Por
Roberto MarraImagen de "ContraPoder"
¿Es lógico asombrarse porque un miembro de esa mafia que ofició de gobierno durante cuatro años, diga que hubiera querido crear una “gestapo” contra los gremialistas? ¿ Puede sorprender a alguien que, justamente por constituirse de acuerdo a “reglas” de características mafiosas, se estén amenazando unos a otros, en esa parente disputa por ejercer el dominio del rejunte de politiqueros amorales llamado “Pro”, o “Cambiemos”, o “Juntos”? ¿A quien puede resultarle extraño que utilizen esas palabras, cuando sus actos de (des)gobierno demostraron todo el cúmulo de odio de clase, la bajeza intelectual, el desprecio por los diferentes, la capacidad de destrucción del aparato productivo, la cooptación del Poder Judicial, y tantas otras maneras de hacer añicos a la Nación y, fundamentalmente, a sus habitantes más pobres?
Son una “raza” nacida al calor de la venganza social, adoptando discursos plagados de aversión a todo lo que “huela” a popular. Son un amontonamiento de engreídos de superioridades sociales, sólo basadas en sus cuentas bancarias (en paraísos fiscales, claro). Son la resaca de una borrachera de maldades ilimitadas, herencia de la dictadura que los protegió y los enriqueció. Son la maldición de Malinche traída a suelos argentinos y a tiempos donde el imperio no es el mismo, pero tiene las mismas condiciones genocidas.
No soportan siquiera la mención de la palabra “Cristina”. Los entumece, los brota, los enrojece de ira tan sólo una palabra de la dirigente del enemigo por antonomasia de su clase: el peronismo. Y si es “kirchnerismo”, más aún. Arremeten como bestias salvajes contra cualquier intento de hacer más soportable la mala vida a la que nos condenaron con sus deudas impagables. Ansían regresar para continuar con su entrega absoluta de la Patria, a la que no reconocen como suya, porque no puede serla jamás, de acuerdo a sus adhesiones incondicionales a las directivas de la embajada que tanto visitan.
No puede, no debe haber consenso con tan deleznables personajes. No se debe permitir que sus opiniones incidan en las de un gobierno que asumió con la responsabilidad y la promesa de modificar la dirección y el sentido de la política, con el objetivo de hacer posible la conversión en una Nación libre de ataduras a quienes propiciaron los condicionamientos financieros que ahora se pretenden saldar. No se debe aceptar que sus diatribas sean el tamiz por el cual deba pasar el análisis de la respuesta nacional a las pretensiones del FMI.
Ha pasado ya el tiempo del “diálogo” con los mayores “sordos” políticos que existen en nuestro País. Va siendo sí, la hora de reinvindicar a los perseguidos por esa “gestapo” del subdesarrollo cambiemita, que no necesitó de una institución creada como tal. Sólo se valió del supra-poder mediático y el aparato judicial-represivo, armas letales utilizadas para encarcelar opositores a sus denigrantes políticas de entrega. Como brazo político-institucional del Poder Real, llevó a acabo una “limpieza étnica”, arrasó con los derechos y garantías, penetró en las conciencias de los sojuzgados hasta convertirlos en sus propios adherentes.
Toda la fuerza del dinero para acumular más poder y acrecentar sus fortunas. Negocios sucios, manejos espúrios de las finanzas públicas, tráfico de influencias, todo valió y vale para mantener su predominio social y aplastar cualquier atisbo de rebelión popular. No puede admitirse a semejantes ladrones de vidas y bienes de los argentinos, formar parte de ninguna discusión, aún cuando tengan su representación parlamentaria, fruto, entre otras cosas, de la degradación institucional y la intrusión mediatizada en las conciencias de una gran parte de la población.
Es la hora del Pueblo empoderado, de la marcha inexorable hacia un destino que deberá contruirse a “pico y pala”, si fuera necesario. Es el tiempo de corregir las taras de esta democracia representativa, convocar a los sueños ya soñados tantas veces, de rendirse ante la evidencia de los hechos y acatar los mandatos de sus señales inapelables. Y hacer de lo vivido con esas bestias que parecen apadrinadas por el demonio mismo, una masa informe de malos recuerdos, para arrojarla, lenta pero definitivamente, al fondo de lo peor de la historia argentina.
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