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viernes, 17 de febrero de 2023

LA IMPRESCINDIBLE REVOLUCIÓN DE LA PALABRA

Por Roberto Marra

La verdad tiene poca prensa. La mentira, la falsedad, el engaño, la calumnia, la mendacidad, eso sí que destaca en las páginas de los pasquines que se autoperciben como “la gran prensa”, o en las pantallas obnubiladas donde prevalecen los engreídos personajes que actúan como periodistas. Resulta patético observar tanta enjundia puesta al servicio de fruslerías, y tanta desidia a la hora de tratar lo que importa de verdad, buscando el impacto fácil, la emotividad por banalidades elevadas al rango de vitales, las pasiones por lo superfluo.

Comunicar se ha transformado en un acto pendenciero, donde la realidad es aplastada por palabreríos que destilan odios y desprecios. Opinar se ha hecho parte de un sistema que alimenta la sinrazón, un griterío destinado a la imbecilización masiva. Reflexionar es una actividad perimida, arrojada al cementerio de las ideas. Debatir ya es un sueño imposible, cuando se pervienten los objetivos del acto mismo de la comunicación.

¿Acaso se puede pensar en un Pueblo con voluntad de cambiar sus vidas miserables, sosteniendo este modo oscuro del sistema comunicacional? ¿No se registra que pasa por los medios la capacidad de comprensión de la realidad, por todos ellos, incluídos los ya no tan novedosos de la informática? ¿En serio que se puede pretender cambiar la vida, la sociedad, la historia misma, sin contar con medios de comunicación que respondan a una lógica opuesta a la que actualmente prevalece?

La trascendencia del sistema comunicacional, a estas alturas, ya es innegable. La importancia de su dominio lo demuestra el grado de oligopolización que tienen hoy día, producto de la astucia de las corporaciones, nacionales y transnacionales, que sí se dieron cuenta del alcance de los beneficios que tiene para su dominación sobre las sociedades. Porque no podrían hacerlo sin la previa irrupción en las consciencias de los individuos, como método infalible para la dispersión ciudadana mediante enfrentamientos inventados para dividir a quienes son, en definitiva, afectados y esquilmados por igual por tales corporaciones.

Sin embargo, como negándose a ver lo evidente, los sectores ideológicamente enfrentados a esta caterva de saqueadores económicos y retardatarios sociales, siguen sin que parezcan entender una realidad que nos grita la necesidad de actuar diferente respecto a la cuestión mediática. Se continúan adoptando actitudes medrosas ante los medios poderosos, realimentando su capacidad de daño. Se permanece quietos frente al dominio de la “opinión publicada”, sólo atreviéndose a alguna queja en voz baja para no ofender demasiado a sus propietarios, convertidos ya en parte del Poder Real que nos sobrevuela y nos ahoga la vida.

La palabra es el modo de comunicar por excelencia de los seres humanos. Su dominación forma parte indisoluble de la lucha por el poder. El enemigo de los pueblos lo sabe, por eso se apropió de ella hace demasiado tiempo ya, como para todavía no haber logrado hacer nada al respecto. Nos envilecen, nos embrutecen, nos denigran, nos anulan, todo por el uso predominante de “sus” palabras, fabricantes de las malditas razones de sus objetivos extractivistas de riquezas y capacidad cognitiva.

Aun cuando no sea la única razón, es primordial sacarse de encima este estigma degradante y malversador. Es imprescindible aprender de tanta experiencia abandonada, retomar luchas interrumpidas por seguir estas falacias mediáticas, elaborar metodologías capaces de sentenciar a muerte a las perversas actividades de los poderosos, alimentarse de las palabras nacidas en el Pueblo, de las ideas frescas destinadas a imponer la voluntad de las víctimas por sobre las de los victimarios.

Es hora de tomar el micrófono de las verdades populares, encender la cámara de la honestidad, crear la aplicación que transmita la alternativa a la miserabilidad, imprimir en letras de molde la esperanza de un Mundo nuevo. No hay mucho más tiempo para ejercer el oficio de ciudadano de verdad, para construir los sueños que deben dejar de serlo, para transformarse en irrefutable e irrefenable justicia social.

 

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