Por Roberto Marra
Toda elección deja enseñanzas, aunque la mayoría de las veces se las ignore en las siguientes. Hay una que resulta, a la luz de los acontecimientos de los últimos tiempos, especialmente relevante para elaborar criterios a tener en cuenta siempre, de cara a próximos desafíos electorales o de construcción política. Ese aprendizaje fundamental es el de la coherencia, el correlato entre ideología y acción, entre pensamiento y construcción de poder, entre las palabras y sus consonancias con lo realizado.
Esa fue, por sobre cualquier otra consideración, la base del extraordinario triunfo de Áxel Kicillof en la provincia de Buenos Aires, superando todos los obstáculos, las zancadillas, las maniobras y los desvaríos de los enemigos de la democracia que pretendían desbancarlo. Y esa fue también la piedra fundamental que permitió la perfomance de Sergio Massa en el ámbito nacional.
No se trata de una casualidad (como si tal cosa pudiera existir en política) ni de exitismos post-electoral, sino de la enorme capacidad reflexiva que Áxel a manifestado ante cada una de las “piedras” que le colocaron en su camino en estos últimos cuatro años. Su ubicuidad territorial, su presencia en cada distrito de esa provincia de dimensiones tan extensas, su capacidad de diálogo sin resignación de sus objetivos y menos de sus banderas, lo convirtió en este líder territorial y moral que la ciudadanía reconoció con su voto.
Jamás retrocediendo en sus convicciones, siempre colocando su pensamiento a consideración de quienes le escucharan, fue capaz de construir relaciones aún con quienes le adversan ideológicamente, privilegiando siempre el rumbo que ha manifestado como su norte fundamental, como es el de la Justicia Social y la Soberanía del Pueblo.
El reconocimiento popular otorgado con este resultado, demuestra que esconder la ideología, transmutarla para pretender conquistar votos de quienes no sienten de la misma manera, no es el camino para construir poder de verdad, ese que pueda conquistarse con la suma de voluntades que se unan por saberse representados auténticamente por sus líderes, sabiendo además que no les traicionarán nunca.
Kicillof ha sido insultado de mil maneras, pero básicamente por tener su origen militante en esa agrupación tan denostada como es “La Cámpora”. Eso, además de contar con el apoyo y el empuje de la máxima dirigenta y lideresa nacional. Señalado por Cristina, su impronta hizo el resto, para ganar la confianza, la valoración y los votos, aún de muchos esquivos a cualquier cosa que huela a peronismo.
El largo camino para la construcción de un liderazgo está en marcha. No sabemos (todavía) cual será el devenir de los acontecimientos de corto, mediano y largo plazo. Pero una cosa es segura: contamos con él para retomar la senda de un peronismo que no se deje subsumir en estructuras negacionistas de su propia historia, de su riqueza fundamental y base de cualquier propuesta futura: el Pueblo, el único y trascendental motivo de la acción del mejor de los herederos de la enorme líder que nos arrebató (por ahora) la proscripción y la apatía, provocadas por los poderes fácticos incrustados en las instituciones de la democracia malversada que transitamos.
No debemos dejarnos arrebatar esta nueva oportunidad histórica, porque Áxel Kicillof es el presente del futuro que, paradójicamente, nos puede regresar al que se pudo construir en otros tiempos, esos en los que el principal objetivo era, simplemente, la felicidad popular.
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