Imagen de "El Tribuno"
Por
Roberto Marra
La noticia es el relato de un hecho novedoso. Al menos esa es la definición más utilizada. De allí que en idioma inglés se utiliza “news” tanto para hablar de lo nuevo, como de noticias. Aplicando esta explicación a la realidad actual de nuestro País, los sucesos políticos acontecidos en las últimas horas, días, semanas, meses o años, no se pueden parangonar con ese término. Es que nada tienen de novedosos, estrictamente, los relatos de los aparentes periodistas de los “medios hegemónicos”, suave denominación de los pasquines de papel o televisivos que nos martirizan desde hace demasiado tiempo con sus monsergas disfrazadas de defensas de la democracia y la libertad.
En realidad, la novedad no existe ni en el relato periodístico, ni en los hechos producidos. Esta última palabra se adecúa mucho a los sucesos registrados de ataques furibundos de enajenados mentales, pseudo-dirigentes erigidos en líderes de barricadas politiqueras del odio o, ahora también, de policías disfrazados de “luchadores” por sus bajos salarios. Es que estos hechos, de aparente novedad, son “producidos”, tal como se hace con una ficción de televisión o cinematográfica.
Hay, detrás de esos actos de aparentes espontaneidades, todo un proceso de construcción de una realidad estudiada hasta en los minimos detalles, de manera de poder atraer primero y convencer después, a los absortos escuchas, televidentes o lectores que, preparados por años de despotismo “periodístico”, son fáciles presas de los devoradores de neuronas que habitan los estudios televisivos con el único objetivo de destruir a los enemigos del Poder Real. Éste y no otro, es el actor principal, el causante de los acontecimientos que aparecen como novedades y “productor general” de la ficción que soportamos como realidad cada día de nuestras vidas.
Los libretos se han venido repitiendo desde hace décadas, con las adecuaciones que demanden los niveles de conocimiento de la población y de la comprensión de lo observado. Lo mismo aquí que en otros países de Nuestra América, la elaboración de estos procedimientos destituyentes de gobiernos populares han logrado mantenernos en una especie de “pasado permanente”, latencia de una vida con esperanzas truncadas por los temores introducidos mediáticamente, que terminan por desactivar los imprescindibles deseos constructores de sueños compartidos por millones desde hace mucho tiempo. Tanto como el que hace que se los desestimula y anula con los poderosos métodos antisociales y degradantes de la sabiduría acumulada por la historia de nuestras injustas sociedades.
Los mismos personajes, los mismos libretistas, los mismos actores, los mismos asesores, reunidos detrás de la elaboración de estas “news” sin novedades, como no sean las caras de relatores o relatoras, que son, a su vez, cada vez más ignorantes y brutales en sus expresiones. La parafernalia obscena de la mentira transformada en “verdad” absoluta por imperio de la repetición infinita, hace el resto, desarmando la capacidad analítica y anulando la posibilidad derivada de la aplicación de la lógica. Todo se resume en reacciones “espontáneas” de enardecidos participantes de “marchas” y “cacerolazos”, ridículos por sus apariencias y por sus contenidos.
Centenares de medios de comunicación en manos de un solo actor de esta tragedia televisada, hacen posible la difusión de semejantes entelequias como si fueran realidades, noticias dadas por “serios” opinólogos de pasados tan turbios como sus cuentas bancarias. Miles de idiotas útiles al servicio de sus propias desapariciones, repiten hasta el paroxismo esas falsas verdades en las “redes sociales”, otra forma adquirida por la dominación corporativa planetaria sobre los pueblos del Mundo.
La autodestrucción es el final anunciado que nadie parece querer ver, tal como sucede con la desvastación ambiental, que se niega para mantener las exhuberantes fortunas de los pocos que nos dominan, a quienes además se les rinde pleitesía desde los sectores sociales que creen posible alcanzar esos mismos lujos. Son esos mismos engreídos de lo que nunca tendrán, que atacan con mayor furia a los gobiernos populares. Es desde ese paradójico sitial de superioridades imposibles que se abalanzan contra los señalados por el Poder como “corruptos”, denominación que sólo le cabe a ellos, como parte indisoluble de la maquinaria de destrucción social que imposibilita la Justicia.
El perverso dispositivo represivo que no ha podido (o no ha sabido, o no ha querido) gobierno alguno modificar, se nutre de la corrupción real, la que anida en las fuerzas policiales a través de una metodología mafiosa que termina por construir mentalidades despreciativas del resto de la sociedad, tomada de rehén a través del miedo infundado por la participación visible de muchos integrantes de esas fuerzas en los delitos más horrendos y los negociados del narcotráfico, la prostitución y el juego, trípode que les permite a los corruptos de arriba sostener el vasallaje de los de abajo.
De ahí a la utilización como fuerza de choque contra los gobiernos populares, está el simple paso de las promesas de la continuidad de los negocios sucios como metodología de sumisión y control de la mayoría del cuerpo represivo involucrado. No hay protestas policiales en los gobiernos oligárquicos, porque “dejan hacer” a los corruptos. Son parte del sistema armado (en el doble sentido) para sostener económicamente a los que se involucran en los actos delictivos, sin necesidad de reclamar aumentos, porque ya ganan lo suficiente para hacer sus “diferencias”.
La cimentación de esta “obra” la hacen desde el exterior, como en cada una de las naciones hermanas de nuestro Continente. Las “visitas” de esos notables armadores de cuanto golpe de estado suceda por estos lares, nos debiera prevenir del porvenir que nos espera si no atendemos sus señales. La aparición casi ridícula de viejos personajes de la politiquería en programejos donde se destila el veneno antipopular cada minuto en el aire, tendría que tomarse como advertencia suficiente para encarar el imprescindible contrataque preventivo.
La apuesta permanente al odio irracional y el desprecio a los más elementales respetos sociales por parte de los individuos que recorren las calles en medio de una pandemia quemando barbijos o atacando legisladores y apedreando casas de funcionarios de los gobiernos que exacerban sus putrefactas neuronas, no pueden tomarse como simples hechos noticiosos. Forman parte de la horadación de las bases democráticas que sólo el Pueblo sostiene, pero sin el más mínimo respaldo mediático, porque el Pueblo no tiene medios de comunicación. Éste es el punto decisivo en esta trama diabólica, donde los poderosos convencen con la facilidad que le dan sus armas televisivas y sus discursos meritocráticos.
Es la falta de herramientas comunicacionales en manos del Estado popular lo que les allana el camino hacia la reconquista del poder político que perdieron hace sólo unos meses. Es esta enervante situación lo que solivianta a los que sí comprenden la realidad y desean hacer algo para impedir la repetición de un pasado que nos está alcanzando. Es la necesidad imposibilitada por la falta de correspondencia de las políticas públicas que permitan y alienten la aparición de nuevos medios contra-hegemónicos, lo que hace decaer las certidumbres que aseguren el sostenimiento de los gobiernos que sabemos de buenas intenciones, pero rodeados de enemigos externos e intrusado por internos.
La noticia debe volver a serlo. La novedad debe re-aparecer en toda su dimensión periodística, tratada con la honestidad olvidada en el rincón de la enajenación. La realidad debe retomar su camino constructor de esperanzas, presta a anular cuanta maniobra despreciativa de la soberanía popular intente imponer sus insolencias subversivas. La fuerza de la unidad popular debe volver a ser el gérmen de una sociedad nueva, donde la Justicia se pueda expresar con lealtad a los más elementales preceptos humanos. Para todo ello, hace falta la palabra, nuestra palabra, la eterna constructora de sentidos comunes, la primigenia base para desarrollar los intelectos pero, más que nada, para elevar las consciencias populares al punto de no regreso al sometimiento a los eternos asesinos de la verdad.
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