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viernes, 1 de enero de 2021

SOLIDARIDADES

Por Roberto Marra

La exaltación de la “solidaridad”como acto humano sustancial para pensar en un Mundo mejor, es la base de cualquier relato que pretenda considerarse virtuoso y de toda acción que intente convertir a la sociedad en un ámbito de desarrollo colectivo primero, e individual después, que posibilite alcanzar metas donde la equidad social sea lo esencial. Pero de la exaltación de la palabra, a la realización de su significado básico, media un océano de injusticias que se han convertido en permanentes trabas para su concreción.

Las atrocidades que, cualquiera que posea un mínimo de reserva de humanidad en su conciencia, puede observar cada día, a cada hora, en cada minuto, son tan inconmensurabes como la potencialidad de sus profundizaciones, sin que medien demasiadas reservas de parte de la inmensa mayoría de la población, inmersa en sus pequeños o grandes dramas personales cotidianos, avasallados por un sistema que invoca razones espúrias para sostenerse en el tiempo y expandir sus obscenos resultados.

Países ricos y países pobres, son el reflejo del clasismo social que perdura alrededor del Planeta, en cada rincón de sus complejas “geografías humanas”, haciendo de las palabras una masa informe de falsedades que se repiten como antídoto para soportar tanta impudicia de la realidad. De ahí el uso intensivo e indiscriminado de la palabra “solidaridad”, como escudo a los lógicos reproches que la buena gente (que sí la hay) le puedan proferir a quienes son, por sus dominios y poderíos reales, los autores básicos de tantas maldades.

Cada tanto, como método de lavado de sus asquerosas conciencias, los medios hegemónicos nos muestran imágenes que demuestran el grado de descomposición moral en la que se sobrevive. Allí estarán los niños africanos y sus insoportables hambrunas, sus cuerpitos desvalidos y arrugados como “viejitos” a los que le adelantaron sus muertes. Desfilarán también los transhumantes eternos huyendo de los calvarios de las guerras y las bestialidades del neoliberalismo, que no son lo mismo, pero sí lo son.

Los relatos, supuestamente conmovidos, del periodismo que hasta un segundo antes de darnos esas imágenes estaba brindando loas al sistema que provoca semejante desvarío de lo humano, son la muestra más cabal de que todo está destinado a parecer, antes que a ser. La maniquea manifestación de impudicia verbal, no es otra cosa que una manera más de señalar culpables que no son los auténticos, de entelequias creadas para robarnos el entendimiento de las razones y asegurarse la continuidad de las causas que generan semejante estado de las cosas.

No es un método exclusivo de los comunicadores de las agencias internacionales de noticias. Se trata de una regla que también asumen como propia los sumisos pseudo-periodistas de nuestro País. Serán los primeros en utilizar aquella palabra mágica que todo lo cubre (y encubre), inventando aquello de que “los argentinos somos solidarios”, simplificación irreal de una sociedad atravesada por miserias que repugnan y provocan daños irreparables a la mayoría de sus habitantes. Ese será el camino adoptado para intentar tapar el barro de las injusticias sociales que corroe las bases de la convivencia y expulsa a millones de ciudadanos de sus derechos más elementales.

Otros millones de personas, obnubiladas por los viejos espejitos coloreados de los poderosos, amantes sin sonrojo de las costumbres más obscenas de los oligarcas, simulan pertenencias imposibles y realimentan la inmoralidad que después lagrimean ante las pantallas de los horrores africanos. Son ese mediopelo de pasiones odiadoras adquiridas a fuerza de mentiras programadas para embalsamar sus pensamientos, obtusos caminantes de una vida sin otro destino que funerales opulentos y ataúdes con adornos dorados, pero ataúdes al fin.

El tiempo, ese crudo acompañante que nunca se detiene, nos marca la razón primigenia de todo lo que hacemos. Nos arroja al vacío de una existencia que atravesamos intentando ser felices, las mas de la veces, a pesar de la infelidad de quienes nos rodean. A su paso, nos conmovemos por la finitud de nuestras vidas, pero solemos ignorar la de quienes nos acompañan en este duro viaje de ida. Es así que aquellos hambrientos del Continente originario de la vida en el Planeta, son borrados rápidamente de los recuerdos cotidianos, tal como se lo hace con los sufrientes de nuestras tierras.

La dignidad como base de una Justicia Social declamada hasta el hartazgo, duerme el sueño de lo injusto en los miserables objetivos egoístas que anulan el sentido de la equidad. Despertará un día, tal vez, frente a los ojos desgarradoramente agrandados de los hambrientos, para sollozar una lágrima de cocodrilo y regalar un paquete de polenta vencida o donar unos pesos para “la causa del hambre”. Después, todo volverá a la irracional “normalidad” del “alimento” de desprecios que provocan lo que intentan invisibilizar con esas muestras gratis de solidaridades tan falsas como sus pertenencias sociales, tan inmundas como las conciencias de aquellos que ordenan el oscuro tiempo que nos obligan a transitar.

Hay que ganarle al tiempo que nos persigue con su furia indetenible, disputarle sentido a las palabras mal usadas, abrir las puertas de una nueva época donde los demás no sean lo de más. Hay que convertir la solidaridad en costumbre cotidiana, en el primer acto frente a cualquier dolor ajeno, para que nunca más nos sea ajeno. “La Patria es el otro”, sentenció justamente una grande de nuestro tiempo. Es hora, ya, de hacer realidad semejante desafío, atravesar con la espada bien afilada de la Justicia Social a los malditos constructores de todas nuestras desgracias, acabar con sus oscurantistas dominios y recobrar el auténtico sentido perdido que nos define como humanos.

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