Según los estudiosos del tema, olvidar es un acto irreflexivo que consiste en dejar de recordar (o de acopiar en la memoria) la información adquirida. También nos advierten que, a menudo, el olvido surge del denominado “aprendizaje interferente”, que es el aprendizaje que reemplaza a los recuerdos no fijados en la memoria, y lo oculta de la conciencia. Sin embargo, los recuerdos olvidados no desaparecen, sino que son sepultados en el inconsciente. Es como tener conciencia de haber tenido un conocimiento que ahora parece no existir en la memoria.
Es interesante la teoría de interferencia, porque considera que el olvido se debe a que ciertos recuerdos obstaculizan la percepción de otros. Y ese es, justamente, el proceso utilizado por quienes manejan los hilos invisibles (pero perceptibles) de la dominación que los poderosos ejercen sobre el común de las personas. La utilización de “recuerdos” sobre lo que nunca sucedió en verdad, es el método mediante el cual son desplazados los recuerdos que representan los hechos reales, experimentados.
Para lograrlo, están los medios de comunicación. Para consolidarlos es que se utilizan esos medios como herramientas de generación de culturas negacionistas de la realidad. Los recuerdos de haber “sufrido” el “populismo”, por ejemplo, son instalados a partir de una andanada de obscenas mentiras trabajadas con la perversión del ocultamiento de aquellas verdades que el Poder Real necesita que la ciudadanía olvide, para la continuidad y profundización de su dominio sobre las mayorías.
Tal es la capacidad de esta metodología, que hasta logran modificar los discursos y las prácticas de quienes representan y defienden las verdades ocultadas o tergiversadas. Así, las expresiones vertidas por líderes y/o candidatos electorales, modifican sus mensajes tratando de adaptarlos a los “olvidos” inducidos perversamente por los dueños de la cultura comunicacional imperante. Entran, de ese modo, al juego que mejor juegan los poderosos, el de la mentira organizada para triunfar sobre las conciencias amaestradas de millones de “olvidadizos funcionales”, una masa poco capaz de reflexionar sobre los dichos de los nefastos personajes que ofician de “comunicadores”.
“Pero”, es una de las palabras más utilizadas para la justificación de la insatisfacción permanente por parte de los inducidos artificialmente al olvido: “teníamos los sueldos más altos de Latinoamérica, pero...”; “el porcentaje de la riqueza para los trabajadores era de más del 51 por ciento, pero...” Aquí es cuando se dicen las sandeces del tipo: se robaron todo, son todos corruptos, se afanaron dos pbi, etc., etc., etc.
Generalmente, quienes buscan seducir al electorado, intentan hablar “en positivo”. De ahí que no extraña escuchar eso de que “la gente tiene memoria”, pretendiendo así convencer (o autoconvercerse) de que la percepción de sus interlocutores pasa por un proceso donde la memoria juega el papel que debiera. Pero, a la luz de lo acontecido en ocasiones anteriores (no muy lejanas), no pareciera que esto fuera cierto, al menos no en las dimensiones que aseguren mayorías convencidas de la realidad que intenta transmitir el candidato.
Ese “voluntarismo” pre-electoral, donde todos se muestran “creyentes” de la “memoriosidad” del Pueblo, no puede dejar de lado la correcta caracterización del electorado, mil veces atravesado por los paradigmas inventados para cada ocasión por la mediática asesina de los recuerdos positivos. De ahí que, una de las labores más importantes en la configuración de un discurso destinado a convencer, debe considerar la desmemoria como una variable más que trascendente, lo cual obliga a devolver esa memoria perdida (o robada, para mejor decir) antes de comenzar a describir un futuro que no podrá arraigarse en las psiquis atravesadas por tanta mentira desorganizadora de las conciencias.
La explicación del pasado debiera ser realizada con una impronta descriptiva donde la explicación del factor negacionista de las comunicaciones del Poder, sea un ingrediente que los interlocutores puedan utilizar para remover el velo que les oculta en el inconsciente esos recuerdos imprescindibles para retomar la realidad como paradigma esencial.
Las campañas electorales vienen duras para el campo nacional y popular. La mendacidad ha logrado introducirse en esas conciencias abatidas por tanto bombardeo desinformativo. La actitud descalificadora permanente, por parte de los horrendos personajes que ofician de candidatos y candidatas del anti-peronismo, anti-kirchnerismo y anti todo lo que huela a popular, ha hecho estragos en la memoria mayoritaria, la ha retorcido y banalizado, la ha desprovisto del escudo de la doctrina otrora internalizada, arrojada ahora al basurero de una historia que parece desaparecida entre las neuronas obligadas al descanso de las sinapsis que nos mueven y renuevan la capacidad cognitiva.
Ejercitarlas, sacarlas del letargo involuntario, sacudirlas hasta conmover la estructura memoriosa es, hoy en día, un acto casi revolucionario, un argumento para hacer trizas el olvido incrustado en muchos de nosotros, como método insoslayable para reconstruir los puentes a la consciencia de lo sucedido y asfaltar el camino a la utopía fundamental que nos obligaron a abandonar: ser una Patria Justa, Libre y Soberana.
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