Por
Roberto MarraImagen de "frasess.net"
Las convicciones son esas raíces hundidas en lo más profundo de la razón, pero también de los sentimientos, que nos sirven de guía para todos nuestros actos. Son los principios básicos que nos permiten dilucidar, de acuerdo a ellos, lo que está bien de lo que está mal. Son los ideales que trazan la línea de la ética que aceptamos como válida, el convencimiento en la ideología que abrazamos, la fe en que esas ideas nos conducen a la meta que consideramos el bien superior, las banderas que no arriamos nunca, la columna vertebral de nuestras luchas.
Frente a esta tan tajante definición, la realidad. Ante ella, suelen aparecer formas bastante distorsionadas de entenderla, maneras retorcidas de acceder a una verdad que, no por subjetiva, puede dejar de tener una relación con la historia, el lugar y el tiempo de las decisiones que se demanden. Esa manifestación de dudas, ese quiebre en la supuesta fe en la doctrina que se grita con vehemencia, es el final del camino de los principios, la llegada al abismo de la derrota moral, la destrucción de la convicción ahora baleada por la traición a sus mandatos.
En política, sobre todo en la que involucra las relaciones con otras naciones, sostener las ideas forma parte de un valor que enaltece a quien lo hace y degrada a quienes las dejan de lado. Pero el respeto a un o una líder, se pone en juego cada vez que emite una opinión sobre las políticas de otros países, sobre todo cuando lo hace con los procesos sociales y los actores políticos de naciones hermanas por orígen e historia. La genuflexión hacia quienes mayor poder acumulan en el Mundo, tratando con ello de ganar algunos apoyos, tarde o temprano se disuelven en el aire de la traición permanente a la que acostumbran semejantes representantes de los imperios de turno.
Entonces, cuando el “emperador” devaluado del momento, ese ejecutor de los designios de las corporaciones que, en realidad, manejan el Planeta, demanda el acompañamiento a una más de su acostumbradas aventuras destituyentes de los gobiernos que no le resultan convenientes para sus intereses de dominación absoluta, es cuando se pone de manifiesto con mayor claridad la adhesión o nó a las convicciones que se dicen tener.
Ahora, en este preciso instante de la historia, cuando el quebranto social ha sido llevado al límite de la resistencia, cuando los índices de pobreza aumentan tanto como los precios decididos por los cartelizados oligopolios que nos dominan a su antojo, cuando el FMI aprieta con otra vuelta de su torniquete de desprecio social y las “negociaciones” nos hacen temblar frente a sus probables resultados, el Presidente decide participar de la denominada “Cumbre de la Democracia”, engendro antipopular por origen y naturaleza imperial.
Convicciones que se arrastran por el suelo de la distorsión de la realidad, manipulación de los principios hipócritamente sostenidos en discursos de ocasión, palabrerío inútil que sepulta las ilusiones de ser Patria Grande, revoltijo de creencias tiradas a la basura de la historia compartida con esos pueblos hermanos a los que se van a denigrar en esa “cumbre” de la insolencia imperial.
Otro ultraje a la voluntad popular. Otra manipulación de las palabras retorcidas buscando la satisfacción de los poderosos, antes que de la ciudadanía que otorgara su confianza en un proceso que nos aleje de la maldita esclavitud neoliberal. Otra agachada ante el amo que domina con su látigo de amenazas y contubernios. Otra perfidia ejercida con pasión estupidizante contra las naciones que siempre nos acompañaron en nuestros reclamos. Otro paso más en las arenas movedizas de la deslealtad a los principios, esos que cantamos tantas veces en las multitudes de la esperanza.
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