Imagen de "Chile Desarrollo Sustentable" |
Por
Roberto Marra
Cuando
se buscan definiciones de “desarrollo”, invariablemente surgirán
las que hablan de evolución. Biológica o social, natural o
inducida, esa transformación contiene un sentido positivo en su
significado y tiende a sostenerse que tales cambios traerán solo
beneficios para quien o quienes sean partícipes de esos procesos. El
desarrollo de una nación, que involucra tantos y tan diversos rubros
en su devenir, necesita de esas transformaciones permanentes que le
permitan pasar de un estadío a otro, como modo de mejorar la vida de
sus habitantes, lo cual siempre se manifiesta como meta desde
cualquier gobierno, aún de los que solo lo hacen para cooptar las
voluntades que le permitan llegar y sostenerse en sus cargos en busca
de ocultos objetivos espurios.
Claro
que la cosa es mucho más compleja que el solo pensar en positivo.
Los cambios buscados son atravesados por innumerables dificultades,
propias de las relaciones de poder internas y externas, las que
frenan, tuercen o destruyen esas búsquedas honestas de desarrollo,
hasta convertir a esas naciones en simples cajas de resonancia de la
voluntad de quienes dominan categóricamente el Planeta,
imposibilitando la concreción de cualquier plan trazado con la
esperanza popular detrás, para transformarlo en letra muerta y
arruinar la vida de los inermes habitantes del país de que se trate.
Aún
cuando existan gobiernos decididos a sostener sus principios
evolutivos positivos, el imperio y las corporaciones que son parte
del sistema mundial de dominación, logran intervenir, solapada o
directamente, en las economías locales, a través de las ventajas de
sus desarrollos científico-tecnológicos, obligando a adaptarse a
ellos por parte de las naciones que no los posean, produciendo una
perversa dependencia derivada de las necesidades imperiosas que se
tienen para avanzar en el camino de la elevación de la calidad de
vida de sus habitantes.
Esos
métodos productivos importados por esa necesidad de desarrollo,
invariablemente vienen cargados de procedimientos que no miden
consecuencias dañinas sobre las poblaciones, porque solo buscan
rentabilidades exuberantes y rápidas para las corporaciones que
“prestan” sus servicios, sin importarles los “daños
colaterales” que pueden generar.
Unidos
a esos objetivos de utilidades veloces a costa de los ciudadanos, que
implementan los dueños mundiales de las tecnologías aplicadas,
están los poderosos locales, esos miembros de la sociedad que poseen
el dominio del aparato productivo y las fortunas acumuladas que les
permiten influir o extorsionar a funcionarios gubernamentales, hasta
allanarles los caminos del lucro mayoritario, sin importarles en
absoluto los resultados que arrojen sus acciones sobre el resto de
los habitantes.
Entonces,
vemos la aplicación de metodologías productoras de alimentos que
envenenan la tierra, las aguas, el aire y los propios elementos
reproductores. Observamos que la ganadería se convierte en horrendas
fábricas de animales inflados con artificios, que la agricultura
sobrevive mojada con químicos cada vez más venenosos, que sus
frutos pierden los sabores y sus capacidades nutritivas, todo para
lograr rindes exorbitantes y exportaciones que impresionan por sus
volúmenes, pero apabullan por sus estropicios.
Como
parte de todo esto, observamos la invasión de bestiales
corporaciones mineras extranjeras, capaces de abrir montañas y
succionar riquezas sin casi trabas para decidir qué y cómo hacerlo,
lo cual invariablemente resultará en la destrucción ambiental
imaginable hasta por el más tonto de los observadores. Imbuídas de
un “espíritu” negacionista de la realidad, atravesadas por un
único interes, el pecuniario, estas empresas vienen por todo y todo
se llevan, incluso el futuro, perdido entre las aguas residuales que
nos dejan, contaminadas para siempre.
Las
reacciones de los pueblos contra ese tipo de minerías y de cultivos
envenenantes, no suelen ser tomadas en cuenta por algunos
gobernantes, dejando de lado las advertencias populares, pero también
las científicas, las probadas por miles de estudios a lo largo del
tiempo. No son, para esos gobiernos, más que “molestias” en sus
caminos de creídos “super-desarrollos”, invariablemente
destinados al fracaso nacional y la acumulación de mayores poderes
en quienes ya detentan demasiados en el Mundo.
Pero
están los casos de los gobiernos de clara procedencia popular,
necesitados de restañar las profundas heridas que dejan los procesos
neoliberales. Serán esas administraciones las que más complejidades
deberán asumir, al tener que hacer equilibrio entre las acuciantes
necesidades de recuperación económica, las deudas que se ven
obligados a enfrentar y esos procedimientos de resultados
catastróficos desde lo ambiental. Por allí se colarán algunos
pretendidos “ecologistas”, que de tales solo tienen la máscara,
dispuestos a socavar la confianza depositada por el Pueblo en ese
nuevo gobierno, aprovechando las debilidades resultantes del
atosigamiento financiero y las prioridades desesperantes de quienes
fueron las víctimas principales del proceso antisocial previo.
Para
enfrentar semejante desafío, no queda otra alternativa que comenzar
a mirar el desarrollo futuro de otra manera. De pensarlo anteponiendo
objetivos que priorizen la vida, su sostenimiento en el tiempo y la
mejora constante de su calidad. Necesitan ser establecidos otros
criterios productivos, con mayor ingerencia de la inteligencia
nacional y también a través de convenios con entidades extranjeras,
pero con claras limitaciones a sus obscenas e ilimitadas ventajas
lucrativas y desprecios por nuestro ambiente. Se precisa generar una
nueva moral, que deseche los impúdicos conceptos insolidarios y
genocidas impuestos por el Poder transnacional.
Se
tratará de una lucha compleja y desigual, intentando encontrar el
reemplazo de los oscuros valores impuestos desde los mismos
destructores del medio natural, de descifrar los códigos de las
capacidades propias y dibujar nuestras metas como Nación de acuerdo
a nuestros criterios e historia constitutiva. Esas que pongan por
delante al ser humano, que le posibilite su auténtico crecimiento
personal, pero únicamente como parte indisoluble de una sociedad
solidaria e igualitaria, donde solo podamos “contaminar” nuestras
conciencias con la más justa de las justicias: la social.
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