Imagen de "El Destape" |
Por
Roberto Marra
Existen
personas con capacidades diferentes, antes segregadas con las
denominaciones de “discapacitados” o “minusválidos”. Están
aquellas que poseen algunas facultades especiales, como las de
realizar operaciones matemáticas complejas en breves segundos y sin
ayuda externa. Hay quienes pueden graficar todo lo que ven en una
sola observación, con exactitud milimétrica. Aparecen, muy de vez
en cuando, personas de intelectos superdotados y sensibilidades
innatas, como los manifestados por los grandes artistas que admiramos
por sus obras de superioridades inigualables.
Este
ser tan especial, algo así como un “santo laico” sin aureola
(todavía), aparece en la pantalla con su proverbial expresión
anodina, mostrando primero la foto de la cual extraerá sus rápidas
e infalibles conclusiones, para culminar, en solo segundos, con un
diagnóstico exacto de las enfermedades de la persona que aparezca en
aquella. Sin otro conocimiento que las relaciones de esa persona con
alguien de reconocimiento popular, él logra el prodigio de saber de
sus males o, más aún, sostener la falsedad de los mismos.
Sus
virtudes “adivinatorias” han logrado, pese a las envidiosas
desmentidas posteriores de científicos y especialistas que han
diagnosticado y tratado directamente a las personas elegidas para sus
ejercicios paranormales televisivos, subyugar a una platea ávida de
sus virtuosidades, que reflejan la necesidad de muchos por verse
respaldados en alguien de su excelso nivel intelectual, y así poder
emitir luego esas opiniones de tan masiva proliferación, que
aseguran sus certezas gracias a la sabiduría de tan benévolo
diagnosticador a distancia.
Sus
innatas condiciones perceptivas suelen ser la base de las firmes
convicciones de algunos taxistas o de auténticas “señoras
decentes”, de “buenas familias”, que se nutren de la
voluntariosa militancia periodística de este hombre, para colegir
horribles maldades en aquellas personas que intentan aplicar, en el
ámbito político, ideas contrarias al “ser nacional” y a las
“buenas costumbres” que son los paradigmas que sostienen sus
prístinos pensamientos contra la pretensiosa “plebe” sublevada
contra los designios de la “raza superior” de la que forman
parte.
El
caso de este prodigioso señor de la medicina a distancia, es el más
destacado, pero no el único. Otros y otras intentan también emular
sus virtudes, aunque nunca con tanta claridad perceptiva como la de
este venerable médico y psicoanalista remoto. Paneles de similares
intenciones señalatorias de maldades varias de quienes son los
unívocos objetos de sus “justicieras” persecuciones, satisfacen
a la teleaudiencia con diagnósticos y epítetos que hacen la delicia
de quienes buscan respaldarse en semejantes virtuosos del arte
adivinatorio.
Pero
nadie como él. Nadie logra el éxito de este “portento del saber”,
de este “excelso” comunicador de enfermedades que percibe con su
sola mirada, con esa extraña expresión de verdadero “ser
superior”. Ni siquiera ese rictus de cierto tono burlón que
permanece siempre en su boca, logra generar dudas en su platea,
incansable buscadora del placer del desprecio y el odio que este
repugnante falsificador de la verdad emite.
El
deleznable médico-adivinador en cuestión, es solo una de más de
las manifestaciones mediáticas de la maquinaria irracional que
profundiza la división social, que reproduce el desprecio clasista y
xenófobo, y que destila el veneno consumido con satisfacción por
millones de ilusionados con pertenecer a esa oligarquía que los
somete. La misma que atrasa y consume nuestra historia mediante
“adivinos” de su misma laya draconiana, cómplices de las
fabricantes de todas nuestras desgracias, ladrones de nuestra
libertad y asesinos de la justicia.
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