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sábado, 20 de marzo de 2021

EL ESPEJO DE LOS EUFEMISMOS

Por Roberto Marra

El disimulo es la manera con la cual actúan las personas que intentan engañar a otras. En ese fingimiento, las ambigüedades son moneda corriente; los rodeos semánticos le ganan a la verdad expresada sin tapujos y la realidad se envuelve en eufemismos, pátina odiosa destinada a encubrir las responsabilidades de quienes los expresan, sobre hechos que lastiman la razón y las conciencias de quienes todavía se atreven a pensar por sí mismos.

Vivimos rodeados de subterfugios e hipocresías al por mayor, ya desde las pantallas indolentes, ya en los periódicos, esos pasquines del horror comunicacional desde donde nos bombardean con falsas noticias y análisis de algunos desequilibrados que pretenden asumir roles incongruentes con sus capacidades. Especies de “gurues” televisivos, estos asesinos de la verdad inventan expresiones o sobreutilizan las ya creadas, con el fin de alardear sabidurías y, de paso, estigmatizar a las personas que necesitan defenestrar ante la sociedad para profundizar la injusticia social que promueven sus patrones ideológicos (y monetarios).

Así llegamos a casos como el de la niña recientemente secuestrada en la ciudad de Buenos Aires, sobre quien todo el periodismo, sin excepción alguna, se refirió con el mote de niña en “situación de calle”. Eufemismo ganador incluso de los cerebros más capaces, esta hipócrita manera de denominar a quienes sobreviven en las calles de las grandes ciudades, se ha introducido en el lenguaje corriente de los comunicadores y esa parte de la sociedad creída de ser superior al resto por tener un techo y comida permanentes.

Eso que no tienen los desarrapados del sistema, es lo que los define. Eso que les resulta normal a los transeuntes que no ven lo que miran cada día, que atraviesan cual fantasmas de una ciudad sin alma, que intentan invisibilizar y negar para no asumir sus responsabilidades; eso es también parte indivisible de la sociedad que malconstruímos con excusas y disimulos.

Se suele decir, con liviandad ignorante de los sufrimientos que nos rodean, que “somos lo que comemos”. Por lo cual, de ello se deriva que los habitantes del submundo de la calle no son nada, o muy poco. Tan poco como lo que comen. Tan escasos de relevancia como la solidez de las latas o los plásticos con los que pretenden cobijarse de las lluvias y los fríos. Tan miserables como el tamaño disminuído de sus músculos sub-alimentados. Tan “poca cosa” como el valor de una moneda arrojada a sus latitas de mendigos eternos, habitantes de un pasisaje urbano que molesta a las clases que fagocitan la dignidad del pobrerío que generan con sus prédicas meritocráticas.

Caras de dolores impostados, expresiones de disgustos mal actuados, frases hechas a medida de las circunstancias que sólo ven como “noticias” reproductoras de pautas, todo sirve para cubrir los espacios que, regularmente, utlizan para escrachar a los líderes populares o destruir la honra de los perseguidos por el Poder Real, el auténtico autor original de todas estas desgracias sociales.

Fingir es el verbo que los define. Mentir es lo habitual, en la mayoría de los casos. Sobrevolar las injusticias como ajenos a sus orígenes, es la manera de regar la raíz del árbol de la hipocresía que todo lo domina. Sus lenguas viperinas se mueven por el único impulso que reconocen como válido: los billetes manchados con la sangre de quienes muestran, cada tanto, para lavar sus neuronas de la mugre intelectual con las que las alimentan.

Terminado el episodio que les permitió más o menos puntos de rating, regresarán ahora a la ya devastadora retahila de titulares destituyentes, sobrevendrán ensayos de nuevas mendacidades para quitarse de encima el olor del pobrerío con el que tuvieron que convivir por unos pocos días, además de intentar hacer polvo cualquier intención reparadora del gobierno al que sus mandantes necesitan derribar cuanto antes.

Mientras, bajo los mismos puentes donde vienen pasando generaciones tras generaciones, los “otros”, los nadies, los ubicados al final de la fila en el reparto del pan de la justicia (y del alimento), seguirán encendiendo fuegos donde calentar sus huesos, continuarán a la vista de quienes quieran verlos, pero seguirán negados por la mayoria, para salvar las conciencias mal construidas de una sociedad sin escrúpulos y con muy poca memoria. Una que les permita reconocerlos como sus iguales, como compañeros de desdichas, a estos abandonados a la “suerte” fabricada por los enemigos de la Patria, que está, también, en el espejo de esos “otros” que tanto duele mirar.

 

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