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lunes, 28 de septiembre de 2020

GUERNICAS

Por Roberto Marra

Guernica (o Gernika) es una localidad vasca, cuyo renombre proviene de la tragedia resultante de un bombardeo de los aliados alemanes del genocida “Generalísimo” Franco, durante la Guerra Civil Española. El gran Picasso puso su genio al servicio del conocimiento mundial de ese exterminio civil, transformando aquel momento, en lo que resultó ser la más reconocida de sus obras. Fue esa pintura inigualable la que permitió comprender la dimensión genocida de semejante aberración y conocer la catadura amoral de sus autores intelectuales y materiales.

El dolor inimaginable, la miseria humana en su máxima expresión, la pérdida como sustantivo único y absoluto, el vacío existencial de los sobrevivientes, los traumas eternizados en las generaciones subsiguientes, forman parte indisoluble del drama allí vivido. Son las huellas de las botas asesinas y sus mandantes, que pretendieron dominar el Planeta a sangre y fuego, que en España perduraría durante más de cuarenta años de una dictadura feroz.

Pero hubo y hay otras formas de ejecutar las mismas órdenes de los poderosos del Mundo. Existen otros métodos que fueron pergeñando y aplicando en todos los países, de acuerdo a las “facilidades” que éstos les otorgasen, a través de gobernantes genuflexos. Así se fue conformando una idea de lo absoluto de sus “mandatos”, una básica medida de todas las cosas, una visión unificada de “lo válido” o “lo prohibido”. Claro que no fueron novedosos sus procederes, que derivan de una larga y prolífica historia de inequidades, nacidas siglos antes y sostenidas con las elucubraciones históricas malintencionadas de sus escribas y filósofos, que lograron imponer ideas donde la persona se convertía sólo en un objeto de uso, cuando no perteneciera a las clases del privilegio.

En nuestro País hubo también un proceso genocida que resultó el gérmen de una Nación oligárquica y desigual. La denominada “campaña del desierto” fue su manifestación iniciática, aunque no la única. El apoderamento, por la fuerza de las armas y la matanza de sus habitantes originarios, de ese extraño “desierto habitado”, sirvió de punto de partida para la consolidación de una casta de ladrones con escudos de noblezas, que perduran hasta nuestros días, protagonizando siempre cuanto alzamiento contra la voluntad popular haya existido.

Se robaron las tierras, pero nadie publicó jamás en un periódico un título que describiera con justeza semejante latrocinio. Se apoderaron sin mediar ley alguna de un territorio que hubiera servido, en las manos de un Pueblo consciente de su poder, la generación de una Patria donde la Soberanía dejase de ser sólo una ilusión. Se hicieron tramposamente de superficies inimaginables con la sola firma del genocida de entonces, transformando aquel paraíso dispuesto por la naturaleza para el goce de millones, en reducto de las peores lacras antisociales, en depósito de peones y sirvientes cuyas vidas valían menos que los látigos con los que los castigaban.

Hoy, esos mismos apropiadores ilegítimos de las tierras más feraces del Planeta, acompañados de sus adláteres politiqueros, sostenidos por “su” justicia y apañados por los socios mediáticos convertidos en actores principales en el reparto de este sucio drama cotidiano, levantan sus voces indignados por las “tomas de tierras” de algunos grupos de desesperados al borde del abismo de la muerte civil. Como paradoja de un destino que parece esforzarse en marcarnos lo que no vemos, el lugar tiene el mismo nombre que aquel de Vizcaya donde se perpetrara otro genocidio, ese, con la potencia mortal instantánea de las bombas.

El Guernica argentino trasciende el sencillo acto de apoderarse de un lote de terreno. Pone blanco sobre negro lo histórico del hecho, señala con claridad lo que falta y lo que se debe, marca con certeza el permanente camino recorrido, de indulgencia al poderoso y castigo al pobrerío abandonado a su suerte, que no es ninguna. Las tierras ocupadas son, más que eso, el territorio donde se reproduce aquella disputa de dos siglos atrás, donde comenzara el sistemático despojo de lo que era de todos, para hacerlo de unos pocos.

Esos pocos son los que nos vienen señalando, desde entonces, los caminos de la vergüenza social que sólo sirvieron para embarrarnos de miseria y empacharnos de pobreza. Ellos y no otros son los responsables de las ocupaciones de tierras, de las desesperaciones de centenares de miles de familias sobreviviendo en cuevas, entre latas y polietilenos hediondos, abandonados allí en nombre de un futuro tan falso como el supuesto poder de un Pueblo que nunca manda del todo, ni siquiera a través de los gobiernos populares, cooptadas como están las instituciones del Estado por los peores representantes del Poder Real.

No habrá liberación posible, ni independencia verdadera, ni soberanía popular y, mucho menos, Justicia Social, si no se desplaza de los lugares de decisión del Estado, a esos parásitos asesinos de etnias enteras, ladrones consuetudinarios de nuestras tierras, enemigos mortales de nuestros derechos y de la naturaleza misma. Hay mucho suelo en esta Argentina casi deshabitada, listo para ser abonado con el trabajo de millones de empoderados de los derechos que les corresponden, por la sola razón de ser ciudadanos y ciudadanas. Abundan praderas, agua y deseos de trabajos dignos, perduran saberes ancestrales y conocimientos científicos propios para elaborar un desarrollo nacional basado en el esfuerzo unitario de su población.

Sólo sobran ellos, los eternos ladrones de esperanzas, los “pulcros” matarifes de los “nadies”, los repugnantes herederos de quienes se robaron una Nación en nombre de una nacionalidad que no tienen ni tendrán jamás, porque fueron y serán sólo traidores a una Patria por la que nunca trabajaron.

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