Asombrar indica, por un lado, sorpresa, impacto, conmoción, estremecimiento, espanto u horror. Pero también es una expresión utilizada para hablar del oscurecimiento producido por un objeto sobre otro, básicamente de elementos que obturan la luz solar, modificando sensaciones y colores que, sin esa sombra, se ven diferentes y nos hacen sentir de otra manera.
Así parecen andar ahora los habitantes de esta república, perdidos en medio de la furibundia de un grupo de enajenados que asaltaron la razón, la desmenuzaron y la reconvirtieron en sentencias mortales para nuestras (hasta ahora) certezas. Sorprendidos, quienes parecen nunca estar al tanto de la realidad, aun cuando se les muestre con pruebas en la mano. Impactados, aquellos que no terminan nunca por creer las advertencias que se les hacen. Conmocionados, la mayoría de quienes, a pesar de conocer la historia y sus padecimientos anteriores producidos por personajes similares, no las atendieron. Estremecidos, espantados y horrorizados, los que conservaron siempre sus capacidades analíticas, sopesando avisos y experiencias como método elemental para evitar las caídas en las crueles profundizaciones de las desgracias padecidas.
Y estamos asombrados todos, sin otra excepción que los cómplices manifiestos de este desfalco a la razón, por un manto de amenazas que oscurecieron el presente y hacen preveer su continuidad desalineada y morbosa, hacia un futuro cada vez mas incierto y doloroso. Arrasar es la palabra del momento. Matar, es la que sobrevendrá después de aplicarse la bestialidad irracional del pretendido “supremo”. Traicionar, la acepción tan temida que termine de aplastar los últimos vestigios de sensatez republicana, en una nación atrapada en la telaraña de un Poder que supo tejer la trama perversa del dominio económico, financiero, productivo, pero fundamentalmente educativo y mediático.
Lamentablemente, acomodaticios los hay en todos los sectores ideológicos. Son la tropa de retaguardia de los perversos propietarios de la iniciativa perversa que nos asombra a muchos y nos oscurece a todos. El temor a las “agachadas” legislativas está latente, producto de no pocas experiencias similares en épocas recientes. Las “transacciones” de favores espurios y contradictorios con las ideas manifestadas antes de ser electos, es algo que, no por repetido, deje de provocar heridas en las masas necesitadas de respuestas contundentes, ante los atropellos de los desquiciados votados por el enojo de los brutos y con el odio como alimento cotidiano.
Es común parangonar la realidad con aquello de los melones que se acomodarán en el carro, a medida que éste avance. Pero no suele hablarse demasiado de la necesidad de ser necesariamente partícipes de ese re-acomodamiento, de lo imprescindible de la acción cotidiana y permanente para sostener los cambios y profundizarlos en el tiempo. Las debilidades de los protagonistas mayoritarios ha hecho lugar a la aparición de otros, de dimensiones similares pero objetivos contrapuestos, siempre listos para el robo de nuestras vidas presentes y futuras, abastecidos por la “sombra” mayor del Planeta, el imperio que dicta sentencias supranacionales sin otro paradigma que el sometimiento a sus razones de dominio y acumulación infinitas.
¿Tiempo? ¿Qué tiempo se le puede otorgar al verdugo para culminar con su tarea perversa de acabar con la historia de un Pueblo? ¿Qué espacio se puede dejar libre para que lo ocupen los enemigos de la razón y la justicia? ¿Qué hace falta para notar que una negra sombra de padecimientos repetidos y multiplicados se nos proyecta hacia un adelante que se acerca cada vez más al pasado más oscuro de nuestra historia?
Ni siquiera prometieron buenos tiempos. No pueden ni mentir sobre lo que se viene, de tan dramático que será. No necesitan hacerlo tampoco, sabedores del grado de putrefacción de una sociedad aceitada con la oscura grasa de la mentira organizada, presta a soportar las vejaciones que se les ocurra a estos personajes de malas historietas, con tal de sacarse de encima al “populismo”. Más que un carro con melones mal amontonados, parece un Titanic redivivo, a punto de chocar con el iceberg de maldades y tropelías anunciadas con fervor por el necio “capitán”, sabedor de la falta de salvavidas y botes donde refugiarse para la parte de la sociedad que sobra.
Es hora de despertar de esta pesadilla, de juntar las fuerzas necesarias y acumular el respaldo cognitivo imprescindible para desviar de este rumbo nefasto a la nave que supimos, en otros tiempos, convertir en buque insignia de una flota soberana, comandada por los y las mejores, sostenida por un Pueblo empoderado y dispuesto a construir el bien más preciado: la Justicia Social.
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