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Por
Roberto Marra
La
sobreactuación es el recurso de los malos actores y las malas
actrices para intentar convencer a sus interlocutores o espectadores
de lo que no pueden expresar con la sencillez de lo auténtico, de lo
que esté atravesado por sentimientos reales que les produzcan los
personajes que están interpretando. Pero esta característica no es
exclusividad de las personas del mundo del espectáculo. También en
la política se suele utilizar mucho para persuadir de lo que no
están convencidos quienes la ejercen.
Otra
vez la oligarquía de suelos y aguas robados al futuro, al frente de
los ataques a un gobierno popular. Nuevamente sus odios de clase como
escudo de sus creídas superioridades, insustanciales pretextos para
darle continuidad a sus dominaciones bicentenarias, a sus oscuros
pasados y sus complicidades con lo peor de nuestra historia. De nuevo
sus fauces mordiendo las manos de quienes construyen la Nación de
verdad, de aquellos que posponen siempre sus pequeñas felicidades
para solventar las inmorales fortunas estancieras, siempre mal
habidas.
Las
famosas entidades “del campo”, ni representan a los auténticos
hacedores de alimentos ni tienen mucho que ver con la tierra, salvo
por su tenencia, las más de las veces, de orígen espurio. Son
simples financistas que se ubican al frente de reclamos incongruentes
con las necesidades nacionales, porque no son más que apátridas,
generalmente envueltos con la bandera que indignan con sus actos.
Aliados
de cuanta dictadura haya existido, intentan imponer sus criterios,
asustar a la población con desabastecimientos, colocar una valla a
la democratización auténtica de la sociedad y un muro infranqueable
al desarrollo sostenible de la Nación. Cuentan con la inestimable
“ayudita” de los medios afines, sus apañadores de siempre,
socios en los negocios y promotores de los desfalcos que nos
hundieron en este lodo de pobrezas, miserias y hambre, solo por
obtener sus inmundas ganancias manchadas de muertes tempranas y
futuros coartados.
No
se pueden, no se deben permitir sus extorsiones ni otorgarles patente
de policías campestres, de vigilantes de lo que no les pertenece más
que por escrituras. Sus poderíos inmensos se basan en los
latifundios obscenos que siguen acrecentando a pesar de sus
sobreactuados “padecimientos” impositivos. Sus presiones solo son
posibles por haber convertido a los auténticos productores en sus
seguidores inconsultos, haciendo de ellos la masa crítica necesaria
para empujar a los gobiernos a resolver a su favor cualquier disputa.
Cuando
la sociedad acaba de decidir con firmeza qué tipo de gobierno quiere
que le conduzca, cuando la derrota anterior ha sido convertida en
esperanza, cuando el pozo de las injusticias ya no puede seguir
cavándose sin hundirse definitivamente en las aguas de la muerte de
nuestra Nación como único destino, resulta impostergable dar de
nuevo en este “truco” sobreactuado por los falsos “campesinos”,
mostrar el “ancho de espada” tantas veces robado de nuestras
manos por estos miserables tramposos de la historia y ganarles la
“partida” definitiva contra el odio y la mentira programada.
Entonces sí, el campo podrá volver a ser ese bello paisaje
alimentario, habitado y sostenido solo por quienes de verdad lo
trabajan.
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