Por Roberto Marra
Si hay algo que los grupos económicos concentrados saben construir, es “sentido común”. Para lograrlo, utilizan como herramienta “intelectual” a las fundaciones, esos reductos institucionales donde se pergeñan las ideas básicas para el éxito de sus objetivos sectoriales y, además, les sirven como escenario para la cooptación de las voluntades de miembros de los poderes ejecutivos, legislativos y judiciales.
Lejos de constituirse en centros de estudios de la realidad para generar mejoras sociales, sólo son ámbitos donde la hipocresía cubre todo con un manto de falsedades elevadas al rango de certezas. Allí preponderan las palabras “consenso”, “futuro”, “sustentabilidad”, “diálogo”, como así también permanentes referencias a la ciencia, la tecnología, la producción y el trabajo. Almibaradas miradas sobre una realidad torcida a su antojo para demostrar sus deseos de prosperidad masiva, no son más que la piel de una ofídica manera de tentar a la sociedad a creer en sus fantasiosas propuestas de beneficios que (¡oh, casualidad!) siempre terminan en sus bolsillos.
Esos antros de la miserabilidad semántica y económica, son visitados en forma asidua por políticos de (aparentes) diversas orientaciones ideológicas. Reuniones y conferencias sirven para que expresen sus pensamientos, hipócritamente adaptados a las condiciones ideológicas de los anfitriones. Nada de quejas ni oposiciones a lo establecido, nada de elevar la voz en nombre de sus representados en los ámbitos políticos que les toque actuar. Sólo vanos intentos por mezclar el agua de las buenas intenciones con el aceite viscoso de las flagrantes mentiras mostradas como suaves caminos a felicidades que, invariablemente, serán para los pocos integrantes de esas fundaciones.
Lejos de las necesidades populares más evidentes, sus conclusiones siempre acarrearán compromisos que defraudarán a las mayorías y asegurarán pasos hacia arriba en esa monstruosa escalera a la cima del poder real. Rasgándose las vestiduras por una pobreza que ellos construyen y profundizan, propondrán planes de “desarrollo” para un permanentemente posdatado final. Con pretensiones de científicos, habrán de sostener la inevitabilidad de sus sentencias de jueces de una economía cuya meta es el enriquecimiento ilimitado de los propietarios de esas cuevas de la indignidad y la mendacidad.
Ahí los vemos, como corderitos alineados en una oscura pasarela hacia el matadero de la justicia social, a quienes votamos para construirla. Ahí se alinean con esos pensamientos retrógrados y pestilentes, creyendo ver en ello la posibilidad de aumentar la consideración de la sociedad, para terminar siendo el furgón de cola de las pretensiones corporativas que organizan esos “eventos” de supuestos debates sin rivales doctrinarios a la vista.
Rodeados de unas pocas decenas de participantes de los festines financieros, creerán tal vez que los aplausos serán derivados de la capacidad oratoria o los mensajes de desapasionados consensos. En realidad, sólo se tratará de una expresión de satisfacción de los miembros de esa fundaciones por haber logrado otra cooptación más para sus objetivos de dominación. Se asumirán ahora como sus patrones ideológicos, los dueños de sus voluntades y extorsionadores permanentes para que levanten sus manos en falsificadas sesiones legislativas o en oscuras acordadas tribunalicias.
Lejos de semejante oprobio, la sociedad seguirá cayendo en el pozo de una miseria que ya no es sólo económica. A la profundización de sus empobrecidas condiciones de vida, se le sumará, a cada día, a cada hora y a cada minuto, la deformación de la dignidad del trabajo, la negación de la educación, la inexistencia de la protección social y el horror de la desculturización alimentada por una mediática colonizadora de la voluntad, que quiere arrasar con los sentimientos rebeldes y anular su capacidad resiliente.
Esos repugnantes “sentidos comunes” elaborados por las pérfidas fundaciones, no fundan nada. Sí nos funden en el magma de un infierno que estamos obligados a apagar con el contrafuego de la verdad popular, la memoria de las auténticas felicidades de los tiempos donde se supo comenzar a construir una Patria cuyas banderas no podemos ni debemos arriar, ni aún vencidos.
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