobadas por el poder mediático hegemónico, con qué elementos psicológicos y sociológicos frente a semejante estrago neuronal masivo.

Desde el punto de vista de las necesidades populares reales, nada ha cambiado demasiado en los últimos cincuenta años. El desarrollo científico y tecnológico sólo ha modificado las maneras y el aparataje con el que nos podemos enfrentar a los problemas y encarar las soluciones. Pero los individuos, en tanto sencillos seres humanos, siguen deseando, en lo profundo, lo mismo de siempre: dignidad, desarrollo personal y familiar, bienestar material y espiritual. Algo aproximado a eso que solemos denominar “felicidad”.

La cuestión que importa, entonces, para quienes pretendan gobernar una sociedad con semejantes componentes conflictivos individuales y colectivos, es la de encontrar el discurso que conjugue esas necesidades con los modos que puedan comprender estas masas desprovistas de conocimientos auténticos, pero fuertemente armadas con pasiones derivadas de mentiras programadas por un enemigo que sabe entrar en sus conciencias y destruirlas o moldearlas a su antojo. Todo eso, sin retroceder un milímetro en los objetivos ideológicos y doctrinarios, base elemental para demostrar coherencia histórica y sabiduría para ejercerla.

No se puede continuar diciendo y haciendo lo mismo de siempre, pretendiendo con ello “conquistar” el corazón de los negadores seriales de la realidad. No será tanto por la razón que se logre hacer mella a semejante nivel de alienación social, sino apelando a los sentimientos que, aunque estén escondidos, en lo profundo de sus almas aun poseen.

No es la repetición de los dichos del enemigo que servirá para elaborar nuevos criterios por parte de los receptores de las nuevas propuestas, expuestas de nuevas maneras. No sirve repetir hasta el hartazgo lo malos que son “los malos”, sino se le contrapone lo bueno que tenemos “los buenos” para construir una sociedad mejor. Se trata de despojar al enemigo de su mejor arma, que es el embrutecimiento de los individuos, un camino tan imprescindible como complejo. Se trata de alejar la estupidez en las relaciones entre miembros del campo nacional y popular, que sólo derivan en estériles discusiones de preeminencias individuales, mientras por detrás desfilan los elefantes del odio, la traición y el exterminio de la Patria como conceptos “superiores”.

Debemos construir las consecuencias de una causa popular que, aunque nos quieran vender como obsoleta, está más viva que nunca. Debemos asumir nuestras responsabilidades individuales y colectivas, para reconstruir esta Nación avasallada por brutos y ladrones. Porque la realidad sólo será la única verdad cuando seamos capaces de transmitirla como necesidad. Y cuando la convocatoria a fundar esa nueva vida, tenga la fortaleza de millones de ciudadanos conscientes de esa necesidad.

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