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lunes, 19 de agosto de 2024

LA META DE LA IGNORANCIA

Por Roberto Marra

Se ignora porque no se conoce. También se niega porque no se conoce. O se desatiende, o se omite, o se desecha, o se desdeña, o se rechaza, o se desoye, o se prescinde. La cuestión es que, en estos casos, la realidad no se ve, o se ve distorsionada, tal y como la representen quienes nos inviten a que se la observe de esa determinada manera. Comprender sin conocer, es una invitación al desatino. Aprender de esa realidad paralela no puede ayudar a discernir verdad de mentira. Entender se convierte en una odisea cuando se menosprecia la documentación que demuestra lo que no queremos aceptar como real.

Entonces, el dominio de las consciencias por parte de quienes se pretenden absolutos dueños del poder, se facilita, se promueve, y se reproduce por los propios dominados. La educación formal es sólo una máscara de la promoción de ideas que aseguren la incapacidad de comprensión del origen, del recorrido y del destino de una historia burlada por los desvíos de la realidad tergiversada. Los poderosos arbitran nuestras decisiones, las rebajan, las aplastan y las manosean, hasta que cedemos ante sus sinrazones de opulentas mendacidades. Y quienes no lo hacen, son segregados de la sociedad, empujadas a un ostracismo que las mata lentamente, mientras los ignorantes festejan las perversiones que las han sumergido en el oscuro fango de la cotidianeidad más embrutecedora.

Saber es imperdonable. Conocer es subversivo. Investigar es delictivo. Pretender cerciorarse de la verosimilitud de un hecho, desata la ira de la infantería mediática, brazo armado de palabras e imágenes del Poder Real, que barrunta las veinticuatro horas sus “certezas” fabricadas a medida de las necesidades de sus amos. Es la entronización del olvido, el encubrimiento de las fechorías, la malversación de lo visible, el pisoteo de lo evidente.

Transitamos un período con olor a falacia. Transcurrimos un tiempo de vanidades obscenas de los fabricantes de aberraciones que debieran resultar insoportables, pero aceptadas con mansedumbre por sus víctimas. Se divisa el abismo de la destrucción, sin que los perjudicados siquiera extiendan sus brazos para retardar la muerte asegurada. La “alegría” de ignorar asegura la pacífica caída en el peor de los infiernos. La docilidad embrutece los espíritus, anula las evidencias y desata la violencia contra los rebeldes a ser arreados al fuego de la esclavitud mental.

Los líderes son perseguidos y estigmatizados hasta convertirlos en supuestos causantes de todos los males que los ignorantes aceptan sufrir para que aquellos no regresen nunca más. Y esos (hasta ahora) adalidades de la verdad y la justicia, van resignando algunas de sus banderas, adaptándose a las maniqueas maneras de observar la realidad del enemigo de la sociedad, desplazando sus concepciones para poder (creen) ganar adeptos entre los ignorantes fabricados por el Poder Real.

Ya casi nada queda de verdad en lo que vemos y oímos. Poco y nada de sinceridad resumen los discursos cargados de miedos al poder mediático. Se retuercen las verdades para parecer menos enemigos del enemigo, intentando bajar los decibeles de la rebeldía contra quienes nunca tendrán piedad para con ellos. Todo eso será inútil, porque la negación sólo de algo de la realidad, es una invitación al apoyo de los embrutecidos ciudadanos a sus victimarios, donde se sienten a gusto con sus padecimientos asegurados, un extraño placer masoquista, donde el amor al prójimo es una entelequia, y la palabra Patria un estorbo para conseguir el ansiado morbo de ser esclavo.

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