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lunes, 14 de junio de 2021

EL IMPRESCINDIBLE

Por Roberto Marra

Los aniversarios son oportunidades de ejercitar el menos utilizado de los dones de los humanos, la capacidad de recordar, de volver a pasar por el corazón y la mente los acontecimientos que marcan nuestras vidas individuales o colectivas. Son la ocasión para manifestar reconocimientos, rechazos o convicciones hacia hechos o personas que entendemos fundamentales para el tránsito de las generaciones a las que hubiera afectado su existencia.

El 14 de junio de 1928 nació un niño en Rosario, Provincia de Santa Fe, Argentina. Uno más, seguramente, de los tantos que pudieron haberlo hecho en esa fecha. Pero los hilos que la historia va tirando hacia delante para que la sociedad los teja infinitamente, llevaron a ese nuevo ser a convertirse en un hombre fundamental para el devenir de la humanidad. Un distinto, un especial, un sujeto cuya ascendencia no hacía prever su futura capacidad de transformar el barro de las inequidades, en argamasa para la inmensa obra de construcción de sociedades libres y justas.

Ernesto Guevara de la Serna era ese niño descendientes de estancieros y conquistadores españoles, de tempranos sentimientos aventureros y médico por adopción de un ideal solidario que fue madurando en él hasta ser la base misma de su vida y de su muerte. Se construyó a sí mismo con la voluntad inquebrantable de un obsecado que no consideraba posible no hacer lo necesario para lograr los objetivos que se marcaba, porque los desafíos formaban parte de su constitución íntima.

Después, las aventuras viajeras, los contactos con la vida miserable de las aldeas perdidas en la América, el desarrollo de su conciencia y, por fin, la relación con otro grande de todos los tiempos, lo puso en las páginas más contadas de la historia contemporánea. A partir de allí, todo fue impulso permanente para hacer verdad los sueños que lo desvelaban. La comprensión histórica formaba parte de su ser y le hacía relevante a la hora de la toma de decisiones en aquella Revolución, que era ya mucho más que una simple revuelta en una lejana isla del Caribe.

Trascendió las fronteras de su Patria adoptiva, por su perseverancia en construir el mismo sueño en otros lares. Recorrió el planeta llevando su voz descarnada ante poderosos caballeros que nunca le perdonaron sus afrentas. Se abrió paso en la historia popular, esa que no se escribe, pero vive en los pobres de toda pobreza, en los trabajadores explotados, los niños hambrientos y sus madres desfallecientes por el yugo diario. Y se fue tornando leyenda, mito y ejemplo. Lo mataron los enemigos eternos de todos nuestros sueños, que eran también los suyos. Pero sólo recogieron un cuerpo baleado cobardemente, mientras su mirada los atravesaba hasta llegar a nuestros corazones.

Hoy, y todos los días, necesitamos reflejarnos en ese espejo valeroso, en su sangre torrentosa, en sus ojos de mirada infinita, en sus actos arrojados y sus palabras constructoras de conciencia solidaria.

Tenemos el deber, cada uno de quienes nos decimos empeñados en esas utopías realizables, pero que nos parecen inalcanzables, de asomarnos a su vida inigualable, de escuchar su voz apasionada, de recorrer sus escritos esclarecedores y tomar de sus ejemplos, el primordial objetivo de ser parte del inacabable tiempo de las transformaciones. Ser un poquito más como él cada día, y menos carne de cañón de los poderosos que intentan arrojarlo al basurero de la historia. Ser mucho más que simples marionetas de un destino que nos grita desde siempre aquel imprescindible valiente, el mejor de nosotros.

Porque siempre será tiempo de Ché, cuando se trata de elaborar presentes de luchas por sociedades justas, para recorrer los caminos hacia la independencia real y retomar la senda de una soberanía casi olvidada en el futuro de una historia que él no pudo terminar.

 

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