Por Roberto Marra
“Sorprender” no es un verbo que resulte demasiado aplicable a los sentimientos que despiertan los hechos producidos por los actuales miembros de la Corte Suprema. No cabe el asombro, ni la extrañeza, ni el desconcierto, cuando sus acciones han venido siendo siempre virulentas manifestaciones contra cualquier cosa que suene o se acerque a lo popular, dentro del ámbito político o económico.
La burla a la voluntad mayoritaria de la ciudadanía, el menosprecio de sus necesidades más urgentes, el desinterés por los valores que definen la defensa de los derechos sociales, son el rasgo fundamental de esos pobres personajes de una mala historieta que nos supra-gobierna desde los tronos de la indignidad cortesana. La supremacía de la perversión que ponen sobre la mesa del escarnio republicano, es la moneda con la que están devolviendo la absoluta falta de acción concreta por parte de los gobernantes acobardados y sumisos, que se esconden detrás de las repetidas consignas del “no se puede” que gobiernan todos sus actos.
Alcahuetes del verdadero Poder, estos togados se animan a cualquier cosa, sabedores de la protección que les asegura la impunidad. Claro que no son los únicos involucrados en este desprecio a la Justicia. Por supuesto que la cobardía no es exclusividad de los integrantes del Poder Ejecutivo para enfrentar a semejantes violadores sistemáticos de la voluntad popular. Ahí están jueces y fiscales, arrinconados en sus despachos, continuando sus labores como si los “supremos” fueran reyes nombrados por Dios. Por el dios mercado, claro. Por esa senda andan también muchos legisladores que sólo ocupan sus sillones para impedir el desarrollo de cualquier medida que intente otorgar y sostener derechos.
Se puede comprender el temor. Eso es inherente a todos los seres humanos. Se puede entender (mucho menos, pero se puede) la escasa voluntad de hacer algo que genere la posible pérdida de espacios laborales tan bien remunerados. Pero se cuentan con los dedos de una mano a aquellos funcionarios judiciales que se atreven a poner sus criterios negativos respecto a esta “corte de los milagros al revés”, sobre la mesa de las discusiones profundas que la sociedad reclama para aliviar sus males más antiguos.
El aparato judicial está gobernado por enemigos del Pueblo. Eso, desde la creación misma de la Nación. Son, además socios de los poderes corporativos que manipulan la economía a sus antojos, que resultan siempre los de la acumulación infinita de billetes (verdes, por supuesto). Hacen y deshacen fallos sin miedo al ridículo, porque cuentan con el temeroso marco sostenido por otro imprescindible partícipe del festín neoliberal que sobrevuela cada uno de sus actos: el mediático. Con esa herramienta, profundizan la ignorancia y el embrutecimiento de la población, desapegan a los ciudadanos de sus responsabilidades y obtienen las respuestas de la inacción y el señalamiento imbécil de culpables que no lo son.
La cuestión a resolver es tan compleja como el entramado generado por esta caterva de violadores seriales de la Constitución que juraron defender, junto a sus socios financieros ganadores en semejante armado antinatural. Aunque la complejidad, sabido es, suele estar más relacionada a las “sensaciones” de imposibilidades creadas de ex-profeso por sus artífices.
A veces, el camino se debe desandar con paso redoblado, pisando fuerte y aplastando falsos emblemas de un republicanismo inventado a medida de sus aprovechadores. Y esta es una de esas veces, cuando la miseria generada por los pretendidos dueños de las decisiones económicas y financieras está llegando a límites insoportables, casi al borde mismo de la capacidad de soportarse por parte de una población bombardeada de falsas noticias y amenazadas por los corruptos integrantes de un poder judicial indigno de su nombre y pretención de respeto.
En la calle se deberá resolver este proceso degradante de nuestros derechos. Con las masas conscientes del desafío y de sus poderes colectivos, se habrá de poder expulsar a tanta mugre encaramada en lo alto de un Poder que no podemos permitir que siga siendo la proveedora de tanta perfidia. Sólo con dirigentes valientes, representantes auténticos de los valores más requeridos por la sociedad, se podrá enfrentar semejante reto a la voluntad popular. El tiempo es nuestro enemigo, el hambreador, el destructor de las banderas que quedaron en el olvido por la inercia de los mandatos mal cumplidos. Ahora es cuando la historia nos reclama hacer lo imposible. Si no es así, la Patria sólo será un recuerdo triste, un pasado abandonado en nombre de un miedo que no tenemos derecho a sentir.
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