El miedo se define como una emoción desagradable provocada por la percepción de un peligro, real o supuesto, presente, futuro o, también, pasado. El miedo es una característica propia de la sociedad humana; forma parte de los sistemas educativos (en base al esquema básico del premio y del castigo) y como generador del proceso socializador. Por otro lado, los sistemas normativos se fundamentan en el miedo, las leyes utilizan el temor como herramienta disuasoria. Sin embargo, existen gradaciones en este tipo de emoción, derivadas de las características de quienes lo sufren, por un lado, pero también, tratándose de sociedades complejas como las actuales, mucho más de los rasgos de lo que lo causa, o específicamente de quienes lo provocan de exprofeso.
Aquí entran a tallar, como siempre, las relaciones de poder entre individuos y, mucho más, entre quienes conforman grupos de poder concentrado contra el resto de la sociedad. Todo derivado de la necesidad de dominio de aquellos sobre ésta, buscando mayor acumulación de riquezas, lo cual deriva, en este sistema, en poderes cada vez mayores de los ya demasiado poderosos.
Todo se desarrolla frente a nosotros con total desaprensión por las posibles reacciones sociales, debido al otro sistema aceitado de dominación y atemorizante psíquico esencial: el de las comunicaciones. Desde allí se realizan campañas de miedos, donde se apela al terror, al pánico, al espanto, a la alarma permanente, a los sobresaltos y los recelos, a la desconfianza y, por sobre todo, a la cobardía generalizada.
Turbados por los mensajes emitidos desde las redes del desasosiego mediático, los individuos se vuelven más y más a hacia adentro, negando lo colectivo, sospechando de todo y de todos, haciendo alarde de sus ignorancias, el trofeo primordial de quienes entran a jugar en el equipo de los brutos consumados. Más y más mensajes sesgados de los dueños de sus cerebros atrofiados, les impiden retroceder en sus pasos hacia el precipicio del horror y la mentira, encaramada en el pedestal de la fe al “dios” pagano de las redes.
Preparándolos para una vida de temores impuestos con hambre y miseria, niños y niñas consumen una escolaridad falsificadora de historias y fabricantes de estigmas sobre otros niños y niñas. Es el clasismo negando las clases, es la manipulación de los horrores sociales para los cuales se les prepara para aceptarlos con temor reverencial hacia el poder del dinero y sus endiosados propietarios.
La política reproduce todo este andamiaje de brutales relaciones de amedrentamiento, incluso en los ámbitos internos de los movimientos populares, plagados de taras propias de los procesos panicosos con los que se intentan generar seguidismos demasiado alejados de las convicciones. Aquí también el miedo como herramienta de disciplinamiento: miedo a tal o cual líder, temor a esta o aquella línea de acción, terror a recrear lo bueno experimentado, recelo cuando alguien destaca intelectualmente. Y cobardía, mucha cobardía desatada ante los poderes a vencer. Demasiado prejuicio sobre lo que fue y sobre lo que podría ser.
No podremos terminar con el miedo, en tanto condición humana. Pero podemos y debemos intentar sobreponernos a él, haciendo lo que los viejos “manuales” de la consciencia nos vienen enseñando desde hace siglos. Porque no hay triunfos populares derivados de otra cosa que no sea la movilización protagónica de los pueblos, haciendo realidad la poética definición del gran Machado, de hacer camino al andar. Y, sobre todo, convencidos de que, al volver la vista atrás, se ha de ver el camino que nunca se ha de volver a pisar...
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