Imagen de "Diario Z" |
Por
Roberto Marra
Si
hay algo que caracteriza a la historia política argentina, es la
presencia masiva de sus habitantes en las calles para reclamar
derechos, para exigir justicia, para manifestar adhesiones u
oposiciones, para celebrar triunfos o llorar derrotas. La aparición
en la escena callejera de los trabajadores, le dio esa
característica especial que brindan las luchas reivindicativas,
visualizó lo que estaba escondido detrás de los relatos
oligárquicos de nuestra historia y elevó la actitud militante de
los ciudadanos que comprendían la importancia de sus presencias para
asegurar el cumplimiento de los objetivos por los cuales se
movilizaban.
Los
procesos retrógrados que sucedieron a aquella experiencia popular,
fueron específicamente al “hueso” de esa sociedad concientizada
de sus derechos, a través del miedo y la aleccionadora maquinaria
mediática, que se convirtió en aliada permanente de los sectores
conservadores para acabar (siempre decían para siempre) con
cualquier esperanza derivada de las luchas colectivas, empujando a
vastos sectores sociales a la marginación y, a la mayoría, al
individualismo más paralizador.
Las
idas y vueltas de nuestra particular historia, nunca lograron
disolver del todo ese espíritu militante, pero si apocarlo,
disminuir la masividad de otros tiempos, salvo en ocasiones muy
especiales, derivadas de la especial convocatoria de líderes
provistos de un magnetismo especial, único y paradigmático.
“Pasaron
cosas”, decía el energúmeno que ocupara la Rosada por cuatro años
fatídicos, donde “arrasar” es la palabra que mejor define su
nefasta experiencia. Mucho antes de su llegada, el aparato mediático
fue haciendo de las suyas, aplicando un plan orquestado para el
debilitamiento de las fuerzas populares, estigmatizando a la
militancia hasta convertir a sus participantes en “delincuentes”,
vulgares pendencieros que intentaban terminar con “la república”.
Todo
ese proceder mafioso, extorsionador y programado para acabar con la
confianza en las manifestaciones callejeras como método de
participación ciudadana, ha ido penetrando, por la que se ve en los
últimos tiempos, en las mentes obnubiladas de los individuos, que
solo parecen ser eso y nunca parte de un colectivo que los defina
ideológicamente. Eso, las ideologías, son el blanco permanente de
los ataques de los papanatas con patente de eruditos que nos enseñan
por TV la verdad revelada por el “dios mercado”, simple manera de
convertirnos en esclavos de sus perversiones sociales.
Ahora,
cuando se ha tocado un fondo blando y oscuro, ese indefinido piso de
las maldades que avasallaron los derechos y aplastaron las
conciencias, la necesidad de la presencia militante se hace más
imperiosa que nunca. La llegada de un nuevo Gobierno popular, merece
y necesita de la presencia en las calles de quienes mantienen todavía
la esperanza en transformar tanta miseria en justicia social, tanta
disgregación en soberanía, tanta entrega en independencia
económica.
No
será solo como resguardo a las personas que lo conforman, sino al
destino que colectivamente se pretenda generar para la Patria, esa
olvidada palabra que resume nuestra pertenencia y marca la historia
que nos parió, cuando ella se sublevara desde el barro donde la
habían hundido los antepasados de los actuales sociópatas con
ínfulas de demócratas.
Porque
siempre habrá errores y deficiencias, que deberán ser marcados; o
se cometerán injusticias que tendrán que ser reparadas; o
retrocesos que habrán de ser corregidos; o ataques de los enemigos
que nunca se dan por vencidos; la presencia popular en las calles, el
protagonismo militante de los auténticos interesados en que los
cambios sean reales y permanentes, es la condición para el verdadero
triunfo. No el de los votos, sino el de la vida misma, que signifique
que el despertar del Pueblo no es una simple y banal alegría
temporaria, sino la definitiva batalla ganada para construir la
Nación que nos merecemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario