Por Roberto Marra
La impostación es la acción de fijar la voz en las cuerdas vocales de manera tal que el sonido se emita sin vacilaciones ni temblores. Es una técnica o un ejercicio para situar la voz en la caja de resonancia con el objetivo de obtener el máximo rendimiento fonatorio con el menor esfuerzo posible. Pero la “impostación” tiene, además, otro significado diferente, que habla de una simulación, de un acto ficticio que pretende mostrar una postura que no se condice con el auténtico pensamiento de quien la genera.
Los “impostados” no son otra cosa que farsantes, simples embaucadores de personalidades simuladas, que actúan así para lograr objetivos, generalmente, poco éticos. Los encontramos en todos los ámbitos, pero especialmente en el político, donde muchas veces alcanzan ribetes paródicos, pero muy efectivos para conquistar la voluntad de millones de personas. En los espacios de discusión como los parlamentos, pululan estos estafadores de conciencias, siempre listos para hablar desde su “púlpito” legislativo con la vanagloria a flor de labios.
El poder judicial es un lugar muy caro para estos tramposos de la palabra, donde desde los más altos cargos hasta los simples abogados se impostan actitudes muy alejadas de las convicciones, pero muy cohesionadas en una corporación particularmente negadora de la realidad. Lo peligroso de este ámbito en especial, es el daño a las personas que caen bajo su jurisdicción, a los grupos más vulnerables y a la Nación como entidad representativa de los intereses de toda la sociedad.
Párrafo especial para los medios de comunicación, donde habitan personajes especialmente dedicados a perfeccionar este método suplantador de personalidades. Allí, con la aleccionadora ayuda monetaria de los dueños de los medios, se han desarrollado auténticos “artistas” del embuste, donde la impostación como “defensores de derechos humanos”, “auténticos demócratas”, “republicanistas inclaudicables”, han conformado una especie de infantería de la procacidad verbal, un circo donde los payasos asumen la “seriedad” como bandera, intentando destruir cualquier atisbo de “populismo”, asumido como su enemigo mortal.
Atravesando todos esos ámbitos, están los temas para los cuales muchos integrantes de esas corporaciones impostan actitudes específicas. Así, aparecen personajes cuyos “currículums” están profundamente relacionados con la violencia, el odio y el desprecio, haciendo discursos para defender los “derechos humanos”. Otros, impostando lloriqueos sobre la violencia de género, escondiendo sus pasados (o presentes) de maltratos ocultados convenientemente para sostenerse en el “candelero” mediático-politiquero. Muchos “dobles de cara”, cuyas exposiciones públicas pasadas los desautorizarían a opinar sobre algunos temas y sobre determinadas figuras políticas, se animan a redoblar la apuesta por la exagerada manifestación de adhesión a lo que, por dentro, desprecian con todo su ser.
Estos inmorales, que actúan sin límite alguno, después de romper la vida de millones, de aplastar los sueños de sobrevivencia digna de las mayorias, de destruir el sentido mismo de Patria, se plantan ante la sociedad con voz pretendidamente auténtica, intentando esconder bajo la alfombra de la mentira sus pasados miserables, oscuros y falaces, señalando supuestos ataques a “la libertad”, un “don” que sólo ellos creen poder determinar su existencia o nó.
En realidad, sus falseadas expresiones, sus caras de “yo no fui”, sus palabras arregladas con el tono dramático para la ocasión de que se trate, no son otra cosa que la manifestación más obscena de la defensa del verdadero Poder que los sustenta. Son una “canaleta” expresiva de lo que esos poderosos necesitan para mantener sus dominios e impedir el más minimo de los cambios en la correlación económica que han generado.
Sus recursos, abonados por los robos sistemáticos de la producción y la complicidad con la delincuencia transnacional convertida en un gigantesco oligopolio cartelizado, les permiten “comprar” voluntades o, cuando no pueden, amenazar a quienes se atreven a intentar dislocar sus poderíos. Es que los “empresarios” (a los que no les interesa un ápice el País) también impostan sus verborragias antipolíticas, derramando palabreríos desde la altura de sus bolsillos llenos (llenos de sangre, sudor y lágrimas ajenas). Son los peores actores, tan falsos que sus simulaciones deben ser reemplazadas por las de sus “empleados” politiqueros y la claque periodística que asegura su defensa permanente.
La verdad debe triunfar de una vez. El embuste de los impostores debe ser puesto en evidencia de inmediato. La farsa debe finalizar, desarmando a los suplantadores de identidad de sus consignas vacías, haciendo “tronar el escarmiento” con las convicciones en la mano, reemplazando la murmuración destituyente con la voz potente de una sociedad empoderada, el canto perfecto de un Pueblo decidido a reconstruir esta Patria calumniada, llenando sus “pulmones” con el aire fresco de los sueños liberados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario